Solo la ilusión puede sumar

31 de mayo de 2023 22:55 h

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A diferencia de quienes, a toro pasado, lo tienen todo claro, yo he de reconocerles que llevo desde el domingo por la noche algo desconcertado. 

Primero, desconcertado por los resultados electorales; luego, por la convocatoria anticipada de las elecciones. Y ahora, intentando no quedar atrapado en las dudas sobre lo que debe hacerse para salir bien parados del 23 de julio. 

Entre tanto desconcierto solo me atrevo a apuntar una intuición. Las izquierdas se lo juegan todo en el terreno de las emociones. Y para que salga bien, estas deben ser en positivo. 

Salir del desconcierto del domingo noche pasa por entender lo que ha pasado en las municipales y autonómicas. El diagnóstico puede parecer fácil, pero me temo que no lo es tanto. Entre otras cosas porque intuyo que no hay una sola explicación y nos falta distancia temporal, de la que disponen los investigadores sociales, pero no los actores políticos que han de tomar decisiones en pocos días. 

Me parece detectar corrientes de fondo globales que no son solo españolas. Hay quien opina que estamos en un nuevo ciclo conservador, incluso reaccionario. Y ponen como ejemplo la reacción contra las medidas para afrontar la crisis climática y la transición ecológica que se está produciendo en la UE. No me atrevo a negarlo, pero creo que eso no lo explica todo. 

Más bien me parece que asistimos a un ciclo largo, que comenzó con la gran recesión del 2008. Un ciclo marcado por el desconcierto, la insatisfacción, la falta de esperanzas de buena parte de la ciudadanía, especialmente las clases medias. Todas estas emociones las expresan los votantes pateando el tablero institucional a la mínima que se les da la oportunidad. De ser pateados no se salva nadie, ni los que en algún momento repartieron patadas a diestro y siniestro. 

Es un estado emocional que no necesariamente tiene que ver con las condiciones materiales de vida. Esta puede ser una explicación -quizás hay otras- de la contradicción que expresan las encuestas de opinión. La misma ciudadanía que en porcentajes muy mayoritarios declara que su situación económica es buena o muy buena, al mismo tiempo opina que la del país es mala o muy mala. 

Es verdad que los datos macroeconómicos son francamente positivos para el gobierno de coalición, sobre todo si se comparan con los retos afrontados y con otros países, pero no olvidemos que al mismo tiempo mucha gente lo está pasando muy mal. Ni tan siquiera las medidas acordadas, como subida del salario mínimo, reforma laboral, revalorización de las pensiones, políticas fiscales para reducir el coste de la energía o muchas otras, les alivian de las dificultades provocadas por la subida de precios de productos básicos, el aumento de las cuotas hipotecarias o la falta de vivienda de alquiler. Además, en este terreno de las emociones juega un papel importante la inseguridad y el miedo que despierta el futuro, incluso entre los que ahora están a salvo de la crisis. Un miedo que la derecha política y mediática sabe explotar muy bien. 

Todas estas lecturas, a toro pasado, solo pueden ser útiles si sirven para acertar en las decisiones que los diferentes actores políticos deberán tomar en pocos días. 

Entre las más importantes, será vital elegir bien el terreno de la contienda, el marco del debate. Aunque no sé si aún se está a tiempo de elegir. Ahora parece existir unanimidad en algo que algunos ya advirtieron en su momento.

Convertir las municipales y autonómicas en un plebiscito nacional le ha ido muy bien a la derecha para esconder el nefasto balance de gestión donde gobierna. Y le ha ido fatal a las izquierdas porque ha invisibilizado la buena gestión que algunos gobiernos, como el del Botànic, han desarrollado en estos años. Sobre todo, ha facilitado a las derechas la batalla en el terreno de las emociones y le ha ofrecido a la ciudadanía una razón para patear el tablero político.  

La pregunta para la que no tengo respuesta es cómo alguien como Pedro Sánchez, con muchos datos a su disposición y un buen demostrado olfato político, decidió meterse en este terreno pantanoso de un plebiscito sobre su persona. Se me escapa. Solo se me ocurre que ha podido ser por un exceso de confianza y seguridad en sí mismo, que suele ser un factor desencadenante de muchos accidentes, de montaña, de circulación y también políticos. Convendría no olvidarlo de cara al 23 de julio. 

Tengo la intuición de que se equivocaría el PSOE si plantea las elecciones generales como la segunda vuelta del plebiscito. Pedro Sánchez tiene un capital político espectacular, quizás único, tanto como los anticuerpos que genera y la capacidad de aglutinar a sus adversarios, que lo han convertido en el gran enemigo a batir. 

El necesario, pero quizás exagerado, protagonismo asumido durante la pandemia y después la guerra de Ucrania le ha convertido en la diana que las derechas le ofrecen a la ciudadanía para patear el tablero. Me ahorro explicaciones, porque la consigna de derribar al “sanchismo” o el simplista programa electoral de “Sánchez o España” lo explica todo.

Las izquierdas deberían encontrar otro terreno de juego en el que disputar la batalla electoral. Y esto pasa por generar ilusión entre tanto desasosiego. Algo más fácil de decir que de articular en este escenario de incertidumbres y miedos. Ilusión de futuro, aunque reivindique los logros del pasado. Ilusión para cohesionarse como bloque progresista sin alimentar con ello al bloque de las derechas. El miedo al fascismo solo convence a los ya convencidos, pero no sirve para cambiar la opinión de los que votan a Vox o al PP. Mucho menos en un entorno de tanta polarización emocional y crispación. 

