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La generación en tierra de nadie

Vista este domingo de las tiendas de campaña que varios manifestantes plantaron ayer en la plaza de Ayuntamiento en Valencia para reclamar el derecho a la vivienda.

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Marta lo hizo todo bien. Sacó buena nota de corte en selectividad, entró en la universidad sin dificultad, se licenció en el año 2009, hizo un par de cursos para complementar su formación, se sacó algún título de inglés, fue becaria diezmada por la precariedad durante varios años, consiguió un contrato pese a la crisis económica, comenzó cobrando una miseria y fue escalando posiciones en esa empresa, con pequeños y progresivos aumentos. Marta cobra ahora 1750 euros al mes, un sueldo aparentemente decente que, sin embargo, se come en un 60% su contrato de alquiler. Marta no quiere compartir piso a su edad, así que esa inversión mensual le impide ahorrar para la entrada de una vivienda. Ha conseguido reunir unos 30.000 euros, pero es del todo insuficiente para abordar una entrada. Con 38 años, Marta, que no es madre y no tiene cargas familiares adicionales, podría ser cualquier milenial lanzado a las fauces del mercado laboral en la recesión del 2008. Uno de esos milenials que se siente en tierra de nadie, como cuando la pelota se queda en medio de la mesa en una partida de futbolín y no hay forma de que nadie le dé. 

Se lo leía a un usuario de Twitter llamado Yeezus esta semana: “Los milenials somos demasiado jóvenes y demasiado viejos a la vez”. A medida que algunos marcadores tradicionales de la adultez han ido quedando relegados, muchas personas de mi generación se han sentido y se sienten en un permanente fuera de juego. Algunas ayudas a menores de 25 años se han ido ampliando a menores de 30 o 35 años (como el bono de alquiler anunciado por el Gobierno), pero los milenials que accedieron al mercado de trabajo en la recesión del 2008 tienen exactamente a los mismos problemas para afrontar un alquiler, sin acceso a ninguna ayuda. El corte hay que ponerlo en algún lugar, eso es evidente. Pero se tendría que poner en la renta, y no en la edad. 

Lo que ocurre con los milenials es que el problema generacional ha estado escondiendo un problema de clase. O quizás sea más preciso decir que lo que comenzó siendo un problema generacional se ha convertido en un problema de clase. En una enorme proporción, solo los milenials que han recibido ayuda de sus padres para pagarse la entrada de un piso tienen ahora una vivienda en propiedad. O solo los milenials que saben que heredarán una vivienda en propiedad tienen su futuro más o menos asegurado. Y esta, y no otra, es la verdadera fuente de división generacional. 

La idea de que el trabajo y el sistema cuidará de nosotros, el mantra de que la meritocracia sería determinante en nuestro bienestar, se desmoronó para mi generación hace ya dieciséis años, con la gran recesión del año 2008, y no ha habido manera de reconstruirlo. Es más, enlazando crisis con crisis, no hemos sentido siquiera un breve instante de tregua. Si el trabajo siempre ha sido un medio para conseguir un fin, quizás ahora está menos claro que nunca cuál es ese fin. La desigualdad generacional no es una guerra cultural inventada ni una lucha de clases teatralizada, sino una división económica cada vez más tangible. 

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