Hablemos del informe PISA
Pero de verdad. No para arrearnos unos a otros, como hemos escuchado y leído esta semana en la gran mayoría de foros políticos y medios de comunicación. Vamos a hablar del informe PISA en serio para ver si aprendemos algo, que buena falta nos hace a todas y todos.
Vamos a dar por buenos los datos del informe, aunque se presenten bajo la infantil fórmula de los rankings, y vamos a dejar a un lado, pero sin olvidarlas, las potentes y más que válidas objeciones metodológicas que arrastra el propio proyecto, desde los evidentes sesgos ideológicos en su planteamiento y en la elaboración de sus conclusiones, a los groseros errores muestrales que lastran su diseño o los severos déficits de validez y fiabilidad que acompañan al trabajo de campo.
España invierte, de media, alrededor de 1.500 euros menos al año por alumno que la media de los países de OCDE, la distancia se agranda cuando la comparación se realiza con la media de la UE15. Lleva siendo así desde siempre, con algunos breves lapsos de tiempo cuando la distancia se acortó. Constatando los catastróficos titulares y las tremebundas valoraciones que ha generado el informe en 2023, no queda más remedio que concluir que, en España, al sistema educativo no se le pide que funcione bien; se le pide que haga el milagro de los panes y los peces y empate e incluso bata por goleada a países que invierten en su educación mucho más que nosotros desde hace décadas.
Pueden tomar como referencia el informe que quieran del año que quieran. Los resultados de nuestro sistema educativo siempre han estado por encima de lo que nos correspondía y corresponde de acuerdo con nuestro esfuerzo en recursos. Siempre hemos estado rozando la media de los resultados de la OCDE, superándola incluso puntualmente en algún momento y competencia. Los malos resultados generales en esta edición nos han situado levemente por encima de la media de la OCDE. No es para celebrarlo pero tampoco para declarar luto nacional por la educación de los chavales.
Se ha dicho -los autores del informe los primeros- que el bajón mundial ha de achacarse a la pandemia. Es cierto. Se trata del primer PISA que mide los costosos efectos del Covid que todos anticipábamos y que llevará casi una década redimir. Que un país que invirtió bastante más en ayudar a la hostelería, que en auxiliar a los centros educativos para incrementar sus capacidades digitales en la enseñanza virtual, haya resistido mejor que la media y por encima de países como Francia o Italia, si no es el milagro que le pedimos cada informe PISA al sistema educativo, se le parece mucho. Un logro conseguido, además, sin abandonar el Top10 de países con los sistemas educativos más equitativos del mundo.
Hay otra cosa que este informe mide por primera vez de manera bastante fiable: los efectos de los recortes brutales efectuados sobre nuestro sistema educativo durante la Gran Recesión. Los chavales evaluados son quienes más directamente han padecido su impacto y ha resultado demoledor. Una vez más, por desgracia, la historia se repite.
A la fenomenal expansión de gasto y calidad educativa de la década de los ochenta, le siguieron los salvajes recortes de la segunda mitad de los noventa y el inevitable retroceso en cuanto a resultados. Los años de la burbuja de Aznar sirvieron para todo menos para recuperar el retroceso en inversión en educación. Los gobiernos de Zapatero cambiaron esa tendencia y se recuperó parte de la inversión perdida, logrando que los indicadores se acercaran de nuevo a la media de la OCDE.
Durante la Gran Recesión nuestros índices educativos sobrevivieron gracias a ese esfuerzo efectuado durante la segunda mitad de la década del 2000. Ahora ha llegado la hora de pagar la cuenta de la Gran Recesión y nos va a llevar otra década satisfacerla, mientras apenas hemos logrado retornar a las cifras de inversión previas a la crisis financiera. Pero de eso mejor no hablamos, no vaya a ser que descubramos que para obtener los resultados que deseamos hay que invertir más y haya que subirle los impuestos a alguien.
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