Aúllan. Diría Unamuno que “los hunos y los hotros”. La fatiga es insoportable. La barbarie retórica, los tuits incendiarios, las bobadas solemnes, las ocurrencias diarias, la nadería, la provocación, la bronca por la bronca, los comportamientos abyectos, el espectáculo. Hay pocos países con tanta afición a la pelea.
Se abre el telón y ahí están cada mañana. Unos, ahora ya hablan menos de contagios, muertos o confinamientos porque en Catalunya la “hostia, joder qué hostia” -que diría Rita Barberá- ha sido sin paliativos y no la pueden esconder con una mudanza improvisada que ha dejado en shock a un partido que se debate entre la ambigüedad calculada de Feijóo, los bandazos de Casado o los disparates de Ayuso.
Ayuso, esa presidenta que por fin se ha hecho un hueco en la lista de grandes oradores de la historia. No está claro si su lugar está entre Demóstenes y Churchill o entre Pericles y Lincoln. Ahí va la última prueba de su facundia: “Ya lo que nos faltaba era jalear la fiesta de niñatos que se manifiestan por un delincuente que tiene menos arte que cualquiera de los que estamos aquí con dos cubatas en un karaoke”. Ha dicho, adoquín en mano -igual que el difunto Rivera en aquel debate televisado-, sobre el aliento de Unidas Podemos a quienes participaron en las concentraciones de Madrid y Barcelona en defensa del rapero Hasel que se saldaron con varios heridos y detenidos.
No está sola. Tiene al lado a un vicepresidente con el que ella apenas habla pero no le anda a la zaga. Ni en la palabra sublime ni en los desatinos diarios. Aguado ha tenido a bien renombrar la estación de Atocha para llamarla “de la Constitución del 78”. Una deuda infinita que en su opinión teníamos todos con uno de los momentos más importantes de nuestra historia. Y, claro, la Carta Magna es “el mayor y el mejor punto de encuentro entre españoles igual que Atocha lo es entre personas de todas las procedencias”. Le ha faltado decir que además de constitucionalista la vieja estación será a partir de ahora moderada y de centro, como Ciudadanos, ese partido del que habla Arrimadas y ya no existe ni para los electores ni para muchos de sus cuadros, que calculan desde hace tiempo el momento oportuno para saltar del barco y buscar cobijo y salario en otras siglas.
Y mientras las derechas de Casado y Arrimadas se esfuerzan por camuflar una derrota antológica en las urnas y echar sus propias culpas a las herencias recibidas, la izquierda, que se ha impuesto con claridad el 14F, parece tener envidia de las zapatiestas y solo se le ocurre ofrecer munición con la que añadir lío al lío de tan edificante espectáculo político. Primero con un intento de sabotaje con el que “tumbar” en el Congreso la llamada “ley Zerolo”, impulsada por el PSOE, como respuesta a los reiterados intentos de Carmen Calvo de torpedear la llegada al Consejo de Ministros de la ley Trans redactada por Irene Montero.
Entre la normalización de la discrepancia y la búsqueda de votos para que decaiga un texto de tus socios de gobierno hay un salto cualitativo que deja ya completamente al descubierto la incompatibilidad personal entre algunos miembros de la coalición que preside Sánchez.
Los morados han terminado de caldear los ánimos con su negativa a condenar la violencia de algunos de los participantes en las protestas de apoyo a Pablo Hasel, como si oponerse a la entrada en prisión del rapero obligase a defender los violentos disturbios. Qué tendrá que ver el culo con las témporas. Se puede estar a favor de eliminar las penas de prisión para los llamados delitos de expresión y en contra de quienes queman contenedores y rompen escaparates. Por desgracia la violencia ya es un clásico que algunos energúmenos provocan entre quienes se manifiestan pacíficamente.
El inoportuno tuit de Echenique en mitad de la algarada -“Todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles. Ayer en Barcelona, hoy en la Puerta del Sol. La violenta mutilación del ojo de una manifestante debe ser investigada y se deben depurar responsabilidades con contundencia”- y los rodeos de varios dirigentes morados para evitar una condena explícita de los altercados ha llevado a la inflamada derecha a acusar a Pablo Iglesias de alentar la violencia y a acusar al PSOE de un silencio cómplice cuando la vicepresidenta Calvo había reprochado a primera hora de la mañana la actitud de sus socios: “Una cosa es defender la libertad de expresión y otra es alentar situaciones con heridos y detenidos”, dijo.
Todo esto mientras el CIS nos cuenta que la contienda por el 14-F y la polarización han impulsado a Vox en la escala nacional, con lo que puede significar para una democracia que la ultraderecha se haga con el liderazgo del bloque. Lo de Abascal no es solo que no pare de subir en intención de voto, es que ha acortado dos puntos la distancia con los de Casado, que caen por debajo de la barrera psicológica de los 2O puntos.
Esta es la escena que se interpreta sobre las tablas. Entre bambalinas, lo que hay es una negociación con la que Casado tratará, tras el varapalo de las urnas, de resituar su posición en el mapa con un acuerdo con Sánchez para la renovación de los órganos constitucionales que había bloqueado durante dos años y con la que el PSOE pretende demostrar a sus socios de gobierno quién manda y quién tiene capacidad y escaños para tejer alianzas en las políticas de Estado. Mal asunto si tras el fallido viaje de la nueva política, todo vuelve a ser como antaño entre los partidos del bipartidismo. Cuando llegue se preguntarán, “los hunos y los hotros”, qué hicieron mal y quizá será tarde ya.