El momento de dar la noticia estaba bien elegido. Escasamente una semana antes del mes de agosto la prensa publica que el grupo Wanda propone demoler el Edificio España y volverlo a reconstruir.
Los medios de comunicación se han hecho eco del tema por la evidente importancia del edificio en la ciudad de Madrid. Sin embargo el asunto es muchísimo más complejo, delicado, grave -y atractivo- de lo que estamos percibiendo en los últimos días. Va mucho más allá del tira y afloja que se avecina entre un Ayuntamiento necesitado de captar inversiones y un gran inversor que ha apostado por implantarse firmemente en Madrid.
No se trata únicamente de la transformación de un inmueble por emblemático que sea. Por primera vez en la historia contemporánea de Madrid confluyen en un solo edificio tantas variables técnicas, económicas, urbanísticas, históricas y políticas, que la ciudad debería aprovechar la oportunidad que se le presenta para promover el más amplio debate posible sobre su modelo de crecimiento interno.
Un poco de historia: En junio de 2014 el Banco Santander vende al Grupo Wanda el edificio. Éste cuenta con un proyecto de rehabilitación interior, ganado en un concurso restringido por los arquitectos Carlos Rubio Carvajal, Enrique Álvarez-Sala Walther y Antonio Ruiz Barbarín. Las fachadas se respetaban íntegramente.
Wanda está por una opción mucho más radical. Decide hacer su propio proyecto encargándoselo a Norman Foster y Carlos Lamela. La nueva propuesta planteaba una reestructuración interna de tal magnitud que en la práctica suponía mantener solo las fachadas principales y vaciar el edificio por dentro. Para que legalmente fuera posible, la Comisión Local de Patrimonio Histórico -organismo mixto entre el Ayuntamiento y el Gobierno regional de Madrid- aceptó en diciembre de 2014 rebajar el grado de protección y seguidamente el pleno municipal lo aprobó solo con el voto favorable del PP. Siete meses después los nuevos propietarios consideran demasiado arriesgado su propio proyecto y comunican al Ayuntamiento que la única opción es “desmontar la fachada y reconstruirla piedra a piedra”.
*NOTA: La fachada no es de piedra, sino de ladrillo, parte visto y parte chapado en piedra natural. Cualquiera que sepa cómo se “desmonta” una fachada de ladrillo sabe que ese amable eufemismo significa en realidad “demoler”.
Las notas de prensa sobra la compra del edificio por Wanda ya adelantaban que “La Comunidad rebajará el grado de protección histórico-artística del inmueble para poder demoler todo su interior, conservando únicamente la fachada y los laterales. El dictamen regional consideró que ”se favorece la puesta en valor de un edificio muy degradado en los últimos años debido a su inactividad, preservándose las partes que revisten importancia y que lo caracterizan desde el punto de vista arquitectónico y escultórico“ (El Mundo, 5 junio 2014). Es decir, el edificio fue adquirido con este compromiso previo de la administración, requisito prudente y sensato por parte de los compradores antes de hacer una inversión de esta envergadura.
Por tanto, antes de materializarse la propia compra, se redactó un anteproyecto que proponía “demoler todo su interior, conservando únicamente la fachada y los laterales”. Teniendo en cuenta que se trata de un edificio que en su parte más alta tiene 117 m etros de alto (27 plantas), no hace falta ser especialista para darse cuenta de que mantener esa fachada en pie es el eje central de la toda la propuesta.
Foster y Lamela se habían rodeado de los mejores calculistas de estructuras. Ahí estaba Valladares, uno de los principales gabinetes de cálculo de España, junto a Arup, firma de indudable prestigio mundial ¿Alguien puede creer que semejante concentración de talento estructural no detectó que aquello era inviable -a ese coste- en cuanto comenzó a calcular?
La fachada no es autoportante -no resiste su propio peso-, está apoyada en los forjados. Si estos en gran medida se tiran, una fachada de esas dimensiones levantada con ladrillos y con técnicas constructivas de posguerra -no había apenas acero- quedaría muy inestable, seriamente expuesta a esfuerzos horizontales de viento y con grave peligro de colapsar. Wanda conocía los riesgos de su propuesta antes de comprar el edificio en junio de 2014, y sin embargo los desveló un año más tarde, en julio de 2015.
