Los imbéciles de la bandera

2 de enero de 2021 22:23 h

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No se lo van a creer. Pero hay una serie de individuos que llevan 48 horas escandalizados porque un centro de flores les impidió ver una bandera de España proyectada sobre la fachada de la Puerta del Sol el día de las campanadas. Creen que alguien en TVE, por orden del Gobierno, ordenó construir un centro de flores enorme en apenas un par de horas para que la realización pudiera ocultar la señera que se le ocurrió a Isabel Díaz Ayuso proyectar sobre la fachada. El otro motivo de indignación fingida es que no se emitió la campaña de publicidad de Pescanova en forma de actuación de Nacho Cano que quisieron hacer pasar por homenaje a las víctimas del COVID. La razón fundamental de tamaña afrenta es que la izquierda es la antiespaña y se avergüenza de la bandera que la reacción se encarga en ubicar en los lugares que la tradición, que tanto dicen amar, jamás había reservado para la enseña nacional. Una reminiscencia del mismo pensamiento reaccionario que lleva hostigando ochenta años España. 

“Si triunfan, España se transformará en un país de imbéciles”, dijo en Salamanca Miguel de Unamuno a Nikos Kazantzakis en sus últimos días, apesadumbrado por haber creído que ese movimiento podría haber significado otra cosa que barbarie. Las bases culturales de los que hoy usan la bandera como mazo son las del triunfo de aquellos inanes que convirtieron España en un páramo de imbéciles con la inteligencia y los libros como enemigos. Los que quemaban bibliotecas y enarbolaban banderas y crucifijos. 

Los tontos de la bandera tienen una función definida y repetitiva. Restregártela por la cara y cuando les apartas la mano aludiendo a tu espacio personal acusarte de antiespañol. O inventarse la afrenta, como con un ramo de flores haciendo de figurado Muro de Berlín que atenta contra los valores de la civilización cristiana occidental. Han puesto la bandera de España en el Belén, como luces navideñas y en las campanadas, pero solo para victimizarse inventándose un escándalo con aquellos que ignoran su idolatría pendonil. Hace tiempo que conocemos su parafilia con el rojo y el amarillo sin que nos preocupe ni perturbe. Los ignoramos, nos dan igual, sabemos que usan los símbolos nacionales como un elemento de provocación y actuamos ante sus exhibiciones grotescas con desdén y conmiseración. Por eso tienen que inventarse los escándalos.  

La mayoría de los españoles estuvieron viendo las campanadas emocionadas con Ana y Anne, comentando el vestido de Pedroche, riendo con Ibai en Twitch o haciendo videollamadas con los que no pudieron asistir a las cenas. Les importaba poco el onanismo patrio de cada día de la derecha, no les importaba la bandera cuando se veía ni cuando no se veía. Estaban a sus cosas, que eran mucho más importantes que unas luces de colores en forma de enseña patria sobre una pared. Los imbéciles de la bandera son como aquel aldeano de Pío Baroja, individualista y sin sentido social, que si pudiera cerraba la carretera para plantar patatas. Solo que estos, además, les pondrían una bandera. 

Decía Camilo José Cela en su cuento llamado, precisamente, “El tonto del pueblo” que “la costumbre era la costumbre y había que respetarla; por el contorno decían los ancianos que la costumbre valía más que el Rey y tanto como la ley”. Por eso hay que entender al tonto de la bandera y dejarlo con sus costumbres de pobre hombre, rancio, pesaíco y con las entendederas justas para agitarte la banderica cuando pases por toda la cara. Lastimica, para eso han quedado. Aunque no hay que perder la perspectiva, los tontos de Cela eran buenos e inofensivos, estos solo buscan provocar con la bandera para justificar su agresividad con lo que llaman antiespaña y quedarse con la patria en exclusiva. Para ellos, para los imbéciles de la bandera, ya tuvo palabras Unamuno: “A nadie, sujeto o partido, grupo, escuela o capilla, le reconozco la autenticidad, y menos la exclusividad del patriotismo”.