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Hola puta

Hace muchos años contraté a una puta. Lo hice con mi marido pero en realidad yo era la más interesada –él tenía sus remilgos– porque me moría de ganas de tener sexo con una mujer in media res y tenía dinero, que ganaba como periodista –ahora con mi sueldo de periodista no podría permitírmelo–. En fin, era un servicio a domicilio. Llamamos por teléfono y vino a casa. En esa época y en ese país donde vivíamos no abundaban las prostitutas que atendieran a hombres y mujeres, ni a parejas, pero al final la encontramos. Aquella vez fue muy lindo. Recuerdo que nos reímos mucho con esa chica, que intercambiamos nuestra ropa sexy como jugando a ser la otra. Volvimos a llamar una vez más, aunque ya no hubo tanto feeling.

La última campaña española contra la prostitución #HolaPutero, me interpeló, porque –aun guardando las distancias entre mi corta experiencia de putera y la de un consumidor habitual de sexo con prostitutas–, me ponía automáticamente en la categoría de alguien que, según el vídeo, había contribuido con su granito de arena a la desigualdad de género en el mundo, “comprando mujeres, comprando esclavitud”.

Mientras no dejaba de parecerme loable que el mensaje viral pusiera por una vez el foco sobre el cliente y no sobre la mujer trabajadora –finalmente, es lo mínimo que podría esperarse de sus creadoras, activistas feministas–, cada vez me iba chirriando más cómo una problemática compleja como la del trabajo sexual se iba reduciendo a un a favor y en contra, e ignorando que en el “hola putero” estaba implícito el “adiós, puta”.

Es lo que, desde que empezó a circular la campaña, han venido señalando, a través de sus redes, las trabajadoras sexuales organizadas: la usurpación de su lugar en esa lucha. Aunque la reivindicación es vieja, hay muchas caras nuevas denunciando la “putofobia” fuera y dentro del feminismo.

Georgina Orellano, la impresionante líder de las prostitutas argentinas, ha dicho más de una vez que “ser feminista es darle derechos a otras mujeres y la oportunidad de elegir cosas que no necesariamente elegiríamos para una”. Según Georgina, todo lo que les pasa no les pasa por ser putas sino por ser mujeres. “¿Tenemos que explicarles otra vez que esto es trabajo?”, clama. “En la calle se sigue llevando la policía a las compañeras. Y en la calle la policía no te pregunta: ‘¿sos abolicionista, sos reglamentarista, sos pro-sex, sos puta feminista? Te llevan presa igual”.

En los países latinoamericanos, abolicionistas de pura cepa, el uso del espacio público para el trabajo sexual está criminalizado. Hasta el 90 por ciento de prostitutas alguna vez ha sido agredida por la policía, que recibe cada semana de ellas su bono para que las dejen trabajar en paz.

El video de #HolaPutero parece dirigirse solo al putero –por cierto, como si fuera el macho oficial, cuando sabemos que tenemos al macho en el despacho de nuestro jefe, en la cama, en el partido en que militamos, en el colectivo del que formamos parte y en cada esquina, es más, que el putero y el que está aquí al lado son la misma persona. No pasa desapercibido, sin embargo, que en este video a todas las putas se les llama esclavas. A la vuelta de hoja del criminal está la víctima. Pero, ¿son víctimas todas las prostitutas? Aunque las haya, en un gran porcentaje, la respuesta es no.

Lo que ocurre aquí es que mujeres que no ejercen la prostitución se están arrogando la potestad de llamar a otras esclavas, cuando estas, que son las que ponen el cuerpo, no se identifican de esa manera. Que haya víctimas de trata no hace menos legítimos los reclamos por derechos de las putas en activo. Se está llamando esclavas a miles de mujeres que han convertido a la puta en su identidad política. ¿No es acaso eso negar su empoderamiento? ¿No es desconocer su lucha social concreta por adquirir ciertos derechos, por sindicalizarse, por buscar más protección y mejoras determinadas en su ejercicio laboral mientras nos encaminamos hacia el tan soñado fin del capitalismo cosificador de la mujer? ¿Por qué no hablamos de cómo nos explota a cada una de nosotras el patriarcado y dejamos que ellas hablen de cómo lo padecen en sus carnes? ¿Las seguimos llamando esclavas?

Si nos vamos a tirar las verdades en la cara para ver quién está siendo verdaderamente consecuente en su lucha contra la feminización de un tipo de trabajo como traba para la igualdad de género, me pregunto cuántas feministas tienen a una mujer, menos privilegiada, migrante y racializada, limpiándole la casa, cuidándoles los niños o sacando a pasear a sus padres. ¿Les vamos a negar derechos laborales a las trabajadoras del hogar? Claro que no. ¿Para cuándo un #HolaPatrona? ¿Son todas esas mujeres empleadoras unas esclavistas? No, solo las que mantienen regímenes esclavistas. Mientras llega el comunismo feminista, las putas piden lo mismo, nada más y nada menos.

Hay que diferenciar la crítica a la prostitución como sistema de explotación, que involucra a los proxenetas, a las mafias, al Estado, que perpetúa la desigualdad y la cosificación de nuestros cuerpos, con la estigmatización e invisibilización de las putas, en toda su diversidad, las que ejercen libres y las que sufren la trata, las sindicadas y las no sindicadas.

No reconocer sus derechos como trabajadoras es convertirlas en chivos expiatorios de los dilemas que plantea una institución como esa a la sociedad en su conjunto. Si bien hay consenso en que hay que cuestionar un sistema que nos cosifica a todxs, que nos condena a la explotación o a la autoexplotación, en lo que hay que seguir insistiendo es en la necesidad de que se reconozcan derechos laborales a las mujeres que ejercen y quieren ejercer la prostitución y se ofrezcan alternativas de trabajo a las mujeres que no.

“¿Hasta cuándo vamos a seguir discutiendo, compañeras”, dice Georgina, “si las que estamos entre cuatro paredes con el cliente, gozando o no, somos nosotras. Si nosotras no nos ponemos de acuerdo, ¿qué carajos les vamos a pedir al Estado? ¿Qué me estás proponiendo, sacarme de una esquina para llevarme a la fábrica?” Al final de su charla TED, Georgina cuenta que hace unos meses su hijo Santino le contó que a la salida del colegio un amigo suyo quiso molestarlo frente al resto señalándolo y gritando: “la mamá de Santino es una puta”. ¿Qué le contestaste? le preguntó ella con el corazón en la boca. Santino le respondió tranquilamente: “le dije mi mamá no es una puta es la secretaria general de todas las putas del país”. Sí, putísima, re-puta, re-jefa. Si esto no es empoderamiento, nada lo es.