Las personas somos semejantes, debemos gozar de los mismos derechos y ser iguales ante las leyes pero no somos iguales en el sentido de nuestra identidad, no somos homogéneas. Y, por si hubiese duda, me gusta que sea así. Que no seamos homogéneas se debe antes de nada a la aleatoriedad de la genética pero también a causas culturales, el entorno familiar que nos cría y la cultura social, de clase y nacional, que nos envuelve.
Disculpen estas generalidades pero viene a cuento porque conversando con dos amigos que viven en Madrid, siendo oriundos de otros lugares del territorio español, sale, cómo no, el asunto de los catalanes, esos españoles heterodoxos, y uno dice algo así como “es más parecida una persona de Madrid a otra de Barcelona que una de un pueblo de Burgos a una de Madrid”. Y pienso que está completamente equivocado, primeramente porque parte de un tópico sobre el campo que oculta una realidad, las transformaciones socioeconómicas y culturales de los últimos setenta años han conducido a que haya muy poca diferencia cultural entre una persona que haya nacido y vivido en un núcleo mediano o pequeño del campo y otra en un barrio de una ciudad.
En las últimas décadas ha podido acceder a enseñanza y sanidad pública, viste como una de ciudad y piensa, consume los mismos contenidos que ofrecen las mismas televisiones y utiliza Internet. Las diferencias antropológicas han ido desapareciendo y se han acercado muchísimo. Pero, además, veo que lo que piensa sobre la poca o inexistente diferencia entre un ciudadano madrileño y otro barcelonés nada se lo desmiente en el entorno donde vive y en la información que le llega. Es decir, simplemente no diría eso si viviese en Barcelona o cualquier lugar de Catalunya, incluso en esos municipios donde se juntó la inmigración de procedencia española que no se integró en un proyecto común catalán y se siguen sintiendo españoles de Murcia, Andalucía, Extremadura, Castilla, Galicia…, y no catalanes.
En realidad mis dos amigos piensan en el fondo como esos inmigrantes que conciben su propia identidad debida a algo que históricamente fue tan decisivo como son el origen de sus progenitores y el lugar donde nacieron y crecieron. Todavía hace cuatro años un político madrileño fue allí a decirle a esa ciudadanía que votasen según la sangre andaluza o lo que fuese de la que procedían para que no votasen a partidos catalanistas. Es decir, les negaba el derecho a ser ciudadanos y ciudadanas catalanes y los reducía a colonos asentados en territorio hostil. Y eso que era “progresista” y todo lo demás.
Esos orígenes de la identidad personal son importantes o decisivos en nuestra esfera íntima, y quien niega el derecho a manifestarlos o tenerlos en cuenta nos niega como personas. Pero una sociedad democrática no se construye sobre esos elementos, sin embargo el nacionalismo españolista se caracteriza precisamente por aquello de lo que acusan a los otros nacionalismos, el etnicismo, y por la casi total ausencia de sentido cívico. Es un nacionalismo propio de súbditos de los Borbones y no de ciudadanía libre que decide en que proyecto colectivo quiere integrarse y ayudar a construir. Por eso hay catalanes nacidos en Asia, África, lugares de España que hablan catalán y castellano o una de esas lenguas simplemente y sin embargo se quieren y sienten ciudadanos catalanes, incluso son soberanistas además de republicanos. Debo desmentir a mis amigos, oriundos de otro lugar pero madrileños de facto, Catalunya es distinta lo que ocurre es que no la conocen. Y, debo decir, tampoco se molestaron lo suficiente en conocerla a pesar de que ambos trabajan con la información y la opinión, con la ideología, y estamos hablando de un asunto fulcral en la vida social y política.
El mero resultado de las elecciones pasadas desmiente que todos seamos iguales, porque si no nos comportamos igual en asuntos fundamentales será porque no somos tan iguales. En su Madrid, por ejemplo, suman más votos los partidos partidarios del franquismo mientras que en Catalunya en su conjunto, en Barcelona también, suman muchísimos más votos los partidarios de una república y del reconocimiento de Catalunya como una nación propia con derecho a ejercer la soberanía política. Un indicador semejante es la constatación de que las únicas comunidades donde Vox no obtuvo diputado fueron las tres reconocidas como nacionalidades históricas en la constitución vigente.
