Un presidente del gobierno presumía hace tiempo de lo que se podía hacer en Moncloa: se levantaba por la mañana, daba una orden y zas… se cumplía. Algo así han debido experimentar esta semana los responsables del nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Claro que luego cada decisión tiene consecuencias.
El flamante ejecutivo apenas ha tenido tiempo para tomar decisiones, más allá de forzar la salida del ministro más breve de la historia. Es evidente que comparando los tiempos con los que manejaba Rajoy, la solución al caso Màxim Huerta fue rápida, aunque su destitución debió ser fulminante y comunicada a los 5 minutos de publicarse su fraude a Hacienda. El asunto no tenía discusión y el gobierno soportó 10 horas de presión social y política que se podía haber ahorrado.
La otra decisión relevante de estos primeros días fue la de acoger en Valencia al Aquarius, el barco que había salvado de morir ahogados en el Mediterráneo a 629 inmigrantes y al que Italia y Malta se negaron de forma inhumana a dar permiso para atracar en sus costas.
Fue, sin duda un gesto noble, solidario y necesario, aplaudido dentro y fuera de España ante la actitud fascista y xenófoba del gobierno italiano y el silencio cómplice y despreciable de la Unión Europea.
Pero una vez más, gobernar tiene consecuencias porque desde el primer momento, el propio gobierno y especialmente el ministro Borrell que sabe lo que esto significa, se ha tenido que esforzar en repetir una y otra vez, aquí y en Bruselas, que era una medida excepcional y que no marcaba un precedente porque claro, ahora mismo hay ya otros barcos de las ONG cargados de inmigrantes cerca de las costas italianas que veremos dónde pueden atracar.
La gestión de la llegada de las personas rescatadas por el Aquarius tampoco es fácil porque si se les diera a todos estatus de refugiados vengan de dónde vengan, sería una discriminación con respeto a los miles de inmigrantes que llegan cada año a nuestras costas y que en la mayoría de los casos son internados en los CIE o devueltos a sus países.
Todos nos hemos emocionado con las terribles historias de los que vienen a bordo del Aquarius, pero apenas prestamos atención a los dramas que se viven a diario en nuestras playas o en las vallas de Ceuta y Melilla. Bienvenida sea también la decisión de retirar las concertinas, las cuchillas en las vallas que están en territorio español, aunque por desgracia se mantendrán el 95% que son las que están en la parte marroquí.
El nuevo gobierno debe aprovechar la autoridad moral que le da su gesto con el Aquarius para encabezar en la Unión Europea una nueva política de inmigración y asilo que deje de avergonzarnos. Lo malo es que los primeros síntomas que llegan del resto de Europa y, en especial de Berlín, no son precisamente halagüeños
Debe ser reconfortante saber que en Moncloa, si crees que hay que hacer algo, das la orden y se hace pero estaría bien que siempre tuvieras tiempo para evaluar las consecuencias que pueden tener tus decisiones para poder adelantarte a ellas.