Guerra es la respuesta a la guerra que los yihadistas aplicaron en París. Guerra es el fracaso que paga la población. Guerra en forma de fundamentalismo, de cerebros carcomidos en nombre de la religión, de miseria, pero también guerra del negocio de las armas, del mercado del petróleo, del miedo, del oportunismo político, del racismo y la xenofobia.
La brutalidad asesina sufrida el viernes ahí al lado, en Francia, se suma a la barbarie que sufren cada día los sirios o los iraquíes. La misma sufrida el 11-M en España. Ninguna está justificada, porque nada justifica una matanza. Toda guerra la paga la gente y hay además una víctima inicial que es la verdad. ¿Por qué no se le cuenta al pueblo de dónde consiguen el dinero los terroristas de DAESH, el origen de todas sus armas y la condescendencia en determinados países que les ha permitido moverse con cierta impunidad? Nada de esto tiene respuesta sencilla, porque no se da, pero no sean tan ingenuos como para pensar que los servicios de inteligencia y, por lo tanto, los gobiernos, no nos lo podrían explicar.
Los terroristas son lo que son: asesinos que hacen negocio con el terror, con los secuestros y hasta con quienes escapan de su siembra del pánico, como hacen los refugiados. Ahora bien, esta barbarie no se puede explicar sin el impulso y la financiación llegada de países como Arabia Saudí, Qatar o Kuwait. No puede decirse que por canales oficiales, pero sí por la vía del petrodólar, que busca el poder y por ende el máximo lucro en Oriente Próximo. El control de Siria e Irak hace años que está en juego, que derrama muertos cada día y que está simbolizado en patéticas imágenes de codicia e ignominia, como la del trío de las Azores. Aún no sabemos dónde están las armas de destrucción masiva, pero sí el petróleo.
Los negocios con dictaduras como Libia o Arabia Saudí llevan a situaciones tan complejas como que los saudíes, gran potencia económica del mundo árabe, compran armas a países como Francia y España, pero también ha sido saudí la financiación de Al Qaeda y de los terroristas del llamado Estado Islámico. Paradojas que vemos además en Siria, donde el equilibrismo se ha enquistado entre derrocar a un tirano asesino como el presidente Bachar al Asad o apoyar a los rebeldes entre los que también están los terroristas que quieren eliminarlo.
El problema es complejo y mienten quienes digan que se arregla bombardeando. Igual que un fundamentalista puede inmolarse una noche del fin de semana en una discoteca de tu ciudad, un político ansioso puede complicar aún más el avispero, nervioso por un año electoral. Hay una gran diferencia entre ambos y es oportuno anotarlo: uno ha perdido la razón y quiere morir matando. Del otro y de los demás que nos gobiernan esperamos que sepan conseguir hábilmente la paz, que apuesten por la vida, que renuncien a la ceremonia de la confusión y se sumen de una vez por todas a un definitivo no a la guerra.