Hay lealtades que no es necesario proclamar y cuyos lazos son indestructibles. Duran toda la vida. Están en la conciencia de cada uno y en la fidelidad a lo que se cree y en quien se creen. Siempre van unidas a la gratitud y al respeto. Luego hay otras que son efímeras, que se profesan solo en función de circunstancias o coyunturas y que tienen más que ver con el interés que con el honor y el verdadero agradecimiento. En política hay más de las segundas que de las primeras. Y más pronto que tarde quedan en evidencia.
Susana Díaz lleva meses entregada al “sanchismo” para estupor de una parte del socialismo andaluz y regocijo del propio “sanchismo”. Cada palabra que emite en favor del secretario general del PSOE y de la lealtad a su proyecto provoca una carcajada en la dirección socialista. Demasiados años, demasiadas guerras internas, demasiadas ofensas y demasiadas heridas que aún supuran. Pedro Sánchez es el último al que la expresidenta de la Junta de Andalucía ha prometido fidelidad eterna, después de emprender contra su liderazgo en el PSOE la más dura de las ofensivas que se recuerdan en el partido.
Antes lo hizo con José Antonio Griñán, con Felipe González, con José Luis Rodríguez Zapatero, con Eduardo Madina, con Mario Jiménez, con Rafa Velasco... A Rubalcaba, que por desgracia no puede desplegar ya su memoria para recordar el daño causado, mejor ni mentarlo. Hay decenas de socialistas que pueden dar cuenta de la oblicua relación con la franqueza que siempre tuvo Susana Díaz. Unos lo cuentan y otros aún prefieren callarlo.
Pero sus primeras declaraciones, solo para la Sexta, después de que se conociera la sentencia de los ERE han reabierto la caja de Pandora entre los damnificados de Díaz, que son muchos. Nunca nadie había acumulado tal número de perjudicados por sus palabras y por sus hechos. A unos les embarcó en operaciones orgánicas en las que no creían; a otros les utilizó para sus intereses personales y a otros directamente les expulsó antes de tiempo de la vida política.
Dos de ellos bien podrían ser los expresidentes del PSOE y de la Junta de Andalucía, hoy condenados por la Audiencia Provincial de Sevilla. “Susana nos ha matado”, le dijo Manuel Chaves a Pepe Griñán el día que la entonces presidenta del gobierno andaluz en una especie de carrera contra Sánchez por ver quién iba más lejos en la exigencia de responsabilidades, les mostró la puerta de salida del partido antes siquiera de ser imputados en la macrocausa de los ERE.
Ahora anda por Sevilla lamentando el estado emocional de quien fue su mentor al tiempo que trata de igualar su distancia con la de Sánchez de lo ocurrido durante años en el Gobierno de la Junta. Nada más lejos de la realidad y del sentir de la dirigencia socialista. El presidente en funciones puede dar por finiquitado un ciclo del socialismo andaluz porque nada le debe y nada le une, mientras que ella salió directamente de sus entrañas. Y aún así fabula con que “hay gente en la derecha a la que le molesta que Pedro y yo rememos en la misma dirección, pero ahora hay que ser generoso (…)” y simula que “la comunicación con Ferraz es fluida” y que Sánchez “me ha dado todo el apoyo, igual que él tiene el mío”.
Si las paredes de la sede del PSOE hablaran, Díaz sabría de primera mano lo que aún permanece en el recuerdo de sus dirigentes sobre su trayectoria política y lo que se le atribuye en el PSOE andaluz sobre sucesivas traiciones de las que puede dar fe cada predecesor que la ha ascendido a un cargo orgánico o institucional.
El fallo de la Audiencia Provincial ha reabierto de nuevo el debate sobre su liderazgo y ha dado alas a quienes desde el PSOE andaluz abogan por la renovación desde la pérdida de la Junta en las pasadas elecciones autonómicas. Y aunque el plazo para celebrar el congreso regional no concluye hasta la primavera de 2021, y Díaz ya ha avanzado que quiere presentarse a las primarias para optar de nuevo a la secretaría general de la federación andaluza, hay pocos que apuesten por su continuidad. Cada vez menos. Y, desde luego, ni uno solo de los dirigentes de la actual dirección federal, donde confiesan no tener ninguna prisa y confían en que el final del liderazgo de Díaz caerá “como la fruta madura” y por decisión de una militancia cada día más consciente de que el fin de ciclo no será tal hasta que la expresidenta de la Junta no haya salido de la secretaría general. Pero ella sigue sin querer darse por enterada…