Indeseables por el mundo
Lo bueno de los residuos del franquismo es que matienen vivos los despojos del lenguaje. Es un chapapote de palabras que abrasa la memoria, como en los cuadros de Dalí cuando era niña [sic.] y miraba bajo la piel del agua (entonces el pintor titulaba así, aún estaba caliente en su imaginario la poética de su amigo Lorca). Una palabra residual que recientemente ha salido a flote es “indeseables”. La pronunció el otro día un general, o lo que fuera, de los Reales Tercios de España.
A Lorca, por ejemplo, lo fusilaron por indeseable, en concreto por maricón y rojo, los amigos de estos citados Reales Tercios de España. Bueno, no los amigos en persona, pero sí sus compañeros de armas, los sicarios al servicio de esa España grandilocuente, que se inventaron y que impusieron a sangre y fuego para destruir otra mejor y tan distinta, que estaba construyendo el pueblo español. Fue una guerra de las élites contra el pueblo. En España todo es jerarquía, todo va de arriba abajo, hasta las guerras civiles.
Durante la dictadura franquista, se dijo mucho la palabra indeseable. Estuvieron cuarenta años sin parar de pronunciarla. En aquella época, tenía un significado muy preciso, que hoy conserva en parte. Basta con buscarla en una edición actual del diccionario de la lengua de la RAE. Es cierto que, ahora, tiene varias acepciones, pero la primera acepción sigue siendo la de siempre. O por lo menos, no ha cambiado demasiado. Sin embargo, les dejo a ustedes que lo consulten (si quieren), pues aquí les voy a ofrecer la única acepción de “indeseable” que este diccionario recogía en plena vorágine, en plena guerra civil, acepción que caminó sobre las brasas vivas de la guerra recién acabada (es decir, sobre las decenas de miles de fusilamientos que siguieron, exterminio de indeseables).
Me refiero a la 16ª edición del diccionario de la lengua española de la RAE, con fecha en el lomo de 1939, frontispicio donde se lee el lema de “Año de la Victoria”, y pie de imprenta que indica que el libro se había acabado de imprimir el día 1 de julio de 1936. Toda la guerra estuvo retenido este diccionario. Una página previa, bajo un epígrafe en letras mayúsculas, que dice “Advertencia”, explica su historia, y empieza así:
“La presente edición del Diccionario estaba en vísperas de salir a la venta cuando las hordas revolucionarias, que, al servicio de poderes exóticos, pretendían sumir a España para siempre en la ruina y en la abyección, se enfrentaron, en julio de 1936, con el glorioso Alzamiento Nacional”.
¿Quiénes integraban esas hordas al servicio de poderes exóticos? Efectivamente, los indeseables. Queda claro leyendo la única definición de la palabra que contienen estas páginas puestas a resguardo de las “hordas” y de la “abyección”:
“Indeseable (De in y deseable.) adj. Dícese de la persona, especialmente extranjera, cuya permanencia en un país consideran peligrosa para la tranquilidad pública las autoridades de éste”.
De tal modo, cuando se le dice indeseable a un español, a una española, se le está despojando de su condición de español, se le está expulsando de España. Al final se quedaron ellos solos, y por eso a tanta gente le da vergüenza volver, para no encontrárselos. Porque siguen expulsando, llamando indeseables, a quienes no piensan como ellos. (Nota para la posteridad: también sucede a nivel local). En España, todo es muy español.
Se le atribuye a Cánovas del Castillo la famosa frase que dice: español es quien no puede ser otra cosa. Eso, si no te echan antes. Porque, desde su fundación, España ha sido tierra de expulsión de comunidades enteras, de judíos, de moriscos (esta sale en la segunda parte del Quijote), de jesuitas...
Tampoco figura, en esta edición de 1939 del diccionario de la RAE, la acostumbrada lista de los académicos con sus correspondientes cargos. De una u otra manera, se los habían cepillado a todos por indeseables, y aún no habían constituido la asfixiante Real Academia franquista. Así fue en todo, un vaciado exhaustivo. Sobre ese hueco inacabable, sobre esa fosa tan honda, hemos cimentado nuestra actual democracia.
Por eso, porque se abre a nuestros pies el vacío de todo lo que fuimos, nuestras esperanzas se tambalean a cada paso. Por eso, casi cincuenta años después de muerto el dictador, la gente sigue sin esperar, por ejemplo, que su esfuerzo vaya a ser reconocido en ninguna parte. Lo han dicho las encuestas más recientes.
