Se conoce como “hipótesis del mundo justo” la teoría de que las personas merecen lo que les sucede. Funciona como un mecanismo de defensa para evitar la idea de que cosas trágicas o negativas pueden sucederle a cualquiera. Si puedes convencerte de que las víctimas merecen lo que les ha pasado no necesitas temer nada porque, como tú no te lo mereces, nunca soportarás el mismo destino. Felicidades, estás a salvo en tu privilegio. Toma, un pin.
Pensé en esta hipótesis del mundo justo leyendo el libro No lo haré bien (Editorial Arpa), de la periodista (y compañera) Emma Vallespinós. El ensayo expone, con un reguero interminable de datos, testimonios y reflexiones, las causas y consecuencias del llamado síndrome de la impostora, o cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas. Vallespinós analiza al detalle un animal de compañía insaciable que convive con muchas de nosotras, se sube en nuestro regazo y nos pide que lo alimentemos varias veces al día: el autoboicot, ese que “aparece todas aquellas tardes en clase en las que queríamos levantar la mano, pero al final no. Cada una de las ocasiones en las que nos han interrumpido. Todas las ocasiones en las que nos hemos sentido invisibles. Todas las veces que hemos preferido callar, dejarlo pasar, ceder, no participar. No porque no quisiéramos. No porque no supiéramos. Nos faltó valor”.
Hay algo estructural detrás, claro, no es casualidad que tantas mujeres se sientan o hayan sentido así alguna vez en sus vidas. El autoboicot se alimenta de la falta de referentes, de esos “cállate” o “calladita estás más guapa”, de ridiculizaciones, de momentos en los que te has sentido menos valorada que tus compañeros hombres, de congresos de expertos sin una sola mujer, de juicios por cómo hablas, por cómo vistes, por tu timbre de voz, por tu físico, por cómo habrás conseguido llegar hasta ahí. Como recuerda Emma, citando a la periodista Elisabeth Cadoche y la psicoterapeuta Anne de Montarlot, “si a las mujeres a veces les falta confianza en sí mismas es ante todo una cuestión histórica, de presión social, de familia, de lenguaje, de creencias (…). La falta de confianza de las mujeres es consecuencia, en buena medida, de una herencia histórica. Es el resultado de siglos, incluso milenios, de supremacía masculina”. Porque durante mucho tiempo hemos sido meras invitadas al espacio público. En definitiva, dice Emma, “es bastante más fácil creer en uno mismo si no te ponen en duda sistemáticamente”.
La reacción lógica por parte de algunos y algunas ante esto podría ser la misma con la que funciona la hipótesis del mundo justo: pensar que si una mujer se ha sentido cohibida, silenciada o ridiculizada alguna vez es porque ella ha querido; es su culpa por no haber alzado la voz, por no haberse reivindicado, por no hacer nada para luchar contra ello. Fíjate en David contra Goliat, bonita. ¿Acaso David no luchó por lo suyo? En fin, mira “que os gusta haceros las víctimas”.
Me parece importante la tesis del libro No lo haré bien en este tiempo en el que parece que siempre recibes el mismo diagnóstico sea cual sea el problema: necesitas creer más en ti misma. Como si en Teletienda pudieses comprar el “Ultra Action Confidence”:
Mujer con dudas: Uf, no me atrevo a hacer esa ponencia en público. No sé si estoy a la altura. Nunca he hablado delante de tanta gente.
Voz de Teletienda: ¿Sabes con qué se soluciona eso, mujer? ¡Con “Ultra Action Confidence”! Aumenta tu confianza un 99%. Págalo en tres cómodos plazos. Si no consigues los resultados esperados, te devolvemos el dinero.
Los mensajes de “solo necesitas creer en ti misma” están bien, es importantísimo creer en uno mismo, pero a veces ignoran las fuentes estructurales de la inseguridad. Se confunde el síntoma (la aparente incapacidad de las mujeres para promocionarnos) con la causa. El lema sería algo así como: las mujeres sois las que necesitáis cambiar, no el mundo tal y como está montado.
El problema es que yo puedo tener más confianza que Donald Trump y aun así ver frenada, por ejemplo, mi proyección laboral, porque todavía persisten muchos factores externos que no dependen de nosotras. Voy al más obvio: la brecha salarial, que sí, por supuesto, sigue lacerando la autoestima laboral de las mujeres. En España la brecha salarial sigue situada en el 20,9%. El salario medio anual del empleo de los hombres es de 27.322 euros, frente a los 22.601 euros que perciben las mujeres, según el último informe de Comisiones Obreras (CCOO). Hay sectores donde es más flagrante como el de actividades inmobiliarias: 17.982 euros de media de ellas frente a 28.297 de ellos. En el caso de actividades profesionales científicas y técnicas la brecha es casi de 10.000 euros anuales: 23.593 euros de media para ellas, 33.541 para ellos. Añado más datos: de los trabajadores a tiempo parcial, el 75% son mujeres. De las 35 empresas más importantes del Ibex35, en verano de 2022 solo cinco tenían en su despacho a mujeres. Aunque lo que más frena, en realidad, son las pequeñas actitudes sexistas que van minando poco a poco, como una gotita de agua en la frente.
Es marzo de 2023 y quizá estamos en uno de los momentos en los que se percibe una reacción más violenta al feminismo, a nuestras reivindicaciones y circunstancias. No se trata únicamente de una campaña orquestada entre misóginos con altavoz (que también), es ya una reacción de masas a un movimiento de masas. A veces es una reacción sutil, incluso bienintencionada, pero está ahí presente (otra vez con la turra feminista, qué pesaditas, si ya tenéis igualdad, qué más queréis). No lo olvidemos: la reacción antifeminista no se ha desatado por el logro de la igualdad plena, para la que todavía queda mucho, sino por la mayor posibilidad de que podamos alcanzarla.