J.M. Aznar y la ultraderecha en Vox

Creíamos que Aznar pasaba el rato en el gimnasio como cualquier jubilado que se entretiene jugando a la petanca. Pero no: se musculaba para mantenerse en forma. Aznar estaba agazapado tras mancuernas y barras romanas. Desahogaba así también la arrogancia, en esperaba de decir a los suyos, por un lado; al Partido Popular en su conjunto, por otro; y en general, a la patria española y al convulso mundo mundial, que J. M. Aznar sigue vivito y está dispuesto a traer cola de nuevo. Cuando es por soberbia, siempre se aspira a volver. Aunque sea, de momento, para publicar libros sobre el futuro.

Se da la paradoja de que el predicamento de Aznar (entendido como que J.M. vuelve a expresarse y sus expresiones encuentran eco político y mediático, dado que los de su cuerda –es decir, Pablo Casado, es decir, Esperanza Aguirre, es decir, él mismo- han recuperado posiciones de poder en el PP) coincide con la condena a prisión de Rodrigo Rato, ministro suyo de Economía, así como con su comparecencia en el Congreso de los Diputados ante la comisión que investiga la presunta financiación irregular del PP.

Pero J.M. no se arredra, saca pectorales y concede una entrevista a Pedro J. Ramírez (quien en 2004 definió a Aznar como “un derechista imbuido de un sentido provincialista enfurruñado que no consultaba con nadie”, pero también como un gobernante “honesto y eficaz”). Y hay que reconocer que en ella el estadista de acento tejano da unas pocas claves de interés, algunas basadas en contradicciones que no dejan de serlo porque se emitan de manera pomposa y con esa comunicación postural a la que el ego rompe las costuras. De no ser contradicciones, serían aviesas y sibilinas consignas.

Aznar llama centroderecha al PP al tiempo que afirma que la ultraderechista Vox ha salido del propio PP: “lo que era un espacio totalmente unido en el año 2003 hoy está dividido en tres: PP, Ciudadanos y Vox”. En la no tan velada acusación a Rajoy por haber dividido el partido y permitido que muchos se fueran a Vox (también a Ciudadanos), está reconociendo que en el PP anterior se concentraban los que ahora se concentran en la plaza de Vistalegre de Madrid. Es decir, la ultraderecha estaba en el suyo, en el PP de J.M. Más allá de lamentar la espantada de esos fachas descarriados, verbalizarla es ir haciendo un cierto llamamiento para una eventual vuelta al redil. Que para eso tienen a un Casado que estaría encantado que Santiago Abascal le guardase las espaldas con su Smith&Wesson.

Aznar se dirige, además, a Casado y a Rivera para recordarles, con el tono de un jefe autoritario, “la magnitud” de la responsabilidad histórica que tienen para que no se rompa España. Se dirige a ambos. Como si el PP de Casado y el Ciudadanos de Rivera tampoco fueran formaciones rivales, sino escisiones que se han producido por los errores de M. Rajoy que, por tanto, podrían, con esfuerzo, reparase. La que él llama “la refundación”. Ya se sabe: la voluntad y sus triunfos.

Asegura Aznar, con enorme desfachatez, que en la España constitucionalista “han pasado relativamente pocas cosas desde el punto de vista de conflictividad social. Lo que ha pasado es la secesión”. Como si la corrupción endémica de su partido, el rescate bancario, los desahucios, la ley mordaza o la reforma laboral nada tuvieran que ver con el conflicto ni con la sociedad. Incluso, puestos a alimentar el fantasma secesionista, la empecinamiento en impedir la consulta democrática, llegando hasta la represión policial violenta del 1-O.

Pero no se limita J.M. a un análisis tan sesgado de la política de las últimas décadas, sino que se atreve a pretender insultar a la historia, pasada y presente, diciendo que “algunos radicales quieren volver a la Segunda República”. Habría que explicarle al centroderechista J.M. la diferencia entre los radicales y los violentos. Y explicarle que ojalá nunca hubiéramos tenido que querer volver a la Segunda República porque no hubiera acabado con su legitimidad ese golpe militar fascista que apoyan tantos de los suyos.

Para Aznar el de las Azores, la izquierda española no solo es iletrada y radical sino también “picaresca”, un término que expele un tufillo clasista de corte engominado. Para él es picaresca aspirar a que los privilegios dejen de serlo. Para él se inscribe en la picaresca el acceso de la izquierda a las esferas de poder. No es picaresca para él, sin embargo, el elenco que acompañó a su hija al altar. Ni que su esposa Ana Botella llegara a ser alcaldesa de Madrid. Ni que los pisos sociales madrileños acabaran en fondos buitre vinculados con su hijo Josemari junior. Son unos poquitos ejemplos, nada más, que dejan en evidencia la desvergüenza política y personal del expresidente que hablaba catalán en la intimidad.

Aznar, en fin, anuncia, ampuloso, que ya no aceptará la presidencia de honor del PP pero que volverá a votar a ese partido. Quizá lo anuncia para que quienes fueron a Vistalegre vuelvan a Génova. Porque quizás, entonces, vuelva él. A refundar.