Entretanto la anterior delegada del área de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid, Paz González, a tan solo dos meses de las elecciones municipales aseguró que “dado que su edificio sería el más beneficiado por la reforma” Wanda se comprometía a costear un tercio del presupuesto de la reforma de la plaza de España -30 millones de euros- (Cinco días, 13 marzo 2015), operación que, como tantas y tantas otras, tampoco costaría un solo euro a los madrileños, apenas un ligero “desajuste de caja inicial”, como matizó rápidamente la Dirección General de Planeamiento.
Todo es un problema de costo. Una disparidad del precio de la obra tan importante como para poner en riesgo el desembarco inmobiliario de Wanda en Madrid. Ricardo Aroca, catedrático de cálculo de estructuras y uno de los técnicos a los que el nuevo Ayuntamiento solicitó un informe sobre la viabilidad de conservar la fachada original del edificio fue muy gráfico: “Si se ha podido ir a la luna ¿cómo no se va a poder mantener la fachada del Edificio España? El problema es que ir a la luna resultó muy caro”.
En la rueda de prensa del pasado 7 de septiembre, tras la intervención del propio Ricardo Aroca, se evidenció que Wanda compró un edificio sujeto a una normativa y con un determinado grado de protección -que además se lo personalizaron-, que sus arquitectos presentaron un proyecto para mantener las fachadas y vaciar el interior, pero que cabe deducir que ese proyecto en realidad no fue redactado para mantener las fachadas, sino para tirarlas.
No hace falta tener el colmillo retorcido de Bernie Gunther ni el ojo clínico del teniente Colombo para intuir la secuencia de todo este episodio: Wanda, avalado por unos informes técnicos incuestionables, comunica al Ayuntamiento la realidad. Mantener la fachada original supone un sobrecosto de la obra que penaliza extraordinariamente el emprendimiento inmobiliario. El equipo de Ana Botella lo tiene claro: ante la proximidad de las elecciones el tema es implanteable. Se respeta el calendario de presentación de los proyectos y después de las elecciones, justo antes del verano, sale a la luz pública. Arquitectos e ingenieros, por tanto, continúan su trabajo pero…
El nuevo ayuntamiento ha sido ágil y contundente. Lo fue cuando le presentaron el problema y encargó inmediatamente dos informes independientes a los catedráticos Ricardo Aroca y Hugo Corres. Lo volvió a ser cuando a finales de Julio Wanda expuso a los medios de comunicación su propuesta de demoler las fachadas. El concejal de urbanismo, José Manuel Calvo, se mantuvo firme en su decisión de respetarlas, zanjando en 48 horas cualquier posible “polémica”. Y lo ha vuelto a ser ahora. Wanda organizó una visita guiada al edificio con la prensa. Allí su director para España expuso que no tenían plan B. Solo se planteaban demoler el edificio por completo y reconstruir las fachadas. De nuevo en 48 horas, Calvo, flanqueado por la cúpula de la Dirección general de Control de la Edificación y por los catedráticos cuyos informes contrató, despejó cualquier duda de que toda intervención en el edificio España pasa por mantener las fachadas originales.
La “polémica” a la que me refería vendría por una arriesgada propuesta que en esos días lanzó el Decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, José María Ezquiaga. “El Ayuntamiento debería convocar una consulta ciudadana para que sean los madrileños quienes decidan. … El edificio no es histórico, no tiene un valor intrínseco derivado de su antigüedad, y arquitectónicamente tampoco es excepcional. Pero su imagen es lo suficientemente significativa como para que los madrileños puedan considerar que forma parte de su memoria y quieran conservarlo. … La pregunta no es si se puede tirar la fachada, sino si los madrileños se sienten vinculados al edificio, si forma parte de su memoria, si es un icono de Madrid” (El País, 23 julio 2015).
El referéndum es un arma de varios filos. Primero habría que delimitar cuál es el umbral de apoyo popular para que una iniciativa de una asociación profesional -el Colegio de Arquitectos- sea sometida a votación popular. El concejal de Participación Ciudadana, Pablo Soto, considera que ese nivel mínimo de apoyo es el 1% de la población mayor de edad empadronada en Madrid.
