Sabemos que están ahí. Habitan entre nosotros. Braman contra los rojos, los moros, los maricones, los que no visten, ni peinan como Dios manda… Son esos cafres que a veces nos encontramos en los bares, en reuniones familiares, en los centros de trabajo... Hay quien los considera la cuota facha de nuestra sociedad. Van más allá los que todo lo solucionarían persiguiendo, apartando, expulsando, matando… Odian. Son peligrosos. No es de recibo confiar la seguridad de todos en esta gente que hace llamamientos para perseguir o matar a una parte de la sociedad.
No me siento protegido, sino amenazado, sabiendo que una noche en Madrid puede pararme en la calle alguien que representa a la autoridad, pero considera a “Hitler, un señor”, manda “a tomar por culo a los progres de mierda”, llama a “hacer cacerías de guarros”, dice que “hay que matar al cerdo del coletas” y que Carmena es “una zorra vieja”, que debe tener “una muerte lenta y agónica”, como merece “su equipo de gobierno”… No son los más indicados para llevar un arma. Son un peligro social.
Los mensajes del chat de la Policía Local de Madrid no son solo una vergüenza nacional, son una amenaza. Como tal debería tratarse. Para proteger a los que son el blanco de su odio y por el buen nombre de este cuerpo de seguridad. Es un insulto a la inteligencia que debamos considerar “bromas” los comentarios de supuestas fuerzas del orden público, que amenazan a otros compañeros, señalan a otros ciudadanos, ensalzan el nazismo y manifiestan semejante odio, desequilibrio y falta de profesionalidad.
Quizás sea un problema de raíz. Quizás sea producto de ese fascismo social con el que convivimos, de fachas, racistas, homófobos y trogloditas en general. Unos dirían que son minoritarios, otros que abundan más de lo deseable y que, incluso, algunos ejercen la autoridad. Quizás sea porque se sienten superiores, impunes. Quizás sea por esa rémora ignorante con la que aún habitamos, que hace gala de la amenaza al que no es, ni piensa como ellos. ¿Toleramos demasiado? Los soportamos, los sufrimos, pero no debiéramos confiarles las armas y pagarles por ello.
En este tiempo de homenajes a Franco, de misas por el dictador, de fundaciones que protegen la herencia de un asesino, de burlas de cargos públicos a víctimas que siguen en las cunetas, de honores y aún prebendas con el fascismo, hay quien reduce al ámbito de la privacidad tener a policías de apología nazi o que añoran la matanza de Atocha. En otros países, no habrían durado en el puesto ni lo que tarda en borrarse un whatsapp.
Se creen más españoles que nadie, más machos, más garantes de las esencias patrias, pero son una rémora para el país que debemos ser. Llaman a matar y perseguir a los que no piensan como ellos y así vemos con estupor sus llamamientos a la “cacería” guarra. En defensa propia y en beneficio de todos, los “guarros” exigen a la autoridad competente una limpieza en el cuerpo de los “justicieros”, que amenazan con “limpiar las calles”, pero tienen la mente tan sucia.