Ser valiente no es solo cuestión de suerte
Hay un juez que está harto de la imposibilidad real de dar una Justicia de calidad a los ciudadanos, de la masificación y la falta de medios, de la desidia respecto a este gran problema y que ha tomado una decisión personal para denunciarlo, aceptando los expedientes disciplinarios y sanciones que le caigan por ello. Es más, él mismo le ha comunicado al Servicio de Inspección su decisión para que actúen contra él si lo consideran. No piensa recurrir ni protestar por el castigo que le impongan, lo asume como consecuencia de su acto de protesta. Don Tomás, el juececillo de Ávila, va a suspender todas las vistas orales señaladas en su juzgado mixto durante los meses de febrero y marzo de los juicios declarativos y ejecutivos civiles, manteniendo los penales y los que son más urgentes. Hay que suponer que utilizará ese tiempo además para poder dedicarlo a estudiar y poner sentencias con mayor dedicación y profundidad. Porque nuestras vidas y nuestras haciendas se están decidiendo en un baratillo low cost en el que no hay tiempo para reflexionar y estudiar antes de decidir. Esa es la realidad. Sentencias al peso traigo, oiga.
El juececillo de Ávila -y entiéndanme que le llamo así afectuosamente por recuerdo del héroe de los Grimm- se lo ha comunicado a sus compañeros a través del trajinado correo corporativo de la carrera judicial, que es el desaguadero de todas las quejas, desilusiones, malestares y frustraciones de los jueces españoles. Supongo que el magistrado Tomás Sánchez Puente sabe que ese correo tiene más agujeros que un queso emmental y más fugas que el Canal de Isabel II, así que no le extrañará ver su desafío en la prensa. Tampoco su acto va a ser secreto, puesto que él mismo cuenta en su carta abierta a 5.400 compañeros que lo ha puesto en conocimiento del Colegio de Abogados de Ávila y del Colegio de Procuradores y, además, se enterarán todos aquellos a los que afecten las suspensiones.
Es tan raro en estos tiempos que alguien decida protestar dando la cara y asumiendo las consecuencias de su acción; tan raro encontrar gente valiente dispuesta a aceptar que todo acto tiene consecuencias y que a pesar de ello puede ser necesario, que no puedo sino dedicarle esta columna. No lo conozco de nada, solo sus hechos y por ellos, ya saben, les conoceréis. Él mismo tiene “pocas esperanzas de conseguir algún resultado tangible” y yo no puedo darle muchas más, excepto lograr que algunos ciudadanos sepan de un lamento que es el que realmente les afecta directamente, más allá de que nos entretengan con las luchas de poder que interesan sobre todo a los que están en el poder. Por eso, hoy en vez de hablar de don Cándido -otros lo harán de largo por mí- yo voy a hablar de don Tomás y de todos los que como él son jueces camineros que se ocupan de los asuntos de los ciudadanos de a pie y que no pueden literalmente hacerlo con la calidad necesaria, es decir, no pueden ofrecernos el servicio público que merecemos y ni siquiera cuentan con una marea blanca ni negra que les apoye.
No entro en si la decisión tomada por el magistrado abulense es buena o mala, correcta o incorrecta. Hay compañeros suyos que por el mismo conducto se la aplauden, aunque sin mojarse ni secundarla, y otros que creen que no es forma de protestar porque perjudica a los que quiere defender. Es el contexto y su actitud lo que ha captado mi atención. Cuando el juececillo valiente afirma ser consciente de que le abrirán un expediente disciplinario y de que eso le puede acarrear castigos como el traslado forzoso o las sanciones económicas es cuando saca de sí unos argumentos preciosos que hace mucho que socialmente no se utilizan y que resultan vivificantes. “No pasa nada por el traslado forzoso o las sanciones económicas. No pasa nada, la vanidad y los bienes materiales importan muy poco” y continúa “lo que importa algo es LA VIDA” y hace referencia a todos los que aceptaron ponerla en riesgo por cumplir su deber en destinos en el País Vasco en la época dura. “Lo que importa algo es LA LIBERTAD” y aquí trae a colación a todos los que fueron opositores al franquismo corriendo riesgos o siendo encarcelados. “Todo lo demás es secundario”, dice el juez a sus compañeros.
¿Cuánta gente hay en esta sociedad nuestra diciéndoles a mayores y, sobre todo, a los jóvenes que por encima de encontrar un trabajo o ganar más o menos hay bienes superiores y que, aun así, merece la pena arriesgar vida y libertad por conseguir causas justas? ¿Cuánta gente diciéndole a la sociedad que merece la pena dar la cara aunque tenga consecuencias graves para ti que debes asumir? Denunciar la absoluta dejación de medios materiales y humanos en los que se hunde nuestra justicia sin que nadie, de ningún partido, de ningún signo, de ninguna institución, haga nada es tarea baldía. Fíjense que yo ya se lo contaba en 2017 en La primavera judicial y que, desde entonces, nada ha cambiado si no ha sido a peor.
Es mucho mas entretenida la lucha por el poder. Por eso hoy la noticia es la elección de Cándido Conde-Pumpido como presidente del Tribunal Constitucional y de Inmaculada Montalbán como vicepresidenta. No me gusta el resultado de la votación por un montón de cuestiones pero ¿qué más da? Gana el Gobierno por goleada y se rompe la tradición no escrita de que si el presidente es de una sensibilidad, el vicepresidente sea de otra. Ni agua para la parte conservadora del tribunal. Dos jueces al frente del TC, tampoco me gusta. Un paso más en la confusión respecto a la verdadera naturaleza de este órgano constitucional que marcará carácter, porque los jueces lo acaban marcando allá donde van. No me gusta que se avasalle aunque lo hagan los otros, porque no da buen resultado. Votar en bloque de presidente a Conde-Pumpido y a Montalbán de vicepresidenta, su discípula y muy próxima a los socialistas, puede suscitar entusiasmo en los muy cafeteros, pero puede no ser muy bueno para generar confianza y prestigio en un órgano que viene perdiéndolo a chorros desde la época de Jiménez de Parga.
Es muy probable que entre todos los jueces de más que proliferan por el TC haya menos jueces valientes que en un juzgado mixto de Ávila. Es la falta de valentía de muchos de ellos la que está contribuyendo a desprestigiar el sistema y es que ser fieramente independiente trae consecuencias y no están dispuestos a asumirlas. Por eso lo del juececillo valiente venía hoy tan a cuento, porque es tan raro que un juez haga algo así que merecía que alguien se hiciera eco para que los ciudadanos lo supieran. Que aún quedan jueces en Berlín y jueces con agallas en Ávila. Lo de Conde-Pumpido ¡hemos ganado! o Conde-Pumpido ¡ha llegado el mal! se van a hartar de oírlo. A qué insistir.