Cuesta decidir qué indigna más de las increíbles aventuras de la familia Pujol en fabulosos paraísos fiscales. Irrita el escándalo injustificable de que, durante más de treinta años, se dedicasen a mover millones de una cuenta a otra convencidos de que las leyes y los impuestos obligaban a todos los demás, pero no a la familia Pujol. Pero cabrea y enfada aún más el sonrojante comunicado emitido por el patriarca. Con la pretensión de zanjar el asunto nos ha endilgado, sin la menor vergüenza, una fábula pretendidamente moralizante sobre un venerable abuelo preocupado por el futuro incierto de su hijo metido a político y un President interiormente torturado por ese oscuro secreto, debatiéndose año tras año entre las garras del doloroso dilema sobre regularizar o no la pasta gansa.
Como tantos otros personajes pillados en renuncio durante estos años de crisis e indignación, Jordi Pujol tampoco se ha enterado aún. La era de la impunidad ha terminado. Se acabaron los eufemismos. Las cosas ahora se llaman por su nombre. Los niños ya se han ido todos a la cama.
Emitir un panfleto lleno de mentiras aprovechando un fin se semana de puente no es dar una explicación. Igual que no lo es aparecerse en una pantalla de plasma. Que en semejante documento autoexculpatorio no se aclare plenamente ni la cantidad ni la procedencia del dinero ocultado, sólo acredita la voluntad de mantener el engaño, engordar la confusión y aprovecharse del afecto de los muchos votantes que cuando ven a Pujol aún reconocen al “molt honorable President” en quien confiaban.
Alegar que se trata de un asunto privado y familiar sólo puede buscar aprovecharse de la interesada confusión entre lo público y lo privado donde tantos siguen sacando tan buen provecho. Cuando uno se llama Jordi Pujol, el nombre importa. Cuando uno ha sido President de la Generalitat durante dos décadas, esconder millones de euros en paraísos fiscales nunca puede limitarse a un asunto privado. Se trata de un asunto escandalosamente público, igual que cuando el tesorero de un partido atesora decenas de millones de euros en Suiza o una trama corrupta paga las fiestas o viajes de la familia de un cargo público. Cuando se maneja dinero público y aparece dinero negro suele ser porque una cosa ha acabado llevando y trayendo a la otra.
Mucho menos puede pretenderse reducir el “Pujolazo” a un asunto privado cuando el propio Jordi Pujol y Convergencia han jugado siempre a identificarse con Catalunya, convirtiendo cualquier ataque o crítica en una agresión nacional contra el país. A algunos les parecerá injusto, pero no lo es. Si Pujol era Catalunya cuando ejercía de President o cuando defendía la consulta, no pueden decirnos ahora que no lo era cuando consultaba los extractos de sus cuentas en el extranjero.
No basta con pedir explicaciones, mostrarse decepcionado y recomendarle que reflexione. Todos los catalanes, favorables o no a la consulta, tienen derecho a que se investigue y aclare la procedencia del dinero de los Pujol porque, de una manera u otra, también es su dinero.