Lo mismo podría decirse de las encuestas que muestran como el territorio donde es dominante la identificación con la monarquía borbónica, su bandera, su himno, los toros, el flamenco, el monolingüísmo castellano y todo el repertorio simbólico y conceptual del nacionalismo español va desde una franja que separa Galicia de Euskadi y Navarra y a estas de Catalunya y el País Valenciá y Les Illes, hacia el sur ocupando toda la meseta, Extremadura, Murcia y Andalucía. Hay varias “dos Españas”, esa es una de ellas, y determinante. Al final, parece que lo que determina los campos es el tener una lengua propia a parte de la del Estado o no.
No, las personas no somos todas iguales. Las mujeres nos están enseñando el valor de su diferencia y abren el camino al reconocimiento de la diversidad en todos los campos de la vida personal y social. Y a mí no me gustan ni los toros ni el flamenco y mi lengua es el gallego portugués, aunque sepa hablar y escribir esta lengua que es la que el Estado impuso en mi país con todos sus medios a través de varias generaciones. Por lo tanto soy diferente a otras personas con las que comparto la cobertura que da o deja de dar este Estado a quienes lo pagamos, y quiero seguir siéndolo. Y si un día me empieza a gustar la música étnica de los gitanos andaluces pues muy bien también.
Sin embargo, tengo que decir que no deja de asombrarme la incapacidad de mis amigos, tan extendida en la ciudad donde viven, para reconocer y admitir que existe una realidad distinta a la suya. No es cierto que de Madrid a Barcelona se llegue en una hora, la distancia es enorme, puede que de décadas o siglos y hay quien no llega nunca a Barcelona. El aceptamiento del Estado existente como una realidad plena, histórica, cultural, identitaria, económica, íntima, conduce a negar las realidades que escapan a el o que lo niegan. Es cierto, quienes no tenemos al Reino de España por un Estado nuestro, como nuestro Estado nacional, cuestionamos su existencia por el mero hecho de existir. Es natural el impulso ideológico a negarnos y a desear nuestra desaparición, para que toda la población del Estado sea homogénea.
Las poblaciones bajo este Estado somos distintas desde muchos puntos de vista. La ideología del capitalismo ultraliberal, que pretende que seamos individuos solitarios separados de nuestro entorno y que no formamos comunidades humanas, se interpreta de modos diversos dentro de cada Estado, en el Reino de España adopta la forma del nacionalismo español: todos debemos ser reducidos a consumidores y votantes con derecho a votar una de las cuatro o cinco opciones que nos ofrecen este Estado y los partidos que lo expresan. Son inevitables los reproches a partidos que lo cuestionan, aunque lo hagan democráticamente. Que haya quien no comprenda que las diferencias políticas tan notables dentro del territorio de un Estado no son un mero juego electoral sino que expresan estructuras económicas y sociales propias, cultura y lengua propias y que tienen corrientes políticas e historia propias, se debe a lo débil que es en esa sociedad la cultura política democrática.
Como el saber no ocupa lugar (no es completamente cierto) si se leyesen otras historiografías que no fuesen la española, tan hinchada de ideología de castellanismo e ideología del Estado borbónico, que arranca con Ximénez de Rada −todo un personaje−, pasa por Modesto Lafuente y continúa en el siglo pasado con el ideólogo Ménendez Pidal y con Álvarez Junco, y leyesen también en otras lenguas, podrían leer a Josep Fontana, por ejemplo L'ofici d'historiador −hay traducción al castellano−, o Unha nación no mundo (A razón resistente) de Camilo Nogueira −no hay traducción−, en ese caso se comprobaría y comprendería que existen proyectos nacionales que vienen de largo y responden a necesidades de las poblaciones y no a caprichos de pérfidos políticos y de TV3.