Apenas falta una semana para esta cita electoral que avanza en un contexto marcado por las mentiras, manipulaciones, toxicidades propagandísticas anti-feministas y ultraconservadoras, contribuyendo a acrecentar las incertidumbres y certezas ante el 28A.
Dos evidencias entre las certezas a mencionar. Por una parte, la preeminencia masculina de los liderazgos de esta contienda y de sus ideólogos económicos, algo que refuerza el imaginario simbólico de un monopolio de poder masculino que se resiste a dar entrada al tiempo de mujeres y de feminismo que se va abriendo paso, más lentamente de lo que le correspondería, de la mano de algunas mujeres brillantes en proyectos políticos progresistas. Por otra parte, la constatación de que la era de los gobiernos multipartidistas va camino de instalarse en nuestras vidas cotidianas mientras hacemos inmersión en la que será la semana decisiva para conocer las dosis de colores y el mapa de probabilidades para conformar la macedonia gubernamental.
Las del 28A no son unas elecciones legislativas más, el auge de la ultraderecha, de su capacidad para contaminar la agenda política, de propagar su discurso supremacista y de ideología antifeminista convierten esta cita electoral en una encrucijada en la que tendremos que decidir entre transitar por espacios y relaciones de convivencia democrática, superando sus déficit y emergencias sociales, o adentrarnos en la senda de la regresión e involución social.
Ni el ruido, ni la estridencia a lo 'macho-man' son casuales, obedecen a una pauta predeterminada para conectar con la frustración, la ira y el miedo, silenciando los programas electorales y cualquier debate sobre las consecuencias que tendrían en nuestras vidas la supresión de la malla de seguridad de los derechos sociales básicos. Cada espumarajo y ocurrencia escandalosa actúa cual cortina de humo para pasar de puntillas por los temas que más afectan a nuestras condiciones de vida, y ya no podremos decir que no lo vimos venir; la alianza trifacha andaluza debería ser un recordatorio de lo cerca que resuenan los Trump, Salvini, Orbán o Le Pen.
A la ultraderecha se la combate desde la democracia; es el camino que decido transitar y en el que nos vamos encontrando muchas personas, desde la movilización feminista y social, las instituciones, espacios de autogestión, de participación directa y también de representación.
Los programas electorales construyen relatos, en algunos de ellos se intuyen compromisos, más o menos serios, ante el cambio climático, la consideración del feminismo como motor de igualdad y la defensa de los derechos sociales; otros, en cambio, plantean restricciones directas de los derechos humanos.
Hemos aprendido que no todo vale, y en esta campaña convendría tenerlo en cuenta porque en ocasiones hay que hilar fino para desenmascarar lo que se esconde tras algunas de las medidas electorales. Creo que una cuestión de mínimos vitales es que, cada quien, desde su posición ideológica y su deseo de modelo de sociedad busque aquellas propuestas con las que pueda identificarse. En este sentido, reconozco que suelo prestar atención a tres cuestiones que para mí son fundamentales. Primero me fijo en qué papel se desprende de las expectativas dirigidas a las mujeres y las niñas, cómo se plantean los marcos de convivencia y a qué se espera que respondan sus vidas, en qué medida se conforma el criterio utilitarista sobre ellas para satisfacer o no las necesidades y deseos de otros grupos poblacionales. El máximo exponente de este aspecto al que me refiero es cómo algunos partidos introducen la mercantilización de procesos biológicos, aún cuando la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción humana asistida dice explícitamente que “será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor del contratante o de un tercero”. Lo siguiente que observo es la configuración de los derechos sociales y el compromiso explícito con los mismos, desde el nivel mínimamente aceptable de defensa y refuerzo de los derechos existentes al avance significativo de ampliar los derechos fundamentales para que respondan a la satisfacción de las necesidades humanas. Lo reconozco, me motiva la posibilidad de un nuevo proceso constituyente, a través de una nueva generación de derechos básicos que asienten las bases de un nuevo modelo de sociedad en el que contribuyamos colectivamente al cuidado de todos los procesos que sostienen la vida. El tercer aspecto que suscita mi interés es el programa económico y más específicamente la potencialidad de justicia redistributiva y equidad de género implícita en sus medidas.
Quiero imaginar que conseguimos activar olas de dignidad yendo a votar el 28A, por otras realidades vivibles y posibles de alcanzar, por nuestras madres, hermanas, hijas y nietas, por el derecho de todas a vivir vidas plenas, sin violencias, en los centros de trabajo, en las universidades y centros de enseñanza, en los mercados, en los barrios y en los hogares.
Hay mucho en juego este 28A y creo que aún tenemos margen para gestionar las incertidumbres hacia transiciones justas.