Hoy se acaba

El otro día escuché a un joven ejecutivo de la banca explicar cómo, después de abandonar su trabajo de actividad frenética, había tenido que reaprender a leer una novela. Debía forzarse a leer a un ritmo tranquilo, decía, línea a línea, resistiendo el impulso de mirar la página entera para ojearla con eficacia y entresacar lo sustancial. Desde luego esa capacidad de lectura es una virtud, pero no en literatura, donde es probable que durante muchas hojas realmente no haya nada esencial a lo que ir o, mejor dicho, lo esencial es todo. Me imagino echando una ojeada a las páginas de En busca del tiempo perdido para detectar lo esencial y aislarlo.

El verano parece la época más propicia para esta lectura pausada. Quien más quien menos ha tenido su novela para ese tiempo de vacaciones. Después, el lamento de “se terminó el verano” se acompaña con el gesto de abandonar los libros porque ya “no hay tiempo”. Tiempo hay, pero se pone al servicio del dinero, o sea de la producción, y, francamente, en una sociedad competitiva como la nuestra hacer una mayor cantidad de cosas y hacerlas a mayor velocidad supone una ventaja sobre los otros. Para destacar hay que ofrecer más prestaciones y estar siempre disponible.

La velocidad agota y de tanto gastar, nos desgastamos. Pero ahora gracias a los avances médicos y la ingeniería biológica se abre la perspectiva, como máquinas que somos, de irnos reemplazando las piezas defectuosas hasta volvernos casi inmortales. Erich Fromm se lamentaba de que el ser humano siempre moría incompleto porque no le daba tiempo a desarrollar, en los años que dura una vida, todo su potencial. Me pregunto si disponiendo de más tiempo emplearíamos este en “completarnos” o si sencillamente seguiríamos corriendo dando vueltas en la misma rueda de hámster. De momento decían que gracias a la tecnología íbamos a jubilarnos antes y a disfrutar de mayor calidad de vida y de más tiempo libre. En su lugar nos acercamos peligrosamente a los anuncios de coches: “La tecnología no sirve de nada si no te hace ir un paso por delante #SiempreelPrimero”. El primero en qué. Llegar rápido a dónde. Habría que desacelerar no solo la economía sino el talante.

En verano hay una visión de lejos que no se utiliza normalmente durante “el curso”. Es la de mirar las cosas como se mira la orilla cuando uno está nadando mar adentro. Desde allí se escucha de lejos el ruido de las olas al romper en la arena, los gritos de los bañistas. El barullo cotidiano, veloz, a la larga intranscendente. Hoy pienso que la vida es eso, esa oscilación, ese ir y venir desde la orilla al fondo y del fondo a la orilla. Pretendía escribir esta columna al menos a unos metros del bullicio de la arena de estos días.

Hoy se acaba el verano. Hoy también se acaba hoy.