Hace años que nada me parece menos elegante que la exclusividad. Cuando me dicen que solo puedo llevar una persona a algún lado (cuando una pregunta si puede llevar dos, claro, no diez), o solo “gente conocida!, o (ni hablar) cuando me cuentan de algún bar que funciona con ”membresías“ o ”recomendaciones“: todo me parece horrible. Últimamente la gente elegante intenta reenmarcar este conservadurismo en algún tipo de reivindicación de lo familiar o lo comunitario, incluso en alguna suerte de principio anti caretaje, ”que no haya colados“, ”que no haya gente que viene a posar“, ”todos amigos“, que sea algo más cálido, viste. Digo conservadurismo porque si estamos vivos no debería ser tan desgastante para tu psiquis cruzarte con gente nueva, al menos si ya decidiste salir de tu casa y hacer sociales con masas de gente. Protegerse de la novedad y la diferencia tiene una prensa demasiado buena, y es cada vez peor, incluso —no sobre todo, pero incluso— entre gente progresista.
BlueSky, la nueva red social creada por Jack Dorsey (los tuiteros de larga data lo recordamos como @jack, ex CEO y fundador de Twitter), es básicamente el nuevo restaurante de moda de Internet: una red social que, por estar en su versión beta, funciona solo con invitación. Tengo amigos que tienen restaurantes y entiendo perfectamente el concepto de hacer una prueba de cocina con gente de confianza antes de saber si el servicio funciona, si das abasto con la gente que tenés o si los platos que estás ofreciendo se condicen con la cantidad de mesas que querés servir y el ritmo al que tenés que servirlas razonablemente. Así y todo, un poco me sorprende que, al armar una red social, un tipo tan evidentemente inteligente como @jack no haya pensado que incluso la prueba beta había que armarla con gente social e ideológicamente diversa, más como se arma una encuesta que como se arma una mesa de amigos.
Por lo que cuentan, en efecto —no tengo cómo comprobarlo, por supuesto: nadie me invitó a BlueSky—, BlueSky hoy es una red dominada por lo que los gringos llaman “gente blanca”, y que nosotros en el Tercer mundo llamaríamos gringos de mucho dinero que, además, trabajan en tecnología o en rubros suficientemente bien pagos como para tener muchos amigos que trabajan en tecnología y que alguno de ellos trabaje en BlueSky para mandarte una invitación. Aparentemente también se trata de una población que se autopercibe como vagamente progresista, o liberal con tilde en la i; el periodista Matthew Yglesias, un periodista a todas luces “de centro”, fue entiendo que la primera víctima de un ataque masivo en Bluesky, por parte de gente que claramente no lo quería en su espacio seguro. A partir de ese evento y algunos otros relatos que he visto supongo que BlueSky es esa red social que la gente imagina como ideal cuando dice que Twitter es una cloaca: un lugar en el que no hay pavadas ni agresiones porque básicamente solo hay gente como uno. De hecho, incluso siendo una red social con poquísimos miembros —y todos mayores de edad— ya prohibieron las nudes para que pueda seguir siendo un espacio safe for work, que puedas abrir en cualquier parte (¿tan grave es que alguien que no te conoce piense por un segundo que estás viendo porno?). Como todas las fiestas exclusivas: lo que pasa adentro es mucho menos interesante que lo que te imaginabas en la puerta.
Lo curioso es que, por lo que pude entender del proyecto, BlueSky surge con la —noble e importantísima— intención de que haya un Twitter que no sea propiedad de Elon Musk, e incluso más allá de él, generar una red con características parecidas a las de Twitter (que sea utilizada por formadores de opinión y personas influyentes y que sea entonces un lugar al que uno puede ir a discutir e informarse) en la que las reglas de moderación no estén en manos de ningún CEO sino de las propias comunidades, básicamente como ya sucede en Reddit, podríamos decir, pero para gente importante que no quiere estar en Reddit.
Quizás en un futuro efectivamente BlueSky se convierta en eso, pero me sorprende un poco este largo comienzo beta que pretende que una red probada solo en chetos techies pueda funcionar para un mundo real de gente que es capaz de matarse por el punto de cocción de la carne o —más importante, otra vez— para chicas que quieren sacarse fotos sin velo en Irán, o postear en contra de sus gobiernos, o para políticos o gente de todas las edades y formaciones que no tiene ganas de entender cómo funcionan los algoritmos de las redes, solo tiene ganas de participar.
Me sorprende, digamos, que una red social que nace con el objetivo explícito de contribuir al debate democrático no se preocupe por evaluar el funcionamiento de su app desde el principio con un grupo socialmente diverso. Pero supongo que en realidad no, no me sorprende. Internet está haciendo la misma curva en todas sus esquinas. Las aplicaciones de citas, por ejemplo, están mutando hace ya varios años desde la apertura total de Tinder o Badoo a espacios cada vez más específicos, en los que cada vez corrés menos riesgos de cruzarte con otra cosa que no sea gente como uno. Supongo que es una respuesta lógica ante la ansiedad generalizada que produce la vida contemporánea, en la que —definitivamente, por razones sociológicas que van desde la gig economy a la posposición de los matrimonios, entre muchas otras— conocemos infinitamente más gente a lo largo de nuestro día a día que la que conocía la generación de nuestros padres.
Se puso de moda el shabat, entre mis amigos. Bah, se puso de moda: yo estoy organizando uno para dentro de unas semanas y, sin que lo conversara con otra amiga, ella me invitó a uno anoche. Mientras pienso en la lista de invitados recuerdo a los mochileros que venían a rezar al templo ortodoxo al que yo iba y terminaban siempre quedándose a pasar shabat (comer, dormir, bañarse) en las casas de la gente de la comunidad, e incluso muchas veces en la mía, una casa en la que no había ningún hombre. Por supuesto que se trataba de una hospitalidad selectiva, dirigida solo a colegas del pueblo elegido, y eso me daba una ira asesina. Y sin embargo creo que algo entendí ya entonces, en las conversaciones con esos jóvenes que solo rezaban el sábado para conseguir una ducha caliente y tenían vidas tan distintas de la mía, sobre la superioridad absoluta de la cloaca sobre el club selecto, la puerta que se abre al amigo y al extraño.