El presidente de Argentina, Javier Milei, aterrizó en España por un asunto netamente político, puramente ideológico: apoyar a su amigo Santiago Abascal en un gran acto de Vox, que concitaba en presencia u online a los líderes ultra que pueden acabar con la gran coalición de centro que gobierna Europa. Milei convocó a los grandes empresarios españoles, en parte para darse coartada tras las críticas que ha recibido en su país a cuenta de un viaje sin contenido institucional. Estos acudieron, junto a la CEOE, pretendiendo que el dinero de sus carteras se podía separar de la intención de la visita de Milei y de sus declaraciones antisistema. Al fin y al cabo, ellos no tenían nada que ver con eso, solo estaban mirando por sus inversiones y sus empleados. Como si la política empresarial y sus representantes no fueran y hayan sido siempre parte de lo público y lo político.
No les dio pistas el hecho de que el argentino obviara los estándares mínimos de la diplomacia y viajara a cargo de su erario público –y del nuestro por los evidentes motivos de seguridad– sin saludar ni al Gobierno, ni al Rey ni al Congreso. Debieron pensar que no iba con ellos, que al fin y al cabo hacen negocios, no política. Se pusieron equidistantes y se olvidaron de que su voz pesa, y que la hacen pesar cuando quieren en temas políticos, como pasó con la ley de amnistía.
Pudieron declinar o buscar otro formato, pero cayeron en el error de acudir para dar gusto al presidente, que rellenó su agenda con ellos por disimular las carencias de un viaje sin sentido para los argentinos y sin impacto institucional para los españoles. Tampoco les dio pistas que el 9 de junio se vota el modelo de los amigos de Milei o el modelo moderado en la UE con el que sus empresas han prosperado y crecido. No les importó ser convocados fuera de las reuniones bilaterales que organizan los gobiernos, que tienen agenda y contenido claro. Tampoco les dio pistas que hace unos días, los grandes empresarios alemanes (Siemens, BMW o Bayer, entre ellos) se hayan unido contra la extrema derecha y los extremismos para no destruir “lo que hemos construido”.
También se hicieron la foto, que ni representa al tejido industrial de España (más del 90% de las empresas de este país son pymes) ni a su composición. Una maraña de corbatas que valida una visita personal del señor que llamó al Papa “maligno de la tierra” o que dijo que entre la mafia y el estado prefiere “la mafia”.
¿Debían acudir a la llamada de Milei o era una falta de respeto que ponía en riesgo sus intereses? Ellos, que dirigen grandes compañías, saben lo difícil que es elegir y que muchas veces hay que elegir un mal menor. Podían decidir, decidieron acudir y han pagado las consecuencias con comunicados explicativos y condenatorios de las palabras del presidente argentino sobre la mujer de Pedro Sánchez, además de que han pagado una factura reputacional. Sus inversiones no les obligaban a hacerse una foto y bailar el agua a quien vino sin una idea clara más allá de saludar a unos amigos ultras y de sembrar discordia. Si el dinero, como defienden, es solo negocio, debieron quedarse en casa. Pero la patronal y las grandes empresas decidieron, queriendo o no, hacer política.