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Lo de Karol G y Amaia

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Era domingo y en las puertas del estadio Santiago Bernabéu rugía la marabunta de los macroconciertos que encabrita a los vecinos cada fin de semana, aún atónitos al comprobar –con la materialidad innegable del trueno y el decibelio– que su alcalde ha optado por favorecer al Real Madrid en vez de preservar su derecho al bienestar y al descanso. Libertad para huir de la cárcel en la que se puede convertir tu propia casa.

Dentro, se preparaba la colombiana Karol G, que ha despertado más interés que Mbappé, para abordar sus cuatro llenos consecutivos. En un rincón secreto del escenario aguardaba Amaia Montero, un plato fuerte e inesperado, recién llegado de la era del pop y el rock, cuando no se perreaba y cuando –como explicó Sting– las canciones tenían una estrofa puente, esperanzadora, con cambio de tonalidad que te encaminaba a un final.

Después de admitir problemas de salud mental y de denunciar insultos por su aspecto físico y sus capacidades musicales en redes y al natural, Amaia Montero –cuyas canciones asaltaban hace años las emisoras, los taxis y aún hacen saltar en las verbenas– reapareció ante la legión de seguidores de Karol G, como acabada de aterrizar. Agradecida y cautelosa como quien entra en una casa con las llaves de prestado y no quiere manchar ni romper ningún plato.

No rompió nada y fue bello ver cómo se sobreponía a los nervios, delatados por su muñeca derecha. Cómo estrenaba de nuevo a una Amaia nueva que tantas veces había hecho ya lo mismo. Siguió sujetando fuerte el micro y consiguió lo que había venido a hacer: atreverse a empezar y conseguir acabar.

La consecución del tema Rosas fue lo de menos. Lo de más es ver cómo una estrella mundial quiere compartir protagonismo e impulsar a alguien que se rompió hace un tiempo: con sus brazos la empujaba hacia el público, con sus gestos le decía sigue adelante, un poco más, ahora sola. Y ver a alguien dispuesto a superar los miedos y cantar de nuevo ante 60.000 personas.

Operación de marketing o no, ese abrazo entre la segura y vibrante Karol G y la retornada y recién curada Amaia Montero escenifica cuánta responsabilidad tiene el entorno en que se recobre la seguridad y cuán necesario es saber que las palabras y los insultos duelen y atoran, a la cara o desde una foto de perfil.

Fue un abrazo para la recuperación, sobre todo de la esperanza. Si cada uno ayudara a alguien y ese alguien, en lugar de tener devolvérselo a ese uno, le diera lo que pueda a un tercero, y así infinitamente, el mundo se abrazaría como Carolina y Amaia, que han hecho precipitar al vacío esas frases nocivas sobre cómo somos las mujeres con otras mujeres.

Rosas fue un hit hace 20 años. El domingo fue un canto a la superación del miedo, a la hermandad y a la capacidad de esperar al otro aunque uno tenga prisa.