Si hoy hay en Madrid una nueva forma de hacer política institucional, esa forma se llama Ahora Madrid. Antes tuvo muchos nombres, y cuando era una mancha de energía incontenible y se extendía viscosa y penetrante por calles y plazas, se llamaba 15M, Mareas, Marchas por la Dignidad, PAH…Fue ya entonces una emergencia social que se movía en los márgenes del sistema, una auténtica emergencia cultural que hoy se presenta como un estimulante reto electoral para esta ciudad.
Ahora Madrid, como los Ganemos o Barcelona en Comú, representa una nueva concepción de la política que ha venido para quedarse. Una cultura política más transversal, más activa, más conectada, más horizontal y, sobre todo, más relacional. Una forma de entender la política que tiene la medida de las cosas, y apuesta por un municipalismo integrador y democrático en el que priman esos vínculos de proximidad y esa cohesión social que exige la gestión de los bienes comunes. El municipio ofrece a la gente un foro local, descentralizado, cercano; un lugar genuinamente propio en el que no resulta tan difícil participar y debatir. Porque no es sólo importante participar, es importante también la sede en la que un@ lo hace, especialmente cuando, como decía Ferrajoli, el Estado es ya demasiado grande para las cosas pequeñas, y demasiado pequeño para las cosas grandes.
La cultura política del nuevo municipalismo tiene más que ver con una vivencia de interacción (no mediada) que con un discurso; con la conexión emocional y el funcionamiento en enjambre, más que con las rígidas construcciones piramidales a las que estamos, lamentablemente, acostumbrad@s. El sistema en red, mutante y policéntrico, se mueve ahí como un pez en el agua y consigue alterar ese paisaje político plano, mecanizado y moribundo que hemos venido sufriendo a lo largo de estos años. O sea que la cultura de Ahora Madrid, la de los Ganemos o la de Barcelona en Comú, es interactiva, empática y persuasiva, porque conecta bien con la vida cotidiana de la gente.
Por eso, esta mutación de la que hablo va más allá de la hegemonía discursiva y agresiva que proponen algunos, y se acerca a lo que Beasley-Murray llama la política de los afectos, los encuentros y las experiencias colectivas; ya sean las experiencias rutinarias del barrio, del Centro Social o del Círculo, o las más extravagantes y excepcionales, porque todas ellas son imprescindibles para construir una “ciudad”. Y esto es importante porque es en la “ciudad” donde puede surgir y fortalecerse la unidad popular como un sujeto de soberanía; allí es donde se ensancha la agenda política con el relato de las personas de a pie, y allí es donde pueden atenderse adecuadamente muchas de sus necesidades y problemas.
Así que estamos frente a una cultura de la descentralización que estimula una relación centro-periferia profundamente adaptada a la idiosincrasia y la narrativa de cada comunidad. Y ello a pesar de que no faltan resistencias, ni de las viejas estructuras, ni de algunas de las emergentes. Nuestra Constitución, por ejemplo, dificulta cualquier fórmula plurinacional de convivencia (federal y confederal) o cualquier pretensión de autogobierno desde el momento en que hace depender la descentralización del gobierno central y el Tribunal Constitucional (para muestra, el botón de la STC de 25 de febrero de 2015 sobre la ley catalana 10/2014 de consultas no referendarias). Esto se ha profundizado, sin duda, con la vergonzosa reforma del artículo 135CE que, entre otras cosas, desactivó las competencias y limitó la financiación de las instancias autonómicas y municipales, y con la reforma del régimen local (Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local) que lamina a los Ayuntamientos, las sedes políticas más democratizadas, empobreciéndolos y reduciéndolos a su mínima expresión. Y, aun con todo, repito, se están iniciando caminos muy diferentes.
De hecho, la transformación cultural que los experimentos municipalistas están suponiendo, ha tenido ya un efecto directo sobre los partidos convencionales que se han visto obligados a cambiar sus estrategias electorales optando, en muchos casos a cara de perro, por candidatos honorables e incontestables que, curiosamente (o no), no han formado parte de sus filas, y apostando también por sistemas de elección más participativos (primarias, referendums, consultas), con pretensiones de autenticidad y transparencia. El inmovilismo del PP en este contexto no significa nada. No habla tanto del proceso, como de las tripas del partido, de su desconexión con la realidad, su errática orientación y su composición sectaria y “militoide”. Que el PP haya pensado en Esperanza Aguirre o Cifuentes como candidatas en Madrid, en un momento como este, y por más que puedan tener opciones, es un indicador de casposismo preocupante que se debate entre lo kitsch, lo irrisorio y lo patético.
En fin, en todo caso, y aunque algún@s no quieran verlo, son muchas las señales que nos indican que ha llegado el momento de un nuevo municipalismo y del protagonismo ciudadano. Porque much@s están hart@s de adherirse a proyectos políticos monolíticos fraguados en conciliábulos, camarillas y despachos. Porque no quieren ser tutelad@s por paternalismos visionarios, carismáticos y/o caudillistas. Porque no quieren líderes verticales, ni caras, ni castas. Porque quieren ser ciudadan@s activ@s que asuman la participación política como una virtud cívica o un deber de civilidad, y porque saben que solo lo serán cuando ejerzan como tales. Porque son soberanos, y la soberanía, por definición, no se concede, sino que se siente y se ejerce. Porque quieren deliberar y empoderarse, y no solo ganar unas elecciones. Porque quieren que les representen, pero no quieren delegar. Porque quieren crear una comunidad inclusiva desde la que definir y salvaguardar sus preciados y ya escasísimos bienes comunes. Porque ya han hecho parte del trabajo en las calles, y ahora ni lo pueden, ni lo quieren detener. Y porque, en definitiva, fortalecidos ahora en una corriente común, son conscientes de que, por fin, ha llegado la hora de escribir su propia historia.