Una generación condicional

3 de diciembre de 2022 22:48 h

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Lo que es, es y lo que no es, no es.

Sólo hay una cosa que odie más que a esos camareros que llegan a una mesa de personas maduras y espetan un “¡Hola, chicos!”, supongo que convencidos de que resulta estimulante esa simulación de que parecemos adolescentes y de que queremos que así se nos trate; se trata del uso absurdo del condicional cuando te atienden en cualquier establecimiento. Es ya una plaga imparable, sólo superada por los insultos en el hemiciclo.

“Serían 185 euros”, espeta el joven que atiende la caja.

“¿Serían o son?”, le pregunto yo para hacer la gracia.

Me mira con aire desasistido, como si yo estuviera loca, y me acerca el datáfono para que me deje de chorradas y pague.

Llevo tiempo desazonada con esta cuestión y me parece muy apropiada para estos días en los que todos están de puente o haciendo compras de Navidad o quedando con amigos y conocidos para celebrar las fiestas y serán sometidos sin cesar al ataque de los condicionales. ¿Qué quieren, que les hable de la tensión en el Congreso? Otro rato. Me temo que vamos a tener ocasiones de sobra y, además, ya les digo que eso es marco, es decir, que hay quien quiere que hablemos de eso mientras que de lo del condicional no hay ningún marcador en la agenda y, sin embargo, es un tema muy necesario.

Hay políticos que creen que cambiando el lenguaje van a conseguir un cambio inmediato de la realidad. De hecho, esa es la razón de ser de los eufemismos. Lo que sucede en la práctica es que la realidad contamina la palabra y el eufemismo deja de serlo, así que es preciso buscar otro. Tal vez, sin embargo, la palabra elegida, la expresión en boga sí nos diga algo sobre la sociedad en la que se inscribe. El viernes hablaba de nuevo en Antena 3 Felipe González, el hombre que además de muchas otras cosas nos trajo el dequeísmo. Nadie en tres tercios del país era dequeísta hasta que González, Guerra y los demás llegaron al poder. Empezaron a “pensar de que” y con el prestigio que da el poder, todo el mundo se puso a pensar igual. Luego vino la híperreacción y el “de que” desapareció hasta de los verbos que están obligatoriamente regidos por esa fórmula como informar, advertir, avisar y otros tantos. Esta semana, sin ir más lejos, un importante diario catalán llevaba ese error en la portada. ¿Y quién nos trajo el “ya estaría”? Leo por ahí que Los Javis en Operación Triunfo. El salto en la tipología de la fuente del poder y de la influencia también es un testigo de la realidad.

Todas las generaciones han tenido soniquetes, frases hechas, locuciones inclusivas de grupo y exclusivas, por excluyentes de adultos y puretas. Hasta ahí normal. Lo que me parece más curioso de la nueva condicionalidad impuesta es que no excluye a los antiguos sino que parece querernos incluir aun a nuestro pesar. Digo parece, porque no es cierto. No existe ninguna voluntad, es que están convencidos de que lo hacen bien. Una de las veces que fui sometida a la tiranía del condicional, en una notaría, al clamor del “pues con esta firma ya estaría”, volví a la carga: “¿está o no está?”. La joven de origen latinoamericano me miró, con la cara que miran todos, y le expliqué: el condicional en castellano tiene una función en el futuro y otra en el pasado pero no tiene lugar en el presente. En el presente las cosas son o no son, están o no están. “Puede ser, yo nunca lo decía así pero cuando me vine a España lo oía por todas partes y supuse que era la forma correcta”.

Si no fuera por la referencia a Operación Triunfo, que parece definitiva, uno pudiera pensar que estamos ante una exacerbación del condicional de cortesía, es decir, de aquel que no utiliza el presente para no resultar impositivo o invasivo: “¿Tendrías un minuto?”, “Quería hablar contigo” , mas me da que no es así. Además tengo pruebas de que el condicional de cortesía puede no funcionar tampoco ahora en sus justos términos. He oído a un redactor jefe decirle a un periodista tras leer su trabajo: “Necesitaría una vuelta ¿no?” Y al redactor responder: “Yo creo que no” y quedarse tan ancho, sin comprender que le estaban ordenando cambiarlo. Malos tiempos para ser cortés.

No sé si las nuevas generaciones son simplemente miméticas de una moda peligrosamente expandida o si es que la rotundidad del modo presente les atemoriza. Tal vez el presente del indicativo les resulte de un compromiso que les supera, porque en el fondo no están seguros de nada. El máximo exponente de esa dubitación sería el contumaz triunfo del “pues, en principio, ya estaría”, momento del estupor máximo del hablante normativo. Contando en primer lugar con un “pues” de refuerzo del acto ilocutorio, nos asalta luego con una locución que indica que lo que se dice a continuación es provisional o que no se dice con una extrema convicción para sumarle, finalmente, un condicional que indica probabilidad. Cuando un enfermero, al poner la última tirita, te espeta un “pues, en principio, ya estaría” o lo hace un mecánico o un peluquero o una abogada o cualquier otro profesional sólo puede llevarnos al pasmo o al temblor. ¿Qué nos están diciendo, que no están convencidos de lo que han hecho? ¿Qué afirman, que su arreglo o su trabajo se puede desplomar en cualquier momento, que no es firme o de confianza o que ellos mismos no se creen que esté bien hecho o terminado? Si es mera moda o postura ontológica es algo digno de desbrozarse.

“Lo que es, es y lo que no es, no es”. Parménides sufriría un síncope -vean aquí un uso correcto del condicional- si anduviera siquiera unas horas por nuestras tiendas y restaurantes, no menor al que experimentamos todos aquellos hablantes que somos capaces de responsabilizarnos de una afirmación categórica. El precio es el que es, sin duda alguna, excepto que regatees en un zoco; el trabajo está terminado o no lo está, sin dubitaciones.

Habitar en un tiempo verbal puede condicionar nuestra perspectiva. Se lo dice alguien que se ha pasado media vida intentando corregirse un defecto muy del norte y que afecta al condicional, aquel del “si llovería…” en lugar de “si lloviera…”, tanto que hubo un momento en que temí volverme subjuntiva y sumirme en un mundo irreal y dubitativo. Lo mismo que la generación que vive en un constante futuro hipotético -así se llamaba antes al condicional- y que tal vez nos está haciendo llegar con él su sentimiento generalizado de que el futuro es una hipótesis que no son capaces de comprobar y sobre la que no van ni siquiera a apostar y el presente, el presente no les pertenece.

No obstante, prueben a retarles. El precio de un artículo no es hipotético y la finalización de un servicio tampoco. Pregúntenles si definitivamente el precio es ese o lo que sea que han realizado para ustedes lo dan por terminado o no. Traigámoslos a la contundencia del presente. Enseñémosles a no tener miedo al verbo ser. Prueben estos días a volverlos eleáticos. A ver si con la sorpresa de todos se bajan de la frase hecha y se fajan con la contundencia de la realidad.

Y creo yo pues que, en principio, con tal argumentación pues ya bastaría ¿no?