Tenemos que hablar de Salvini

En la habitación europea se ha colado un elefante del cual nadie parece querer hablar. Se trata de Matteo Salvini, pinchahimnos playero, líder ultra de la ultra Liga, ministro del Interior italiano y el hombre que abre y cierra los puertos azurros cuando le sale de sus partes sin que, aparentemente, sus socios de gobierno del antes destemido e iconoclasta Movimiento Cinco Estrellas, los intocables jueces o los circunspectos señores y señoras que mandan en Bruselas y en las cancillerías europeas, antes tan valientes con los pobres griegos, puedan hacer nada salvo lamentarse y llorar por las esquinas; como los niños a quienes les quita la merienda el abusón durante el recreo.

Ese paquidermo macarra y tan poco acostumbrado a trabajar y ganarse el pan con el sudor de su frente, como nuestro pinchahimnos nacional Santiago Abascal, tiene hoy casi todas la papeletas para convertirse en el jefe del Gobierno de uno de los cuatro grandes de la UE. Pese a la inminencia del peligro, nadie en la Unión parece dispuesto a hablar de él. Se prefiere ignorarlo, haciendo como que no existe, pretendiendo que Italia sigue siendo un socio fiable donde las instituciones continúan funcionando con normalidad, no solo cuando le da la gana a Salvini, y se respetan todos los acuerdos, no solo aquellos que le convienen al elefante.

La otra estrategia favorita de los socios comunitarios consiste en tratar de apaciguarlo, dándole la razón en el fondo pero no en las formas, o reconociendo lo legítimo de sus mensajes xenófobos, racistas y falsos porque, a fin de cuentas, Europa siempre debería ser primero para los europeos, porque la caridad bien entendida siempre ha de empezar por uno mismo.

El resultado de ambas desastrosas opciones salta a la vista. El elefante engorda más día a día porque nadie se lo impide y porque, además, le dan la razón y le alimentan entre todos. El vergonzoso caso de Open Arms ofrece el ejemplo más dramático y sonrojante de una Europa donde ningún gobierno o institución Comunitaria se atreve a denunciar y sancionar como se merecen las acciones y decisiones ilegales de un irresponsable peligroso, convencido de que la ley es él y la democracia la lleva en la entrepierna. Líderes y aspirantes a líderes europeos se esconden unos detrás de otros. No vaya a ser que corran el riesgo de perder algunos votos defendiendo unos principios y unos valores diferentes, basados en la libertad, la solidaridad y la igualdad.

Salvini no es un formulador de políticas. Es un fabricante de indignación. Él no gobierna, se indigna y señala culpables con su dedo acusador para embrearlos y echarlos del pueblo. Él no toma decisiones, identifica enemigos. A este tipo de reyezuelos solo se les puede derrotar generando, precisamente, lo único que no saben hacer y les aterra: políticas. En un duelo de indignaciones ganará siempre porque no conoce ni la verdad, ni la decencia.

Salvini no se va a ir porque hagamos como que no está. No va a desparecer solo porque decidamos no verlo. Cada día le saldrán imitadores como Albert Rivera o bufones que se ofrezcan a llevarles la huevera, como Marcos de Quinto, listo para tuitear que los migrantes se ahogan en el Mediterráneo por lo bien cebados y lo gordos que están. A ver si lo vamos asumiendo, antes de acabar llorando por no haber hablado antes sobre cómo había que tratarlo.