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Indignación social: un volcán que puede estallar

El rey Felipe, durante su visita a Paiporta este domingo. EFE/ Biel Aliño

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Vaya por delante que lo primero es atender a las víctimas de la DANA que ha causado tan grandes destrozos en Valencia, pero también hay que reparar en la explosión de ignominia que intenta aprovechar esta catástrofe para sus fines. El PP, sus medios y voceros, nos han dado, concentrado en una semana, el repertorio completo de su infamia. Y no ha faltado ni el apéndice nada superfluo de la ultraderecha.

Y aquí seguimos achicando las mentiras y el odio con las que el PP y su brazo mediático intentar tapar la irresponsabilidad del gobierno de Mazón en Valencia ante la que iba a ser la peor Dana del siglo. Sobre el terreno las cosas empiezan a mejorar algo una semana después de la catástrofe, pero todavía hay desaparecidos incluso y queda una ingente tarea para recuperar siquiera las condiciones mínimas del vivir cotidiano. Ingente, no se engañe nadie. Llevará su tiempo. Nos golpean las historias de las vidas perdidas, la angustia incontenible que se percibe, aunque alienta la solidaridad desplegada de tantos ciudadanos que, entendida la tragedia, se vuelcan en ayudar a los que han salido peor parados.

Les confieso que pocas veces he llegado a un nivel de indignación mayor. Y conste que no soy la única, que crece un auténtico clamor y una vez más ni se enteran. Es como si se acumularan de golpe el Prestige, el Yak 42, la invasión ilegal de Irak, el 11M, el repugnante uso de ETA, el accidente del Metro de Valencia, el tren de Angrois, el rescate bancario, la pandemia, los 7291 ancianos de las residencias de Ayuso… El PP todo lo salda igual: mintiendo. Lo ha venido haciendo sobre cadáveres y daños inmensos y siempre les ha salido bien. A lo sumo perder las elecciones de 2004. Ver que, de nuevo, se plantan en la misma estrategia produce auténtica ira. Porque cada vez es peor y acumula más depravación.

Tienen cómplices decisivos en una sociedad a la que han educado en la frivolidad y la pereza intelectual a través de sus medios de intoxicación. En la distorsión que de ello se deriva para buscar culpables a las disfunciones fuera del foco de la realidad. El mecanismo clásico que desemboca en los fascismos

Y no puede ser, esto no puede seguir así. Porque si cada vez que la miseria de sus trampas nos ataca, emergen ciudadanos responsables, solidarios y generosos demuestran que esto podría cambiarse, aunque fuera con esfuerzo. Y hay que hacerlo, nos jugamos la supervivencia. De la integridad de las personas y de la democracia.

Dejen de marear con las cifras y las horas en las que se desencadenó la hecatombe valenciana. Claro que no se forzó la DANA, no ahora, sí antes con cuanto en urbanismo o medidas medioambientales la fue propiciando, pero la inmensidad de las consecuencias, sí tiene culpables. El retraso en alertar de la Generalitat para, probablemente, no chafar un prometedor puente festivo o por pura desidia fue letal. Y la profusión de mentiras y cambios de argumento terminó de rematarlo. El gobierno de Mazón se ha mostrado incapaz de resolver lo mínimo, pero tenían eso que llaman una Brunete para cambiar el relato. Y lo sabemos, muchísima gente lo ha visto. Y con el dolor y el miedo de miles de personas ante los ojos de todos.  Lo peor no es ya que nunca se enteren de nada, es que una vez más no advirtieron la indignación creciente de los afectados, de los valencianos, y de millones de españoles hartos ya de tanta indignidad impune.

Y allí se plantó el domingo la comitiva de autoridades, dejando manga ancha para que también acudieran al desfile los fascistas que le hacen el juego a la derecha en el objetivo de tumbar el gobierno que no les ha dado las urnas. Mira que lo intentan. “El que pueda hacer que haga”, dijo el Sr. de las Azores quitando la espoleta hace meses. “Nuestra obligación es acabar con este Gobierno y lo vamos a hacer con todos los medios a nuestro alcance”, añadió hace nada el portavoz del PP Miguel Tellado. Y así continúan. Es gratis, incluso tiene premio.

La visita de las autoridades a Paiporta ha sido tan reveladora que estremece. Se convirtió en la puesta de largo de la operación derribo. Del gobierno de España desde luego y un paso más en la toma de la democracia para retorcerla a su modo. A ese fin se desplazaron a Valencia conocidos ultraderechistas, sin ocultarse, incluso haciendo ostentación de ello. La seguridad del Estado y la concreta de la Casa Real tenían que saberlo.

Los vecinos de Paiporta protestaron, es lógico, seguían desatendidos y en condiciones lamentables. Pero la bronca la organizaron “los que venían de fuera”, no los conocían como ha declarado varias veces la alcaldesa. Espectacular escándalo entre empujones e insultos, arrojando fango y objetos a los reyes, al presidente del gobierno y al de la Generalitat.

Estamos muchos asombrados. Trascurridos dos días, no hay detenidos después de esas agresiones precisas y premeditas. El rey no corría ningún peligro directo -habló con algunos-, la reina sí -hirieron en la cabeza a su guardaespaldas- y el presidente del gobierno de España todavía más.

