Me van a disculpar aquellas compañeras feministas (algunas amigas y conocidas) a las que esta columna puede molestar. No es mi intención contribuir a esa muerte lenta por crispación a la que nos abocan los debates esterilizados de manera forzosa por quienes, desde su experiencia y clarividencia, no creen conveniente que se pueda conversar y debatir de algunos temas. Pido disculpas por molestar cuando esa no es la intención, pero no me voy a autocensurar por afirmar que el patriarcado, además de machista, es cisheterosexista y, por supuesto, clasista y racista.
No me gusta la rivalidad. Es una dinámica que me resulta incompatible con la transformación social. Entiendo que es humana, pero al igual que me pasa con el ego y la vanidad creo que nunca está de más hacérsela mirar. Si lo que buscamos es contribuir de manera comprometida, generosa y altruista a que cesen todas las violencias machistas y se reviertan las desigualdades estructurales, creo que tenemos que desprogramar algunos ajustes básicos del pensamiento cis-hetero-patriarcal con el que partimos por el solo hecho de haber nacido en esta sociedad. El mundo no va a cambiar si quienes lo habitamos no cambiamos. O dicho de otra forma, no puede haber transformación social ni podremos acabar con las violencias, también de género, si antes no hay decrecimiento personal honesto.
Las violencias machistas, como parte de las violaciones de derechos humanos, se multiplican y amplifican cuando en una misma mujer concurren distintas características personales y/o sociales, entre ellas, la orientación sexual, la identidad de género, la diversidad funcional, la clase o la raza. Mujeres diversas para las que, por mucho que les pese a algunos y a algunas, también debe servir el feminismo independientemente de que el biologicismo patriarcal las haya categorizado como mujeres al nacer o no. Lo contrario, será un movimiento excluyente.
Lamento enormemente que incluir en mi lucha feminista a las mujeres trans y otras disidencias sexuales no contribuya a la armonía y sororidad leal e incondicional que necesita cierto ‘feminismo’. Para mí, como feminista, es imposible no hacerlo al analizar desde esa perspectiva las violencias lgtbofobas, al igual que creo que debe hacerse con las xenófobas, las racistas y, por supuesto, las clasistas. Para mí el feminismo es denunciar violencias y opresiones, no colectivos ni identidades. Es luchar contra las lógicas del cis-hetero-patriarcado para que ganen terreno otras lógicas, las de los cuidados, la escucha y los encuentros. No entiendo a quien construye fronteras, por mucho que sienta la legitimidad que da la pertenencia a una clase, raza, género o condición. Tampoco entiendo a quien se apropia de voces que no son la suya haciendo un “activismo misionero” que reinterpreta la realidad desde su propia experiencia sin dejar espacio a quien, en primera persona, puede contar su relato sin intermediarios.
Pero sí entiendo que “otras identidades” me exijan como mujer lesbiana blanca que me mire hacia dentro y tome conciencia de cada uno de mis privilegios, y si lo entiendo es porque estamos juntas en esta lucha y para ello, tengo que llegar a comprender que, por ejemplo, solo por el color de mi piel, lo quiera o no, soy parte de un “grupo” que oprime. Al igual que a mí me oprime, muchos días, la homofobia que también puede provenir de las mujeres o el machismo de ciertos gais y así podemos seguir interseccionando opresiones en las que participamos todas y todos.
Dentro de unos días, el sábado 20, dará comienzo en Málaga uno de esos eventos que busca “conectar luchas y diluir sectorialismo en nuestros activismos revueltos”. Con la idea de crear espacios de intercambio y encuentro se lleva organizando desde hace meses el foro de Quorum Global. Posiblemente no sea perfecto (nada lo es realmente) pero en su esencia y motivación no está el adoctrinamiento ni las masterclass, sino abrir espacios para que se gesten respuestas colectivas y ciudadanas a las crisis que nos atraviesan cada día en lo cotidiano y lo más básico, en nuestra supervivencia como seres que cuidamos y necesitamos ser cuidados.
Un encuentro de estas características solo será posible si se reconoce que existe pluralidad, diversidad, disidencias, contradicciones y muy pocas verdades absolutas en los distintos activismos, también en los feminismos. Por eso el eje clave, el elemento común, el de la transformación social, solo es posible si 'trenzamos identidades' en vez de usarlas como fronteras que nos separan. La sororidad es tejer redes especialmente con las diferentes, con la diferencia. Es el arte de saber tejerlas lo que hace que la sociedad igualitaria pueda avanzar y evolucionar. La imposición, el ataque, el menosprecio, la agresividad y la burla son lógicas contra las que debemos luchar cada día como feministas. Y es que son dinámicas que se alejan de cómo deben construirse las relaciones que cambian vidas y deben vivirse las vidas que cambian la Historia. Las relaciones que nos transforman son las que nos hacen más libres, y es justo la libertad, más allá de mitos, la que debería ser nuestra meta colectiva para poder disfrutarla en lo íntimo y lo colectivo.