En este país falta estrategia política y comunicación política. Da la impresión de que ni los unos ni los otros han tomado muy en cuenta qué pasará después de las respectivas acciones finalistas que llevan a cabo Gobierno y Generalitat. De nuevo una guerra a muerte en la que no quedarán muchos soldados heridos que valgan para otra guerra. De nuevo un acción pensada para un objetivo final, inmediato y a corto plazo. Sin estrategia.
En política internacional, en una escala mayor según desde dónde se mire, asistimos al “edificante” intercambio de amenazas entre Donald Trump y Kim Jong-un, una situación en que la gravedad que contienen sus palabras no se corresponde con la banalidad de sus formas y lo grotesco de la situación. Hemos sabido que el presidente de los Estados Unidos de América amenazaba con destruir totalmente Corea del Norte y su oponente con probar una bomba H en el Pacífico, y hemos leído que el coreano asegura que “domesticará con fuego al viejo chocho estadounidense”, mientras Trump “ordena estrangular la economía de Corea del Norte”. No soy la primera en considerar estos diálogos propios de una política fuertemente masculinizada basada en la lucha destructiva más relacionada con la competitividad sin objetivos que con un estrategia orientada a la solución.
Entre Gobierno y Govern no ha habido diálogo sobre el conflicto prácticamente nunca. Se enfrentan a muerte dos dignidades. Una de esas dignidades es una apuesta sentimental de relato identitario basado en la confrontación con un estado opresor y la otra es una respuesta tardía de índole legal, política y policial. Irreconciliable, absolutamente antagónico. La emoción no dialoga con la razón. El Govern de Catalunya, o mejor dicho, los partidos que lo sustentan, han conseguido una movilización histórica durante más de cinco años basada en esa épica de la opresión y la injusticia con la promesa de una vida mejor. Un relato impecable, tan movilizador como todo lo que lleva a perseguir un sueño. En el lado opuesto, el del inmovilismo del gobierno que ha ido construyendo con poca ayuda y bastante apoyo político. Prácticamente nadie ha matizado nada en esa construcción legalista y racional pero, sobre todo, tan frontista como la de su enfrentado rival catalán. Fuera de Catalunya nos han cargado de munición anticatalana, en un ejercicio de total irresponsabilidad por parte de los dirigentes políticos y sus colaboradores que han alimentado el enfrentamiento, a base de ningunear el problema, primero, y de atacarlo, después. Los problemas políticos no se atacan, se afrontan y se resuelven. Y eso no ha pasado. Detener, incautar, aplacar, reforzar no es solucionar. La actitud y la comunicación del Gobierno es útil en lo legal e inútil en lo político. Es pan para hoy y hambre para mañana.
La comunicación política es acción y emoción. España no ha escrito el relato emotivo que se opusiera a la independencia, un relato que mostrarse la belleza de permanecer unidos, la épica de la historia conjunta y de lo construido juntos. En España no hay “unionismo” político, no hay una plataforma que permita la salida en positivo para los miles de catalanes que quieren ser españoles y los millones de españoles que quieren a Catalunya dentro de España. Esta narración épica de la unión podría haber sido la campaña del no a la independencia.
Uno de los principales puntales de la comunicación de marca de un país es su himno. En España tenemos un himno sin letra, lo que significa que no se puede cantar en coro de voces para evocar un sentimiento común. En España no hay patria, o al menos, un relato de la patria. En Catalunya sí lo hay. Ni siquiera el himno es nuestro relato de unión. Tampoco ninguna entidad política, partido o movimiento, ha recogido ese espacio de demanda patriótica. Quizás porque no la hay. Y contra sentimientos colectivos patrios, el ataque es la derrota.