Este fin de semana se va a hablar mucho del 23F. De la intentona golpista que se plasmó en la toma del Congreso por el Teniente Coronel Tejero al mando de un comando de doscientos miembros de la Guardia Civil, subfusil en mano. 38 años después, permanecen bajo secreto de Estado números aspectos de la operación. Para la historia han quedado aquél “¡Quieto todo el mundo!” repetido hasta la saciedad, los diputados que permanecieron erguidos y los que se tiraron al suelo conminados por Tejero, las largas horas de incertidumbre, la noche de los transistores, el discurso tardío del Rey Juan Carlos apoyando “el orden constitucional dentro de la legalidad vigente”, la consolidación de la Corona.
Sabemos el clima que se vivía y el que vino después. El fin de la Transición se acercaba con la llegada del PSOE de Felipe González al gobierno año y medio después, algo impensable en décadas. Cambios sutiles y de calado. En una dirección clara, modernización y no ruptura. Pero, por muchos que sean los estudios, faltan datos, falta sacarlos a la luz porque ese 23 de febrero de 1981 cambió todo, para cambiar poco. Y está en el origen del tiempo que nos ha traído hasta este hoy. El centro derecha virado a posiciones extremas, impregnadas de franquismo. La corrupción endémica. Aquel Felipe González, este Felipe González. Aquel Alfonso Guerra, este Alfonso Guerra. Y todo y todos los demás. Siquiera como metáfora.
El sucesor de Juan Carlos I, su hijo Felipe VI, irrumpe de nuevo en la actualidad política para decir: “No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del derecho”. La legalidad vigente. Supuesta democracia. Grandes conceptos. Legalidad y democracia no pueden contraponerse. No hay democracia sin legalidad, en efecto; ni legalidad sin democracia. Son conceptos dinámicos, la legalidad ha de adaptarse a la democracia en cada tiempo y lugar.
El jefe del Estado insiste en el mismo terreno que aquel 3 de octubre que siguió al 1 en Catalunya. Un airado discurso, entonces, que también marcó el signo de una reacción. Ahora, mientras se juzga en el Tribunal Supremo a políticos independentistas catalanes por delitos de enorme gravedad que no son considerados como tales en Europa. Así lo demuestra que se negó la extradición de los imputados que prefirieron marcharse.
Se unen estas imágenes, tan separadas en el tiempo, en la memoria de aquel 23F de 1981. Todos quienes lo vivimos recordamos qué hacíamos a las 6,23 de la tarde. En la radio, en la Cadena SER, suena la retahíla de nombres llamados a la votación de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno, en sustitución del dimitido –casi por acoso y derribo- Adolfo Suárez. Recuerdo una sonrisa en el aire que se hiela al escuchar: “Quieto todo el mundo”, entre tiros. No saber. Nada pasa en Madrid, nada –aún- en Prado del Rey sede entonces de TVE.
Mi hijo está en la guardería. Corro a buscarlo. Lo dejo, seguro, con mis padres. Empieza la carrera de conocer y explicar. Lo cuento por primera vez porque de repente aparece grabado en lo más profundo del alma. Todavía. Porque duele el temor a aquel fantasma que revive una y otra vez, cambiando sus sábanas hasta por blancas papeletas electorales desinformadas y manipuladas, en esta España que cambió los rumbos en direcciones precisas.
En Prado del Rey no dicen. Que hay que trabajar. Y recorrer las ciudades toda la noche. En la mía, en Zaragoza, la emisora más escuchada, Radio Zaragoza, da el bando del Teniente General Milans del Bosch sin decir qué está ocurriendo en Valencia. Los tanques están en la calle. Las recorremos cámara en mano y no los vemos. Las cámaras muertas en el Congreso entretanto han seguido vivas para mostrar lo que ocurre. La dignidad de Gutiérrez Mellado, el vicepresidente del gobierno legítimo enfrentado a los golpistas al que intentan doblar físicamente. Ha pasado por la cabeza marcharse. “Solo tienes cuatro años y las tinieblas amenazan tu breve primavera”, escribo en un poema en las pausas de la información. Y nos quedamos. ¿Entienden?
“Tú me dices, Pedro” (Erquicia). El Rey Juan Carlos I, la legalidad vigente. Los indultos. Los tratos de favor en las breves estancias en la cárcel. Las sospechas. Los rumores. El cerrojo de Estado. La impunidad de una derecha reincidente una y mil veces. Los lazos atados.
El programa Salvados de Jordi Évole hizo hace 5 años un a manera de reportaje sobre el 23F. Una supuesta trama en la que la intentona golpista era solo una ficción urdida para reforzar al rey Juan Carlos y consolidar la democracia. Esa democracia. He estado con ellos recordando, junto a otras varias personas. Este fin de semana se va a hablar mucho del 23F. Rechazo la idea de mezclar ficción con información por bueno que sea el propósito. Repensar las lagunas cerradas bajo secreto de aquel día no, en formato netamente informativo. Aún no lo permite la legalidad vigente. 38 años.
Viendo cuanto ocurrió después, dónde estamos ahora, con políticos de triple ultraderecha anunciando recortes de derechos y libertades, pidiendo ya cacerías desde las instituciones andaluzas, sin rechazo masivo de la sociedad, me pregunto: ¿Qué pasó el 23F? ¿Fue todo real y como se dijo? Dolor, miedo y preocupación, sin duda. Y los rumbos consolidados en todo seísmo. Vamos cumpliendo años y las nubes de tinieblas no dejan de amenazar tapando el sol de todas las estaciones.