La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Jesús y John Wayne: la masculinidad blanca y sagrada

3 de marzo de 2023 06:00 h

0

Jesús puede salvarte el alma, pero John Wayne será quien te salve el pescuezo

Cuando el año pasado pensé en titular mi libro de reseñas cinematográficas centradas en la masculinidad John Wayne que estás en los cielos (La Moderna, 2022), no era del todo consciente del peso que el actor tenía en una de las corrientes políticas más reactivas y peligrosas del siglo XX. Elegí el título, además de en recuerdo de la imprescindible Pilar Miró, por la fascinación que el protagonista de tantos westerns ejercía en el personaje que Ricardo Darín interpreta en Una pistola en cada mano, la película de Cesc Gay que nos muestra una galería de masculinidades desubicadas. Ahora que acabo de leer el impresionante Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación (Capitán Swing, 2022), de la historiadora y experta en estudios de género Kristin Kobes Du Mez, acabo de cerrar el círculo y de certificar hasta qué punto el protagonista de Boinas verdes ha sido y es un modelo a seguir por quienes se resisten a dejarse seducir por la igualdad. Por más que en los últimos años el mismo género del western nos haya ofrecido relatos de “otras” masculinidades en películas como Brokeback Mountain, The rider o First cow.

A través de un trabajo minucioso, plagado de datos y referencias documentales, Kobes nos explica cómo los evangélicos norteamericanos han trabajado en los últimos 75 años para convertir en uno de los ejes de su proyecto de restauración del país la apuesta por una masculinidad ruda, heroica, violenta y, por supuesto, blanca. La que hemos ido viendo traducida en la carne y los huesos de personajes como Oliver North, Ronald Reagan y, claro, el inefable Trump. En la reacción frente a un mundo en el que progresivamente, y no sin obstáculos, se han ido conquistando espacios de autonomía por parte de las mujeres y de colectivos que históricamente estuvieron en los márgenes, esta alianza entre intereses religiosos, políticos y económicos se apoya en una vindicación del tradicional orden de género. Es decir, la familia de siempre donde las mujeres debían de continuar siendo los ángeles del hogar y sus esposos los proveedores y detentadores de autoridad. En un intento de borrar, entre otras cosas, el progresivo estatus de igual ciudadanía que ellas han tenido que pelear durante siglos. En el programa de los evangélicos, es fundamental recuperar la tradicional virilidad estadounidense, remasculinizar el cristianismo e incluso desmontar el imaginario de un Jesucristo excesivamente piadoso y “feminizado”. La ira del Dios hombre frente a la compasión del hombre que es sacrificado. Un líder revolucionario, en el que casi podríamos adivinar los precedentes de la ética del cuidado, que debería ser sustituido por algo más parecido a la corporalidad “de héroe de guerra” que nos mostraba La Pasión de Mel Gibson. Recordemos, otro de esos hombres de cine con el que podríamos hacer un ciclo de masculinidades negativas: desde William Wallace de Braveheart  a El patriota. La clave ha sido restaurar una masculinidad heroica y combativa, nacionalista, que salve a la patria de la contaminación que supone “el otro”. Como si estuviéramos en una eterna película del Oeste y los presidentes fueran una especie de cowboys, de esos que caminan como si llevaran una pistola en cada mano. 

El libro revela las estrechas conexiones entre la Casa Blanca y ese movimiento religioso y reactivo, el cual se ha servido durante décadas de un potente aparato propagandístico a través de radios, publicaciones y más recientemente redes sociales. Todo ello al hilo de los acontecimientos, internos y externos, que han definido la política estadounidense en las últimas décadas. Unas décadas en las que hemos asistido a luchas y movilizaciones que han cuestionado el orden patriarcal, blanco y heteronormativo, las cuales han sido percibidas por el sector más conservador de la derecha como una amenaza para la integridad del país. De ahí, la permanente vindicación de la autoridad patriarcal como la base de una sociedad ordenada y próspera. Esa que parece imposible sin hombres machos, heroicos y rudos. Los únicos que pueden salvarnos de los peligros de la feminización del mundo. Un programa político sostenido por autoridades eclesiásticas, que hemos visto cómo se extiende también por países latinoamericanos, en los que hemos asistido en los últimos años a una deriva alarmante hacia eso que el teólogo Juan José Tamayo denomina “cristofascismo”.

La lectura de Jesús y John Wayne provoca mucho desasosiego y malestar porque nos revela toda una corriente de agravios, malestar y odio que vemos cómo también se extiende por Europa y cómo llega a las viejas democracias del continente en forma de opciones políticas que pretenden ganar en el río revuelto de las múltiples crisis que tienen a tantos y a tantas desesperanzadas. El relato que la autora nos ofrece de cómo diversos poderes se alían para frenar las conquistas de igualdad y de cómo los discursos políticos – en los parlamentos, en las redes, en los medios de comunicación – se nutren de propuestas, también en lo simbólico, que nos retrotraen a ese mundo que se sostenía, para desgracia de tantos y de tantas, sobre las fantasías masculinas de poder. Todo lo que nos cuenta Kristin Kobes deberías servirnos pues de advertencia en una Europa en la que empiezan a expandirse los nostálgicos de una masculinidad a lo John Wayne, los que no entienden que la igualdad implica reconocer las diferencias y los que pregonan la libertad pero siempre que sea administrada por quienes controlan los recursos y las oportunidades. Un ejemplo más de cómo el patriarcado lejos de desaparecer se reinventa y se adapta a los tiempos. Y una llamada de atención más que urgente para que no bajemos la guardia y nos planteemos, como tarea prioritaria, desmontar un orden cultural y simbólico, y por supuesto también político, que se apoya en la masculinidad – blanca, heterosexual, burguesa, etnocéntrica – como referencia de un mundo en el que quienes no encajan en ese modelo están condenados y condenadas a la explotación, la servidumbre y, en el mejor de los casos, a una eterna minoría de edad.