“A ver si la Reina Letizia aprende la lección tras haber probado el barro”… escribe el agitador ultra Javier Negre. ¿Qué está pasando aquí? ¿En qué país ocurre esto y no hay detenidos de inmediato? Es ultrajante. Y no pasa nada.

Lo perpetrado contra el objetivo preferente, Pedro Sánchez, es verdaderamente salvaje. Golpean su coche, le dan con una pala en la espalda, se lo lleva la Seguridad como manda el protocolo y en lugar de ser tipificado a todos los efectos de atentado, incluso de intento de magnicidio, apenas hay condenas u otras referencias que llamarle cobarde en contraste con el valiente rey, además. Produce una irritación infinita oír al matonismo opinante, a aposentados con derecho a altavoz, en esos y peores términos. Cuesta contener los improperios. Se necesita restablecer todos los pilares de la justicia. Habría que ver a muchos de ellos y de ellas en esas circunstancias. Lo lamento por Pedro Sánchez, pero también porque la impunidad de tales hechos y la burla de sus enemigos debilita la democracia a extremos insoportables.

Quienes tiran la piedra y pegan con el palo no son los únicos autores. La actuación de gran número de políticos y periodistas es de auténtico bochorno. Feijóo, presidente del Partido Popular, en lugar de pedir perdón por el destrozo causado por su hombre en Valencia, del PP y puro PP en su comportamiento, anda pontificando hasta la náusea. E incluso salió del puente festivo como una rosa -con espinas- la inefable Ayuso.

Atacan a Sánchez sin pausa, han tergiversado sus palabras. Este martes se apuntaba a reloj en punto de todo momento crítico Felipe González. Él no hubiera dicho “que me pidan lo que necesiten”.  Sanchez tampoco así, todo lo contrario. Pero la mala gente se retrata en una larga lista que no será fácil olvidar.

Lo ocurrido es gravísimo, todo. Torpedean los pilares ya maltrechos del Estado de Derecho. Tienen un problema muy serio quienes no sean conscientes de que el PP en la gestión perjudica gravemente la salud -como se ha demostrado ya varias veces- y los que sueñan que esto acabará espontáneamente. O siendo muy buenos y poniendo la otra mejilla hasta que se cansen de abofetear los principios básicos.

Desde sus torres de marfil nunca se enteran hasta que lo tienen encima. Están provocando una indignación ciudadana como pocas se han visto, quizás tras los atentados del 11M en aquella inmensa manifestación del viernes 12. La que nutren contra Pedro Sánchez -porque ocupa la silla que ambicionan- no hace sino incrementarla. Las raíces que la explican están en las falsedades, las trampas, el uso espurio de las instituciones. Se va acumulando todo y un día estalla cuando, por una imprevisión suicida, no se avisa de que llega una Dana y más fuerte lo habitual, y se ve como se intenta tapar con una mentira tras otra y el más sucio juego de volver contra el gobierno de España lo que es culpa del gobierno valenciano del PP. Y se asiste a ese estrangulamiento de los datos, de los avisos, las horas, para ver si logran que confiesen que Mazón no es responsable de nada. Y todo ello sobre las muertes, el dolor, las pérdidas de todo tipo, las ruinas. Los fangos de las calles y la agonía de mucho tiempo que todavía queda. Los ciudadanos no les importan. Algunos han optado por tragarse los bulos e inventar nuevos tirando de imaginación. Ocurre cuando los acontecimientos golpean con intensidad y algunas personas no encuentran explicaciones que les satisfagan. Están ya al borde de pensar en un complot de Sánchez con la ultraderecha y la AEMET bajo influjos lunares. Es muy preocupante porque son siembras que nutren el fascismo.

Como un espejo donde mirarnos y avanzar el futuro, las elecciones en los Estados Unidos de este primer martes después de un lunes de noviembre han llevado una aberración absoluta a las urnas, con posibilidad de triunfo. Donald Trump ha podido ser candidato tras haber instigado el asalto al Capitolio a la vista de todo el mundo -aunque su justicia, como otras no tan justas, ni siquiera haya querido solventarlo a ver qué pasaba-. Tras avisar que va a acabar con la democracia de la que tanto ha presumido Estados Unidos. Y aún hay quien protesta en España porque tampoco Kamala Harris les vale. Claro, es que ni el unicornio ni ninguna otra criatura mitológica se presentaban.

El camino se presenta muy tortuoso para todos con estos parámetros. Puede que lo nuestro aún tenga remedio. Se trata de que los más avispados seguidores de la infamia conservadora aprendan a relacionar hechos con consecuencias. Pero, sobre todo, la justicia ha de actuar. Las piezas podridas se desechan al amparo de la Ley. Si ya no se puede es que estamos peor de lo que creemos. Pero la sociedad ha llegado a unos extremos de hartazgo que parecen no ver, está en las tripas de un volcán que puede erupcionar. Y no es la de los agresores organizados. Es rabia, saturación. Porque realmente lo que estamos viviendo es inaguantable en toda la extensión del término.

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