El pasado sábado los militantes de Esquerra Unida de la ciudad de Valencia celebramos una Asamblea de valoración de las elecciones europeas. Fue un ejemplar ejercicio de reflexión colectiva sobre unos resultados sin duda buenos (mejores para EUPV que para IU) y un nuevo escenario político que abre un abanico de opciones al bipartidismo en crisis. En la Asamblea participaron también personas no afiliadas, simpatizantes que apreciaron la capacidad de autocrítica de una organización en alza. Porque precisamente cuando los resultados son buenos es más necesario y productivo señalar lo que hay que cambiar para que sean aún mejores. Nuestro objetivo no puede ser subir unos pocos escaños (qué más le da eso a las personas en paro, desahuciadas, exiliadas) sino alcanzar la mayoría para transformar la sociedad.
Se habló mucho de Podemos, pero más de nosotros mismos. El tremendo éxito de la candidatura de Pablo Iglesias ha tenido un efecto muy claro: situarnos ante el espejo y hacer más visibles esos defectos que nunca nos gustaron pero que habíamos metabolizado resignadamente. Un funcionamiento excesivamente burocrático, una dirigencia profesionalizada que sobrevive a todos los procesos internos, un candidato impuesto desde arriba que no ilusionaba ni a la militancia… durante estos días se han escuchado y leído muchas críticas cargadas de razón y de impaciencia ante el momento histórico. Como alguien dijo recientemente, en el último siglo ha habido tres crisis de régimen que han supuesto una oportunidad real de empoderamiento para las clases populares. La generación republicana de los años 30 y la generación antifranquista de los 60 y 70 lucharon en condiciones mucho más difíciles, la nuestra debe estar a su altura.
Izquierda Unida sigue siendo la organización mejor preparada para articular la construcción de un bloque político y social que derrote al bipartidismo neoliberal. Pero ya no es la única ni podrá hacerlo sola. Para ser un verdadero instrumento de cambio, pasando de izquierda declarativa a izquierda transformadora, IU debe cambiar también formas de pensar, hacer y comunicar la política. Si nuestro referente es Syriza, no podemos conformarnos con un 10% sino que debemos aspirar a ganar. Para ello hace falta pasar del discurso de autoconsumo (autorreferencial, identitario y construido en negativo) a un discurso de consumo masivo, pedagógico e ilusionante. Menos proclamas y más propuestas. Mensajes para convencer, no para convencidos. Si una nueva fuerza con pocos meses de vida ha sido capaz de hacer transversales puntos históricos de nuestro programa, nosotros también podemos. Y juntos aún podremos más.
Es evidente que en IU hace falta un relevo generacional y un nuevo impulso político. La consolidación de líderes que conecten con los movimientos sociales y las expectativas de cambio es condición necesaria pero no suficiente para ganar. Lo principal es el proyecto y la organización, que deben ser repensados casi treinta años después de su fundación en unas circunstancias históricas muy diferentes. En 1986 el régimen de la Transición alcanzaba su apogeo y la izquierda alternativa intentaba resurgir de sus cenizas; en 2014 todo está en cuestión, desde la monarquía y el bipartidismo hasta nuestra propia capacidad de aglutinar la alternativa. Por ello es urgente y necesario convocar una Asamblea abierta y netamente política, que deje de lado las discusiones nominalistas y los debates ideológicos -muchas veces engañosos- para centrarse en la reflexión estratégica: proyecto y organización. Qué hacer, con quién y con qué instrumentos. Profundización democrática, confluencia desde la base, ruptura con el régimen… son las notas de una música coral que se escucha dentro y fuera de IU cada vez con más fuerza. Pongámosle letra. Pongámonos a trabajar.