Los hundidos y los salvados en el periodismo

29 de junio de 2021 22:56 h

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El pasado 21 de junio el Ministerio de Cultura anunciaba el Premio Nacional de Periodismo Cultural 2021. El galardonado fue el periodista y escritor Guillermo Busutil, granadino de 60 años y vecino de Málaga. Según el jurado es un profesional “polivalente de alta calidad” con una trayectoria de más de cuatro décadas en las que ha cultivado “con acierto” disciplinas tan variadas como la literatura, las artes plásticas y el cine. Además, señalaron que Guillermo Busutil había realizado “una aportación sustancial a la reflexión sobre el periodismo cultural en España”. Hasta aquí todo normal. Lo que quiero destacar es que Busutil, llevaba escribiendo 17 años para La Opinión de Málaga hasta que el pasado marzo prescindieron de sus servicios. Y antes dirigió durante 12 años la revista literaria Mercurio, de la Fundación José Manuel Lara, que cerró en 2019.

En conclusión: “No tengo contrato, soy el típico perfil de periodista cultural actual. Vivo en la independencia y la precariedad”, dice el reciente Premio Nacional de Periodismo.

Recordemos también que Guillermo Busutil tiene una decena de libros publicados, más participaciones en otras dos decenas de libros colectivos, desde antologías a novelas o libros de reportajes. Además de otras muchas actividades culturales, ha recibido numerosos premios internacionales de relatos junto al Premio de Periodismo de la Universidad y el Ateneo de Málaga, el Premio Espacio de crítica teatral y el Premio Antena de Oro como miembro del equipo del programa “A toda Radio” dirigido por Marta Robles en Onda Cero. Ahora, con 60 años y 35 de trayectoria profesional, está en el paro y en la precariedad. 

Unos días antes, el 15 de junio, el periodista Sandro Pozzi, con más de 25 años de profesión y afincado en Nueva York, desde donde colaboraba para LaSexta, Europa Press, El País o La Información, anunciaba que se volvía a España porque su situación laboral no le daba para sobrevivir allí: “Estiré todo lo que pude el chicle. Y si logré llegar tan lejos fue por el apoyo de mi familia, el respaldo de los colegas y la necesidad de contar entre tanto ruido. Pero estoy al punto del agotamiento y no puedo seguir esperando algo que no llega... un sueldo digno para vivir”. Pozzi había sido durante 20 años el corresponsal de El País primero en Bruselas y después en Nueva York. 

Son solo dos ejemplos de los últimos diez días de periodistas con décadas de experiencia y prestigio que no pueden sobrevivir con su profesión, imaginen los que puede haber a lo largo de años. O imaginen si no tienes ni la experiencia ni el prestigio de los anteriores. 

Eso sucede en un sistema comunicacional donde los periodistas del corazón y de la frivolidad ganan entre 3 y 4 millones de euros al año y los youtubers analfabetos de veinte años, 120.000 dólares al mes que, además, se van a Andorra para no pagar impuestos

Hace años, el Sindicato de Periodistas recurría al eslogan “Nuestra precariedad es tu desinformación”, para sensibilizar a la ciudadanía cómo nos puede afectar a todos la situación laboral del periodismo. Es curioso escuchar cómo las empresas recurren a escudarse en códigos éticos y estatutos deontológicos de sus profesionales para convencernos del control de calidad de sus contenidos. Pero en el modelo económico de mercado actual solo hay un código ético viable, que a tu jefe le gustes para que mañana puedas seguir trabajando. 

Me temo que en el periodismo pueda suceder como nos contaba Primo Levi (Los hundidos y los salvados) que sucedía en los campos de concentración nazis. “Los 'salvados' de Auschwitz no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de un mensaje; cuanto yo había visto y vivido me demostraba precisamente lo contrario. Preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de 'la zona gris', los espías”. Termina diciendo: “Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos”. Busutil dice lo mismo en su versión de periodismo cultural: “Si te atreves a criticar la programación de un museo, un teatro o cualquier institución, pasas a la lista negra. Si eso ocurre pones en peligro tu salario”.

Y si a usted lector no le preocupa la supervivencia de los periodistas (no se trata de promover solidaridad hacia el gremio), al menos piense cómo puede terminar una democracia en la que los ciudadanos se han de enterar de lo que pasa con este sistema de información y periodismo.