Una granada contra la cara de un menor

22 de abril de 2021 01:59 h

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Ayer miles de personas migrantes y racializadas que iban a trabajar en curros duros y explotadores, muchas en situación irregular aún, cruzaron el umbral del tren de cercanías de Madrid y se dieron de bruces con carteles en los que se prometía para el futuro inmediato de España racismo, xenofobia, segregación y violencia policial contra ellas a cambio de votos. En particular, la ultraderecha volvía a usar, para su pulso con la izquierda, de entre todas las vidas extranjeras, las de los más vulnerables, los menores de edad que migran buscando un destino lejos del hambre, como el chico de 12 años que hace poco recibió una paliza de un señor español en la calle. Adolescentes habitantes de centros de internamiento como el de Hortaleza, que fue atacado con una granada de mano de 200 TNT lanzada por gente que vota a Vox en masa, casi cuatro millones la última vez. 

Qué es ese cartel sino una granada simbólica, cargada de la metralla del odio y la mentira, impactando en la cara de un niño lejos de su casa. La nada sutil imagen pagada por un partido al que le importan un pito las personas mayores y que pretende, de llegar al Gobierno, desmantelar el sistema público de pensiones. Allí estaba, sin veto, orondo en pleno Sol, a la vista y paciencia de los usuarios del transporte público y ahí sigue, la cara de una pobre señora blanca de pensión exigua contrapuesta a la de un mena marrón pijoprogre terrorista. De seguro tan aburguesado y amenazante con su sueldo de 4700 euros al mes, como el que murió atado y asfixiado en un centro de menores de Almería. 

A esa misma hora en que entramos al metro y somos atropellados por el nivel de salvajada al que están llegando las elecciones madrileñas, en Estados Unidos el policía asesino de George Floyd es hallado culpable y condenado por todos los cargos que se le imputaron. 

Si Floyd hubiera sido asesinado en España su asesino seguiría libre. De hecho Floyd ya fue varias veces asesinado en España, en los cuerpos de Lucrecia Pérez, de Samba Martiné o Mame Mbaye y sus asesinos siguen libres. Allá lo logró el Black Lives Matter, acá querellaron a Rommy Arce. Biden salió a decir que “el racismo sistémico” es “una mancha en el alma de nuestra nación”. Muy bien por él. En twitter tacharon “la mancha” de su declaración y quedó mejor, mucho más exacto: El racismo sistémico es el alma de Estados Unidos y también es el alma de España, potencias colonizadoras y racistas que siguen tratando a las víctimas de la esclavitud y el expolio imperial de siglos, a los hijos y nietos de esa devastación con la misma violencia con la que amasaron sus fortunas y construyeron su supremacía. 

En medio del fuego cruzado de la derecha racista española y la izquierda blanca de este país que no se compromete de fondo con el antirracismo hay vidas huyendo del dolor y soportando más dolor de quienes deberían acogerlos y repararlos. ¿Cuándo va a decir Pedro Sánchez en un discurso que los ataques a niños migrantes son racismo institucional en última instancia también de su gobierno y sus instituciones, que la violencia contra ellos, el encierro y una tutela que no se corresponde con los derechos humanos, responde a su inacción, a su falta de voluntad? Va a quedarse cruzado de brazos porque se consuela pensando todas las noches cuando se acuesta que al menos no es Abascal y mientras tanto Vox seguirá poniendo a niños no blancos en la diana con fake news que se tragan unos cuantos millones de españoles. 

Aún parece que queda un trecho para ver convertirse las pequeñas y crecientes manis de resistencia migrante en una gran movilización antirracista en España, que crezca de una manera tan exponencial, contagiando a muchos niveles la sociedad como el Black Lives Matter en USA. Y aún así, allí alguien tuvo que morir para esto, se necesitaron cantidades ingentes de dolor y muerte para encender la llama de la indignación general. A la condena a un policía le falta mucho para ser justicia. Y a nuestras sociedades les queda un largo trecho para ser humanas. 

Aún no interpelan lo suficiente, al parecer, los crímenes en el mar, la persecución, el encierro en CIES y la deportación de migrantes. No toca hondo, no moviliza, la criminalización de menores de edad desprotegidos, golpeados en la vía pública. No calan muy dentro las imágenes de gente racializada insultada y escupida en el metro por existir, por ser moro, negro o panchita. No extraña que haya tan poca presencia pública de personas no blancas, que participen tan poco en política, que sean cuotas para tranquilizar consciencias. ¿Qué más hace falta para que despierten? Todas son prácticas estructurales, propias del racismo institucional, de este sistema que funciona como una bomba de racimo de la desigualdad: Algunas bombitas parecen más pequeñas que otras pero se activan para provocar diversos tipos de daño y con la misma letalidad, expandiendo su metralla indiscriminadamente y destruyendo las vidas de mucha gente. 

Luego el PP y el PSOE dirán que no vieron venir a Hitler. 

Hay que atajar la brutalidad de la derecha y la ultraderecha, y no callar más ante la pasividad de esos sectores de la izquierda que solo normalizan el racismo. Solo podemos hacerlo con una movilización antifa y antirra, que señale estos actos de odio cada vez que sea necesario, denunciando su ilegalidad, cerrándoles en bloque el paso desde la calle, porque si lo esperamos desde las instituciones igual ya es demasiado tarde. Hasta que la Junta electoral o la Fiscalía hagan algo, empecemos por arrancar esos carteles con uñas y dientes.