Hombres de partido en campaña

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Había una vez un cartero de una pequeña ciudad que solo se emborrachaba dos veces al año. El día de su cumpleaños, el 15 de abril, y en el aniversario de la muerte de su hijo, que había puesto fin a su vida, suicidándose en la gran ciudad. El cartero andaba tres días seguidos tambaleándose entre los muros de la ciudad, hasta que se le pasaba. Durante esos tres días nadie recibía correspondencia alguna. El contacto con el mundo exterior se interrumpía. Joseph Roth cuenta esta historia en su relato Abril. Historia de un amor. Lo recuerdo ahora que España se pone en modo elecciones, se desconecta de la realidad y todo parece una borrachera persistente y colectiva. Llevamos meses dando tumbos y de forma cada vez más violenta pero ahora entramos oficialmente en campaña, encadenando comicios vascos, catalanes y europeos. 

El PP parece manejarse en este estado de embriaguez electoral mejor que el PSOE, aunque sepa, o quizá porque sabe que es casi irrelevante en Euskadi y Cataluña. El difícil parto que ha dado lugar a la designación del candidato Alejandro Fernández ha sido como meterse en la cabeza de Feijóo durante cinco minutos, una experiencia desconcertante. Alberto Núñez Feijóo es un político experto en desmentirse a sí mismo sin que se note demasiado, al contrario que Sánchez, que se lleva la contraria a voz en grito. En el caso del presidente popular, a veces se produce el desmentido antes que la declaración a desmentir, lo que contribuye a la perplejidad general, incluso dentro de su propia formación. Fernández, que es un buen político con una línea clara de derecha sin concesión al nacionalismo, lo ha vivido en carne propia. “Alejandro es buen candidato, pero no es un hombre de partido”, dicen de él en el PP de Feijóo, Para no decir que en realidad es más de partido que Feijóo, porque no se ha apartado un milímetro de la línea señalada por el Partido Popular para Cataluña. El que ignoró al partido fue el presidente, en aquel absurdo off the record gallego en el que se comunicaba que el PP había valorado la amnistía y podría incluso indultar a Puigdemont dependiendo de las circunstancias. Fernández se manifestó abiertamente en contra de los contactos que la dirección nacional mantuvo con Junts y ha estado castigado hasta que no ha habido más remedio que levantarle el castigo. No sin reticencias ni peajes, porque Feijóo es un jefe que valora extremadamente la lealtad, siempre que no se la pidan a él.

No es un defecto exclusivo de los populares, los hombres de partido abundan y escalan en todas las formaciones políticas. Su objetivo es avanzar hasta que se confundan partido y líder, intereses propios con intereses del partido y estos con los intereses del país. Puigdemont lo sabe bien, por eso ha añadido su nombre al de su formación, en un intento de que el elector no distinga entre ideas, personas, políticas y patrias. George Plunkitt (1842-1924), conocido líder demócrata de Nueva York, acuñó el término “honest graft” para referirse a la “corrupción admisible”, es decir, la derivada de aprovechar las oportunidades que surgen cuando se ocupa un cargo público. Plunkitt escribió: “Este es un glorioso país construido por los partidos y no pueden mantenerse unidos y fortalecerse si no recompensan a sus militantes y penalizan a los que van por libre”. No sé si Feijóo conoce a Plunkitt pero sigue su discurso al pie de la letra. Por eso ampara a Isabel Díaz Ayuso en el supuesto fraude de su pareja pero considera una deslealtad que Fernández señale las líneas rojas ideológicas de su partido en Cataluña. Feijóo da la vuelta al célebre mantra que dice que “lo que sucede, conviene” para establecer que lo que le conviene, termina por suceder. Como la presidenta madrileña, Feijóo cree que las urnas avalan cualquier dislate o incoherencia, que cualquier resultado es interpretable y que lo que pasa en campaña, se queda en campaña. Siempre que uno sea un hombre de partido.

En un discurso que el escritor David Foster Wallace pronunció ante los estudiantes de Kenyon College, en Ohio (EEUU) contó la fábula de los peces. Dos peces jóvenes se cruzan con un pez más viejo, que les saluda con un “¿Cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguen nadando hasta que uno de ellos mira al otro y pregunta: ¿Qué es el agua?. Foster Wallace explicaba que las realidades más obvias, ubicuas e importantes son las más difíciles de notar, ver y explicar. En campaña electoral esta dificultad se multiplica y no sabemos distinguir qué es lo fundamental, aquello que nos va a permitir seguir nadando aunque ya no sepamos qué es el agua. Joseph Roth nos recuerda que abril es el mes en el que la expectación reina en el aire y todo lo que tiene vida debe mantenerse despierto. Porque en abril, solo “los irrelevantes y anodinos se quedan, seguros, en casa”.