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Opinión - Ni liderazgo ni autoridad. Por Esther Palomera

Los fondos de inversión se hacen con las infraestructuras de gas: crece la economía de la especulación

Los fondos de inversión desembarcan con fuerza en el sector del gas no contribuyen a fortalecer las infraestructuras de energía. Afirman tener vocación inversora, pero se posicionan para conseguir fantásticos beneficios de corto plazo.

La inflación baja, la productividad no crece, no hay trabajo, el paro ronda por encima del 21% desde el surgimiento de la crisis en 2008. La economía en términos de crecimiento estuvo en recesión 5 veces en los últimos 8 años y algunos fondos de inversión que operan en la economía española ambicionan rendimientos por encima del 50%. Goldman Sachs Infrastructure Partners, un fondo de inversión del Banco Goldman Sachs que estuvo como cooperador necesario de la debacle de la economía griega pone a la venta su Red de Gas en España, Redexis, por 2.500 millones de euros y en la que sólo había invertido 1.600 millones en los últimos en los 6 años últimos. En realidad, Goldman Sachs Infrastructure, no concretó en sentido productivo inversión ninguna. Compró no hace muchos años a Endesa y a Repsol redes de gas y de clientes que anteriormente habían sido propiedad de Gas Natural y de Repsol y que las leyes de la liberalización y la competencia obligó, en su momento, a desprenderse. Lo que sí hizo Goldman, y de eso sabe, fue ingeniería financiera variada agrupando y fusionando empresas, amortizando activos ficticios, endeudando a las sociedades compradas y un largo rosario de optimizaciones contables y financieras. Todo ello para conseguir desgravaciones fiscales, hacer caja, tesorería y repartir dividendos a los accionistas o partícipes accionistas de los fondos de inversión que gestiona. Si la operación sale bien, 2.500 millones sobre 1.600 invertidos, da una rentabilidad sobre la compra del 56%. Sin embargo, ese precio de venta por ahora no es firme, y el Fondo de infraestructuras de Goldman, que asegura tener vocación de inversor especializado en infraestructuras, coquetea simultáneamente con otros fondos de inversiones con la finalidad de generar una competencia al alza de los precios. No invierte en estructura gasista en favor de un servicio más confiable, seguro y generalizado para la economía:  gestiona la especulación financiera.

Las inversiones de esas redes de distribución de gas, incluso de instalaciones portuarias para recibir los barcos metaneros de gas, las regasificadoras para licuar el gas almacenado y los gasoductos para traer el gas natural de Argelia y Marruecos las pagaron los ciudadanos en la tarifa del gas. Incluso lo han hecho indirectamente también a través de los créditos subvencionados, avales oficiales, facilidades de permisos y servidumbres especiales con que se erigieron aquellas obras de infraestructura.

Global Infrastructure Partners otro fondo de inversión cuyos principales directores provienen de la banca de inversión, suiza, inglesa y americana, acaba de comprar un 20% de la empresa de Gas de Unión Fenosa, propietaria de redes de distribución de gas en Madrid y que también en su momento fueron propiedad de Repsol cuando ésta pertenecía al estado a través del instituto Nacional de Hidrocarburos. Global Partners se ufana, en su página web, de operar con rentabilidades del 15%.

PGGM y GINKO son otras gestoras, de fondos de pensiones una y de divisas del gobierno chino la otra. PPGM en vez de cuidar las pensiones de los futuros jubilados se incorporaron a la fiebre inversora especulativa en activos de gas en España pujando también por los activos de gas. Es difícil pensar que un fondo de pensiones y un operador financiero en divisas sea un inversor especializado en Infraestructuras energéticas.

Mientras tanto, los españoles pagan la energía un 30% más cara que el promedio europeo. Todos estos grupos financieros que se manifiestan a través de la fachada falsa de fondos de inversión en infraestructuras no son agentes económicos con voluntad para políticas industriales de largo plazo.

Las infraestructuras son bienes comunes

Las infraestructuras son, casi por definición, un entramado básico, por debajo –infra– de la estructura productiva de una economía que entretejen la fragmentación productiva y el consumo de las economías modernas, tecnológicamente diversificadas, y facilitan el funcionamiento dinámico de la actividad económica. Son lo que los economistas llaman economías externas, universalizada, son aglomeraciones comunes de inversión sin las cuales las empresas de una economía moderna no podrían producir y los ciudadanos vivir dignamente. La actividad económica de un país se colapsaría si las empresas y los ciudadanos no tienen garantizado el acceso y disfrute a la energía. La electricidad mueve las cadenas de montaje de las empresas y el gas calefacciona los hogares de los españoles.

