Entre tantos titulares interesados o despistados, consignas partidarias y, sobre todo, la miríada de exabruptos que lanzan los políticos, no es fácil discernir lo que está pasando de verdad. Pero son habas contadas. 1) En contra de los vientos, o de las encuestas, que soplaban antes del 23 de julio, la derecha ha perdido la posibilidad de hacerse con el gobierno en un horizonte mínimo de 3 o 4 años. 2) Si no hay una contraorden de última hora, la coalición de izquierdas PSOE-Sumar ocupará La Moncloa durante ese periodo. 3) La legislatura que empezará dentro de unas semanas bajo ese signo será muy inestable a menos que esa izquierda llegue a acuerdos sólidos y de amplio espectro con los nacionalistas vascos y catalanes.
Faltan aún unos cuantos días para que esas realidades, que son las que cuentan, aparezcan nítidas, sin posibilidad de controversia. Como el fracaso de Feijóo, que sus partidarios y servidores mediáticos tildan de éxito clamoroso. Un tiempo que los que ocupan el espacio público llenarán de especulaciones sin base, salidas de tono que ya calientan cada vez a menos gente y juegos de palabras que traerán loco a más de uno.
Pero los hechos que importan estarán muy lejos de ese bullicio. El más decisivo, cuando menos a corto y medio plazo, será el contenido del pacto entre el PSOE y Sumar y los independentistas catalanes y los nacionalistas vascos, que también son independentistas, aunque a su manera. Lo de menos será la fórmula que unos y otros encontrarán para resolver el problema de la amnistía y el de un futuro referéndum catalán. Seguramente se huirá de términos muy tajantes y clamorosos, pero necesariamente su contenido será indiscutible. Habrá algo parecido al borrón y cuenta nueva con respecto a los represaliados del procés y un compromiso para una consulta popular no vinculante para dentro de unos cuantos años en Cataluña.
Si no es así, se tendrán que repetir las elecciones y esa es una hipótesis que, al parecer, todas las partes descartan. Pero, aunque haya acuerdo sobre esos puntos, quedará todo lo demás. Y eso será bastante más difícil, tanto en lo que se refiere a Cataluña como al País Vasco. La lista de asuntos pendientes que el portavoz del PNV detalló este miércoles en el Congreso era para echarse a temblar. También Junts avanzó una relación bastante enjundiosa de incumplimientos con Cataluña.
Pasadas las primeras emociones y tensiones tras el nombramiento del nuevo gobierno –la derecha seguramente se prepara para armarla desde un primer momento, pero ese impulso contestatario terminará agotándose–, esos asuntos, que ya están perfectamente definidos y cuantificados, terminarán por ocupar buena parte del debate político. Y en ese terreno valdrán de poco las declaraciones altisonantes. Habrá que tomar decisiones concretas sobre asuntos concretos, casi siempre de dinero, y los acuerdos no serán fáciles. Una situación económica que tiende a empeorar y que ya empieza a dar algún mal signo, contribuirá a poner peor las cosas.
Es de suponer que Pedro Sánchez y sus asesores hayan reflexionado sobre ese escenario, que será realidad con toda su crudeza dentro de muy pocos meses, a final de año, como mucho. Es de esperar que también Yolanda Díaz le esté dando vueltas y es muy posible que las posiciones del PSOE y las de Sumar no coincidan en todo el temario de asuntos conflictivos con los nacionalistas e independentistas.
La legislatura estará marcada por esos debates y no será precisamente un camino de rosas. La oposición, la derecha, tendrá poco que decir en ese contencioso, aparte de criticar con toda la saña de la que sea capaz cualquiera cosa que haga o diga el Gobierno. Será un convidado de piedra, porque esas cuestiones se escapan de su competencia. Y puede que para sus intereses no sea malo del todo, porque los que se quemarán si no aciertan serán sus rivales, Pedro Sánchez y la izquierda.
Los pactos de los partidos estatales con los nacionalistas han sido uno de los ejes del devenir político español desde la Transición. Siempre han sido difíciles y desde los tiempos de Felipe González no pocas veces han acabado mal. Esta vez podría ocurrir algo muy parecido: la tensión provocada por la negociación de esa larga serie de asuntos conflictivos, algunos de gran calado y de resonancias para todo el país, podrían terminar en amenazas de ruptura de la mayoría. Ese será el sino del nuevo gobierno y lo que seguramente concentrará buena parte de su atención.
Hay quien cree que esas tensiones podrían ser insoportables más o menos a mitad de la legislatura que debería empezar este otoño. Y que la búsqueda de una fórmula alternativa a la de la mayoría entre la izquierda y los nacionalistas podría entonces entrar en el primer plano de la dinámica política.
Y dentro de esa hipótesis, alternativa sólo habría una: un pacto entre el PSOE y el PP. Vista desde la situación actual, esa posibilidad es una locura. Pero en dos o tres años las cosas pueden ser distintas. Por lo que se ha dicho hasta ahora y por los cambios que necesariamente se producirán en el principal partido de la derecha. Empezando por el nombre de su líder. Alberto Núñez Feijóo parece eufórico por lo bien que le ha ido la fallida investidura. Pero en su fuero interno no debe estar tan contento. Porque su partido no olvida que no ha ganado las elecciones y muchos cuadros del PP deben creer que volvería a fallar en unas futuras generales.
De ahí que lo previsible es que el año que viene, pasadas las europeas, el PP entre en un proceso de búsqueda de un nuevo presidente. Y de quien sea finalmente nombrado dependerá la orientación política del partido y su colocación en la escena nacional. No está claro qué puede ocurrir en ese capítulo. Ni que Isabel Díaz Ayuso vaya a ganar necesariamente esa pelea. Aunque sólo sea porque las elecciones de julio han indicado que una derecha aislada del resto no gana.