Marcar el terreno del debate de las generales no será fácil, porque eso no lo deciden solo los actores políticos, con sus aciertos y errores. Aquí juegan, y mucho, los medios de comunicación. Y no solo por simpatías políticas. Sobre todo, por razones de audiencia, que es su gran obsesión -la de todos o casi todos- movidos por la batalla por su supervivencia económica. La bronca, los conflictos, venden y las reflexiones más serenas sobre políticas concretas venden mucho menos o eso nos han hecho creer. 

Algunos de los análisis más sosegados y sensatos de estos días insisten en que las izquierdas han perdido mucha más presencia institucional que peso electoral. Es cierto, aunque esa sea solo una parte de la realidad. Los datos hablan de una verdadera debacle también en votos en algunas fuerzas de la izquierda no socialista. Pocas se salvan.

Estos análisis que contextualizan y minimizan, sin ignorarlos, la reducción de apoyos electorales nos pueden ser útiles para generar ilusión y esperanza, que no es exactamente lo mismo que optimismo. Sobre todo si recordamos que la presencia institucional que ahora se ha perdido en algunos casos por los pelos, se había ganado en momentos más propicios, también por los pelos. 

Muchas alcaldías, estoy pensando en Barcelona o Valencia, y algunos gobiernos autonómicos salieron elegidos por los pelos. Lo mismo sucedió con la moción de censura. Y así ha sido con las muchas leyes aprobadas con pocos votos de diferencia y en situaciones límite como la reforma laboral. 

Aunque la diferencia de votos entre el bloque de la derecha y las izquierdas no ha sido pequeña y sería un error menospreciarla, no se trata de una diferencia insalvable. Eso sí a condición de que nadie se equivoque mucho o acierte demasiado a toro pasado. 

Es comprensible que el PSOE quiera buscar el tan añorado voto útil del bipartidismo perfecto. A condición de que no olvide que esta batalla electoral no se da solo entre dos partidos (PSOE y PP). Se va a ganar o perder en el mundo de los bloques políticos. Sin olvidar a otras fuerzas de implantación territorial limitada.

Las generales las van a ganar las fuerzas que mejor sepan articular la sintonía en el interno de los bloques. No tengo dudas de que el PP y Vox lo van a conseguir, incluso soslayando el terreno pantanoso de la constitución de ayuntamientos e investiduras en autonomías, en el contexto de la campaña electoral. 

En cambio, no estoy seguro de que las izquierdas lo sepan hacer, a pesar de que tienen el referente de la experiencia muy provechosa practicada por Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en el gobierno de coalición. Han sabido competir y cooperar al mismo tiempo. Desafortunadamente también ha habido momentos menos lustrosos. 

Es algo comúnmente aceptado que el resultado final, las mayorías suficientes para gobernar, va a depender de quién quede tercero (Sumar o Vox) y eso pasa por llegar al menos al 15% de los votos. A partir de esta constatación las cosas se complican, sobre todo en las provincias donde se eligen 5 o menos diputados, en algunas de las cuales además se presentan candidaturas territoriales. De ello también depende una parte del resultado final. 

No comparto la idea de que la convocatoria anticipada de elecciones dificulta las cosas para Sumar. Sin duda es un reto mayúsculo porque se tiene poco tiempo y muchos agravios acumulados durante muchos años. Pero no creo que las cosas hubieran sido más fáciles y conseguido mejor resultado dedicando los seis meses que faltan hasta diciembre para despellejarse en público, incluso aunque al final se hubiera alcanzado un acuerdo in extremis. Creo que el rápido movimiento por parte de Yolanda Díaz al registrar como partido Movimiento Sumar confirma mis intuiciones. 

Este espacio en construcción, que puede surgir de la galaxia en descomposición que nació del 15M, tiene dos grandes valores en positivo que está obligado a aprovechar. El bagaje político y emocional -mucho más importante en estos momentos- de Yolanda Díaz y el revulsivo electoral que puede suponer la unidad de todo este mundo. 

Se equivocan los que hacen cálculos electorales de lo que podría significar en términos de votos tener a Podemos dentro o fuera. Esto no va de unos cuantos votos -cada vez menos- que puede aportar Podemos, pero sí de los que puede aportar la ilusión y la esperanza de ir unidos y los que puede restar -serían muchos- ir separados y confrontados. Eso es así desde el origen de los tiempos.

La responsabilidad en estos casos siempre es compartida, pero no simétrica. Una vez queda claro que no tiene ningún sentido el espejismo de “Sumar con motor Podemos”, hace falta que de esa evidencia se saquen consecuencias en positivo. Hay que aceptar, sinceramente y con hechos, no solo palabras, que ahora es a Yolanda Díaz a quien le toca pilotar y dirigir este proceso en condiciones muy complejas. 

En la vida de las personas y de las organizaciones tan importante como saber llegar es saber marcharse. Además, esta es la imagen con la que al final suele quedarse la historia. A estas alturas todo el mundo –incluso sus adversarios- reconocen lo que ha aportado el movimiento que nació del 15M y que confluyó -por decir algo- con otras fuerzas políticas que ya existían. El papel jugado por Podemos durante estos años no está en duda, pero en estos momentos la mejor aportación que puede hacer es saber marcharse bien. Eso pasa por canalizar el capital político que aún tiene hacia una nueva casa común, que solo puede ser Sumar. Lo contrario sería un final muy triste, traumático e incluso injusto para todas las personas que tanto han aportado.

Solo generando ilusión en el futuro se puede sumar. En este caso se trata de una triple suma, para que el espacio político que representa Yolanda Díaz se haga realidad, para la continuidad del gobierno de coalición y para consolidar las políticas de progreso, igualitarias, europeístas y comprometidas con unas transiciones digitales, ecológicas y demográficas justas.