Los fondos de inversión entran en infraestructuras por ser mercados maduros, constituidos como negocios estables. El consumidor suele comportarse de forma inelástica frente a las variaciones de los precios de estos servicios que, aunque prestados por empresas mercantiles, no pierden su carácter de público. Esto es, una subida de precios no supone dejar de demandarlos al ser su consumo un bien necesario para la producción y el bienestar de las familias. Infraestructuras es la energía, también los es el saneamiento urbano, el agua potable, las carreteras, y un lago etcétera. Todos ellos en definitiva son bienes comunes por la finalidad última de los mismos para la economía de un país. Los fondos de inversión en infraestructuras traen como mochila no la vocación de invertir en servicios comunes, sino la promesa de repartir, como mínimo, utilidades del 15% a sus accionistas.

Los fondos de inversión tienen tres alternativas para alcanzar esas tasas de ganancia. La primera es presionar para que el precio de la tarifa del servicio comprado, gas en este caso, suba en una medida próxima al porcentaje prometido, siempre y cuando los costes no lo hagan en la misma proporción. La segunda es racionalizar los gastos. Los fondos de inversión compran trozos de empresas, después lo fusionan, y luego eliminan áreas funcionales de costos fijos duplicadas provocando despidos de los trabajadores entre otras muchas consecuencias. Lo llaman con elegancia verbal sinergias. Son eficientes en la operativa estrictamente financiera. Suelen apalancarse, esto es pedir créditos para sus compras. En ocasiones, como es el caso de Goldman Sachs a bancos matrices de los propios fondos de inversión de tal forma de conseguir una mayor rentabilidad al capital. En cualquier caso, endeudan a las empresas compradas lo que les reporta una doble ventaja: desgravar en la cuenta de resultados por los intereses pagados y consignar como ingresos esos mismos intereses en los bancos hermanos prestatarios.

Los ciudadanos soportan estas prácticas especulativas con incrementos de tarifas de los servicios y con recortes en el gasto social derivado de una caída de los ingresos tributarios por las desgravaciones, e incluso de créditos fiscales si la normativa les permite diferir el pago por pérdidas calculadas, como viene siendo práctica habitual en los últimos años con los bancos en España. Con todo, el endeudamiento excesivo de las de servicios de infraestructuras tiene escaso riesgo por la tutela del estado que seguramente rescataría a las empresas ante cualquier posible amago de suspensión de la prestación por quiebra o desajuste financiero. Esto es lo que sucedió con los bancos en 2012 aunque no por ser bienes comunes sino por el peligro al daño sistémico de la economía. Las infraestructuras son también bienes económicos sensibles por su carácter universal como ya indicamos.

Ahora les toca a los fondos entrar en de manera violenta en el negocio del gas, ya lo habían hecho también parcial e indirectamente como socios minoritarios en el capital de las antiguas empresas públicas privatizadas: Endesa, Repsol, Gas Natural. Ambicionan el desembarco completo porque la tajada financiera puede ser mucho mayor al controlar todo el proceso de compra, operación y venta. No aportan ni profesionalidad en el oficio industrial, ni introducen innovación tecnológica más allá del expertise financiero especulativo.

Como decíamos al inicio, ni los datos de inflación, ni de productividad, ni los incrementos de los precios de las materias primas energéticas justifican las utilidades de más de dos dígitos de los fondos de inversión. Sólo explican el ambiente de volatilidad de los negocios privados y la creciente huida del capital a la inversión de riesgo productiva latente en la economía mundial y española a partir de la crisis de la Gran Recesión iniciada en 2008. Es aquella incertidumbre la que lleva a los camuflados fondos de inversión a trabajar con tipo de interés, tasas de descuento se dice en el argot financiero, a exigir esas fantásticas rentabilidades. Y en un panorama económico de bajo o recesivo crecimiento de la economía, deflación y de remuneración nula o negativa del ahorro poca justificación tiene. Buscan retornar financieramente los desembolsos de dinero en cortos períodos de tiempo, entre cuatro y seis años, en sectores cómo las infraestructuras en los cuáles la inversión sólo puede madurar en largos períodos de tiempo al ser intensivos en capital. Por otro lado, esos beneficios rápidos no reingresan al circuito de la producción. Terminan escapando en forma de patrimonios privados a los paraísos fiscales para seguir realimentando la desigualdad y la especulación. Dejan tierra quemada, valgan de ejemplo la experiencia de los fondos de inversión en la sanidad pública española y en la compra de vivienda social en Madrid en los últimos años. Mientras tanto los ciudadanos sufren intensamente el deterioro de la sanidad pública, el encarecimiento de la vivienda pública y la subida incesante de los precios de la energía.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor.