Soy una hormiga enloquecida, con vosotros

Sentada en el quicio de un café de Tetuán contemplo el paso de los ciudadanos, chilabas, capuchones, y pienso en las hormigas. Cuando una toma distancia no puede cerrar los ojos. La distancia pone a desfilar lo que no miramos, o sea nosotros.

¿Dónde estamos y quiénes?

Suena el gallo, amanece, revisas twitter, recargas facebook, lincas cuatro artículos, les echas una ojeada, pones la cafetera, tratas de pergeñar una opinión en frase única, llevas la pantalla y el café a bailar el vals del correquetepillo, tecleas opinión y link, mientras carga abres otro artículo, piensas que cuando leías El País estaban Verdú y Savater, cuando leías El Mundo, Umbral, ahora que lees treinta y siete diarios y revistas y blogs, te harían falta cuarenta gallos de otras tantas mañanas para sentirte saciada, abres Gmail, empiezas a contestar el primero de treinta, salta el chat, sí muy bien, buenos días, sí, los críos bien, te aparece una @ en alguna pestaña, te indignas como una mona con el párrafo dos del artículo, ¿de quién era el artículo?, prometes enviar un texto esta misma semana a los estudiantes ¿de qué facultad? a quienes juras haber recibido una entrevista, sí a la conferencia en Gajanejos, sí a la cena del viernes, sí a la reunión de padres, vuelves a indignarte con lo último que aparece en el refresco parece que de Público pero quizás es Le Monde, no hay tiempo para responder, sueltas un favorito, seis me gustas en facebook, ¿de qué artículo hablan? Las ocho, ¡niños! Dan las ocho y esto no ha hecho más que empezar, ¡niños, los calcetines!

En el té verde, sobre el barullo de menta fresca, flotan tres capullos tiernos de jazmín. A lo lejos, una voz tiembla el pasado de una queja sostenida. Allá arriba, el Rif agarra la panza de las nubes para que los pájaros jueguen a perder el oriente. Lentamente, como quien desprende la venda de una herida pegada en pus y sangre seca, dejo que aparezca aquello en lo que nos hemos convertido, en lo que me he convertido. Una entre millones de hormigas corriendo enloquecidas en cualquier dirección después de que el zapato echara al muere la boca del hormiguero. Salta una causa, la abrazamos, salta la siguiente, soltamos lastre y a otra, todo termina en un abrazo ante el que hasta el peor amante vomitaría un Vete.

El tipo me mira y me ofrece otro té, un chorrito moroso de vida en expansión.

Dejamos hace tiempo que la información, o sea los medios, dictaran aquello que existía, y su orden, y su jerarquía. Delegamos en ellos nuestra mirada al mundo, nuestro criterio frente al poderoso, nuestro dolor y nuestro crecer. Ahora, de repente, aquellos medios que asumimos como conciencia, vigilia, autoridad y risa, se nos multiplican y nosotros tratamos de abarcar su proliferación, corriendo como miserables hormigas delirantes en mil causas de nada que revientan como pompas infantiles, o como campañas de solidaridad, o como crisis ecológicas de quita y pon, apaga la luz, enciende la pantalla y cuéntalo.

Le digo que sí, que otro con jazmín. “Siempre tiene jazmín”, me responde. Tomo uno de los nuevos capullos entre los dedos, me quemo, me lo meto en la boca y lo mastico hasta que su carnecita tenaz me amarga el paladar entero. ¿Dónde estoy? ¿Dónde estamos? ¿A dónde iré mañana que regreso al hormiguero? ¿Se vuelve, se vuelve alguna vez de una carrera hacia ninguna parte?