Un país se construye con el mérito de cada ciudadano, de cada ciudadana, y ya no creemos en el mérito propio, sino, de nuevo, en el enchufe, en la designación a dedo, en cualquier cosa que no dependa de nosotros mismos. Esto es porque no tenemos nada a qué agarrarnos. Ni siquiera a la cultura, desconfiamos de ella, parece demasiado voluble, terriblemente frágil, y sin embargo, en otras partes, es lo que salva a los países y a las personas.
En una España donde la población ha dejado de confiar en la meritocracia, los residuos del franquismo exigen con gritos anacrónicos creer ciegamente en los méritos de sus compinches, a quienes ellos designan como pares en sus ceremonias chocarreras. Así, aquel extraño general de los Reales Tercios también llamó “malnacidos” a quienes no reconociesen los méritos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ¡gestionando la pandemia! En el diccionario actual de la RAE, malnacido no se define, sino que remite a indeseable. Siempre es lo mismo.
No solo es a causa de nuestra historia, también de trata de nuestro clima, ya que la verdadera culpa de todo esto la tiene el abandono de la dieta mediterránea. De ahí que insistan una y otra vez en que les gusta la fruta, como le encantaban los plátanos al gorila Maguila. Lo que en el gorila Maguila era pajarita y tirantes, en estos generales de sainete castizo y chulesco es fajín y chatarra. Les gusta la fruta con sabor a dictadura bananera.
Hay que reconocer que, después de Naranjito, nadie ha hecho tanto por la fruta en nuestro país como Isabel Díaz Ayuso. De acuerdo, también estaban los Fruitis, pero estos fueron unos adelantados a su tiempo. Han tenido que transcurrir décadas para que las ciudades de España se llenen de fruterías calle a calle. También el turismo ha influido en la expansión de estos comercios. A un turista, le das un plátano y se va más contento que el gorila Maguila. O un vaso de plástico con cuadraditos de piña y de sandía. El turista ya no viene a España por su gastronomía. Esto lo saben en Madrid, la capital del turismo, y por eso su presidenta autonómica declara que le gusta tanto la fruta. La derecha española empieza en una carnicería y acaba llevando un régimen frugívoro. ¿Han visto las fotos de los gerifaltes de los Reales Tercios? Se cambia de régimen, pero no de guerrera.
Fraga, el fundador del partido de Ayuso, era más de garbanzos, corrían otros tiempos. Entonces se decía “casa de comidas”, en vez de “espacio gastronómico”. Porque la gente quería comer, y quería aprender (ahora, en vez de aprender de las cosas, esperamos que las cosas nos aporten, la cuestión es pillar, y que nos lo den hecho). En aquella época, te encontrabas con un señor de derechas de toda la vida, como Miguel Herrero de Miñón, y te soltaba al principio de sus memorias ('Memorias de estío', ed. Temas de Hoy, 1993), que “el estío, aparte de rimar con hastío, es una estación ambivalente”. Tenía un cultivado gusto por la rima consonante.
Aunque aún tengan a Mayor Oreja, en el Partido Popular de hoy ya no hay oído. Díaz Ayuso rima a lo basto, como lo haría la legendaria Madame Pimentón en la taberna de Eladio, en las cercanías del Real, que decían los clásicos, ante unas judías con chorizo o unos huevos fritos con tomate. En todas partes del mundo, hoy la gente prefiere votar a sus vedetes antes que a sus políticos. El mérito ya no vale nada. Ni siquiera se le supone. Nunca Manuel Fraga titularía un libro suyo Me gusta la fruta. Ayuso, ya no podrá titularlo de otra manera.
Queriendo parecerse a Carmen Miranda, por lo menos a su sombrero, Díaz Ayuso ha acabado hablando como Carmen de Mairena. Es otro residuo del lenguaje, de la historia, de la política, lo mismo que los Reales Tercios de España. Todas las Españas que existen están dibujadas en Goya. La de aquí, se encuentra en ese hombre dormido, con la cabeza hundida sobre sus brazos, de El sueño de la razón... Los búhos, las lechuzas, los murciélagos y los gatos que lo envuelven esperan a que caiga la vieja y monstruosa fruta.
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