Suponiendo que se llegara a ese porcentaje de “interesados” tengo mis dudas que fueran muchos más los “votantes” y por tanto que el resultado de la consulta sea más democrático que la decisión de los representantes municipales y regionales elegidos democráticamente. Y tengo dudas porque mientras éstos serían asesorados por la flor y nata de los profesionales del sector, para un asunto técnico que al final se reduce a un problema de -gran- sobrecosto de obra, ese mínimo porcentaje del pueblo soberano, lo suficientemente concienciado y/o radicalizado votaría con el corazón, con las tripas o con el carnet del partido, no con la cabeza.
El sector conservacionista antepondría la imagen que desde niño ha identificado el edificio con su ciudad. Un icono de la madrileñidad. Recordarán cuando iban a jugar de pequeñitos a la Plaza de España y alguno se sentirá tentado de llamar al príncipe Carlos de Inglaterra para que nos recuerde cómo hay que defender la superficialidad de nuestro patrimonio histórico. Para ellos un icono urbano se reduce a su piel. Lo que suceda dentro no les interesa tanto. A eso llamo “votar con el corazón”.
Este verano he visto definir a este edificio como “franquista” y por tanto habría que acabar con él. A eso llamo “votar con las tripas”. Desde esa óptica el monasterio, perdón, el ministerio del Aire y una parte nada desdeñable de edificios de Chamberí y del Barrio de Salamanca como el Carlos III y la Fundación Gregorio Marañón -al menos su estética- merecen el oprobio. Ni que decir tiene que la Cruz de los Caídos debería ser pulverizada, pero… ¿Son franquistas la Torre de Madrid que hace esquina con este edificio, la Torre del Retiro, la Torre de Valencia o el Diario Arriba?
Refiriéndonos únicamente a los edificios nobles del centro de Madrid ¿Cuáles son de estética franquista? En Berlín se presume del estadio olímpico -rehabilitado por el mismo arquitecto que va a hacer la ampliación del Santiago Bernabeu- o del aeropuerto de Tempelhoff -que en estos momentos están estudiando su adecuación para centro de acogida de refugiados-, iconos ambos de la arquitectura nazi.
En Roma exhiben con orgullo el complejo EUR mussoliniano y en Como la “Casa del Fascio” –así, como suena- está considerada uno de los más importantes edificios de la arquitectura universal del Siglo XX ¿Deberían mantenerse solo los edificios de los emperadores romanos buenos y tirar los de los malos? ¿Quién dibuja la línea? El Edificio España es un edificio privado que aunque tenga un look modelo “glorioso imperio” muy del gusto del dictador, merece su propia consideración histórica.
Wanda expuso su estrategia a un Ayuntamiento de Madrid -el de Ana Botella- cuyos políticos -no sus técnicos- tenían un sistema de valores muy distinto al de los políticos del actual ayuntamiento. Desde la “Operación Chamartín” a la “Manzana de Canalejas”, sus criterios de intervención en el centro de la capital son muy diferentes. Sus planteamientos ante la regeneración y la gentrificación de los barrios a que darán lugar no tienen nada que ver. Si a Wanda le dieron expectativas de que podría tirar la fachada y ahora se las quitan obligándole a asumir el sobrecoste, buscará con toda lógica compensaciones. Si no aquí, en Campamento o si no en ese megaproyecto diez veces más caro que aún no sabemos dónde va a hacer (ABC, 25 junio 2015).
Pero lo que por ahora sabemos es que Wanda va a pelear -con sus argumentos- por derribar las fachadas. Se está jugando mucho dinero. Si al final lo consiguiera estaremos ante un asunto que provocará fricciones y será objeto de ríos de tinta ¿Reconstruir las mismas fachadas? Las del Edificio España se corresponden con criterios constructivos, estructurales y compositivos basados en los conocimientos técnicos de los años 50. Hoy los edificios se conciben, se proyectan y se construyen de otra manera. Mimetizar el chapado de piedra o el llagueado de los ladrillos sin más aportación intelectual, sería Disneylandia. Pensemos en las diferencias entre una operación de cirugía hace 60 años o en la actualidad. El gran debate del Edificio España no habría hecho más que empezar.