Escribo esta columna tras dar un largo paseo por Madrid Río en manga corta. La gente disfrutaba en las terrazas de cañas y yacía sobre el césped al calor del mes de febrero. El termómetro marcaba a las cuatro de la tarde unos 17 grados. En Instagram la gente comentaba “Menudo diazo”, “Qué buen tiempo ⺔, “Tiempazo”, y demás expresiones superlativas terminadas en –azo. Justo en Madrid Río está la zona vallada en la que se están realizando las polémicas obras de ampliación del metro. Aquí nos manifestamos durante semanas muchos vecinos del barrio en contra de la tala de una extensa arboleda. Tener que manifestarte a favor de un árbol parece algo tan disparatado como hacerlo a favor de dormir. Pero, pese a todo sentido común y demás sentidos no comunes, en Madrid se siguen talando árboles y a un ritmo que denota algún tipo de adicción a la tala.
En Cataluña también hay 18 grados en febrero y una sequía histórica. Resulta que de los 150 litros de lluvia por metro cuadrado esperados en enero sólo cayeron 15. Es poético porque mientras leo la noticia de las restricciones anunciadas por la Generalitat, un algoritmo me recomienda un viaje en Vueling a Barcelona por solo 70 euros. Resulta tentador: Barcelona, calorcito, playa, mar. No en vano, España batió el récord de turistas extranjeros el año pasado. Además, pronto podrán viajar a través de la ampliación del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas.
Lo de Cataluña, como lo será pronto en otros lugares, es la crónica de una sequía anunciada. Básicamente se ha gastado agua cuando no la había, esperando a que la hubiese, con la agricultura compitiendo con el turismo por un recurso cada vez menor. En Cataluña hay actualmente 856 macrogranjas culpables de la contaminación de muchos acuíferos. A Cataluña llegan 18 millones de turistas al año. Cataluña es, de hecho, el destino de España preferido por los turistas internacionales. La llegada de turistas internacionales en 2023 se disparó un 21,2% respecto al 2022 en la comunidad. Todos estos son datos celebradísimos en despachos y en Fitur.
Vivimos tiempos extraños: se talan árboles, se celebran los datos de turismo, se abren macrogranjas, se pierde patrimonio verde, se eliminan carriles bici o se amplían aeropuertos mientras se anuncian medidas antisequía. Ya no tenemos tiempo para discutir sobre la existencia del cambio climático (aunque haya gente con un empeño admirable en esta mesiánica labor), pero sí debería haber tiempo para discutir sobre un modelo económico de país que claramente no es compatible con el cambio climático. Parece que, sin embargo, nuestros gobernantes seguirán optando por la opción más sencilla: esperar sentados a que llueva invocando a la célebre Virgen de la Cueva. Eso o pueden optar por abrir más plazas de toros, que al parecer su cierre dispersa las nubes.