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La lengua de Abascal

21 de octubre de 2020 22:40 h

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Hace más de siete décadas, en 1947, salió a la luz una de las obras monumentales sobre la penetración del nazismo en la sociedad: La Lengua del Tercer Imperio. Se trata de una especie de diccionario que analiza las palabras y las expresiones que el nacionalsocialismo introducía machaconamente en el lenguaje cotidiano con el fin de consolidar en el tejido social el proyecto criminal que Hitler iba construyendo de modo implacable mediante la fuerza bruta. El autor de La Lengua del Tercer Imperio, el filólogo alemán de origen judío Viktor Klemperer, fue anotando sus observaciones desde el momento en que Hitler ascendió al poder en 1933. Sufrió en carne propia el nazismo (fue despojado de su cargo de profesor universitario y encerrado), pero se libró por los pelos de ser enviado a un campo de exterminio porque estaba casado con una aria. Esta circunstancia afortunada permitió que conozcamos su obra.

El libro de Klemperer es hoy un referente en los estudios sobre los totalitarismos, gracias a su novedoso enfoque, que ponía la lupa sobre el lenguaje. Desde su publicación, las palabras y las expresiones, tanto en los discursos públicos como en los textos administrativos, se han convertido en materia prima imprescindible para el análisis de los fenómenos políticos y su arraigo en las sociedades. 

La intervención de este miércoles de Santiago Abascal en el Congreso, con motivo de su moción de censura contra el Gobierno, nos dejó numerosas expresiones interesantes que merecen atención en la medida en que revelan el sustrato ideológico en el andamiaje de Vox, más allá de los alardes de Abascal de ser un adalid de la democracia, la convivencia y el Estado de derecho. 

La propia frase con la que abrió el discurso no deja lugar a equívocos. Acusó el presidente Sánchez de encabezar el “peor Gobierno de España de los últimos 80 años”. Es decir, incluyó en la comparación -lo que constituye un claro intento de legitimación- a la dictadura de Franco, responsable de un golpe de Estado y una Guerra Civil que dejó a España sumida en la miseria y sembrada de cadáveres, miles de los cuales aún permanecen tirados en las cunetas. ¿Puede alguien imaginar que en el parlamento alemán un diputado acuse a Merkel de liderar “el peor gobierno desde 1933”? No era la primera vez que Abascal pronunciaba esa frase, pero esta vez tenía un valor especial por el contexto, ya que se estaba presentando oficialmente como candidato a la Moncloa.

Al referirse a las víctimas mortales del coronavirus no las llamó “fallecidos”, sino “caídos”, una palabra de fuertes resonancias guerracivilistas que la dictadura utilizaba para honrar a las víctimas del bando nacional. Súmese a ello que en más de una ocasión se refirió al Gobierno como “Frente Popular” y ya está listo el cóctel explosivo que el sedicente defensor de la convivencia quiere introducir en la conversación cotidiana.

Otra palabra que repitió con insistencia Abascal fue “renegados” para referirse a quienes cuestionan distintos capítulos de la Constitución con la finalidad de implantar “el comunismo”. Llegó al extremo de proponer la retirada de la nacionalidad a quienes la hayan obtenido y critiquen a la Corona, lo que abriría peligrosamente el camino al establecimiento de una ciudadanía de segunda clase en materia de derechos. Lo que busca Vox es la marginación, e incluso la extirpación social de cualquiera que -desde la izquierda, por supuesto- plantee cambios en el modelo de Estado, pese a que la propia Constitución consagra el derecho a la libertad ideológica y, más aun, permite, bajo severísimos requisitos, la revisión de los títulos esenciales de la Carta Magna.

En otro apartado de su intervención, Abascal exaltó el crecimiento en Europa de las “fuerzas patrióticas” que pondrán en su sitio a las “oligarquías degeneradas”. Se refería, salvo que explique lo contrario, a la proliferación en Europa de formaciones de ultraderecha, xenófobas y racistas, la mayoría de las cuales, por fortuna, han visto frenarse su crecimiento en los últimos tiempos, en contra de lo que sostiene Abascal. La expresión “oligarquías degeneradas” bebe de las fuentes lingüísticas más primarias del nazismo y el fascismo.

La intervención de Abascal daría material para un libro sobre la lengua del neofascismo español. En este artículo de urgencia he dejado para el final el tema del magnate Soros, a quien el líder de Vox dedicó sorprendentemente un capítulo especial. Lo presentó como un “enemigo de Israel” que “ha reconocido que hizo daño a las víctimas del Holocausto” y dijo que, con la fortuna obtenida de sus “especulaciones financieras que han dejado a millones en la miseria”, está financiando proyectos para “destruir la civilización occidental”, tras lo cual intentó establecer conexiones entre Soros y el Gobierno de Sánchez. Al tiempo que intentaba mostrar simpatía por Israel y los judíos, el líder de Vox omitió que justamente las grandes organizaciones judías están preocupadas por la utilización del magnate Soros y la construcción de teorías de conspiración en torno a su figura como “puerta” al antisemitismo. Así lo describió hace apenas cuatro meses la Liga Antidifamación, la organización más importante de seguimiento del antisemitismo, cuando la ultraderecha de EEUU, azuzada por Trump, acusó a Soros de estar detrás de las protestas raciales tras la muerte de George Floyd a manos de la policía.

Soros, en efecto, construyó su fortuna con la especulación financiera, como él mismo lo ha reconocido, incluso con orgullo. También es cierto que financia proyectos y medios de comunicación progresistas en todo el mundo a través de su fundación Open Society. Lo que calló Abascal es que Soros, nacido hace 90 años en Hungría y hoy ciudadano estadounidense, es judío y tenía tan solo 14 años cuando terminó la Segunda Guerra. La teoría de que hizo “daño a las víctimas del Holocausto” parte de que en algún momento fue mensajero del consejo judío en Budapest, una institución a la que los nazis obligaron a colaborar con el envío de miembros de la comunidad a los campos de trabajo a medida que los nazis lo requirieran. La filósofa germano-judía Hannah Arendt calificó de “colaboracionistas” a esos consejos, lo que ha sido utilizado tradicionalmente por el antisemitismo para probar que los judíos ayudaron a los nazis en su propia aniquilación. Dicha afirmación de Arendt ha sido fuertemente contestada, pues no tuvo en la menor consideración las circunstancias extremas en que se hallaban los dirigentes de los consejos y que estos ignoraban que la colaboración forzada desembocaría en el exterminio. En todo caso, Soros era un niño. Acusarlo de colaborador es un disparate malintencionado.

Es importante subrayar que Soros entró de lleno en el argumentario de la extrema derecha europea por su vehemente oposición al gobierno reaccionario de Viktor Orbán en Hungría, que hoy es motivo de preocupación en las instituciones europeas por su discurso xenófobo y racista. El magnate se retiró por completo de su país natal en 2018 después de que le cerraran la universidad que mantenía en Budapest. Por esos días, en un discurso en la conmemoración de la revolución húngara de 1847, Orbán se refirió a los enemigos del país: “Ellos no pelean directamente, sino con sigilo; ellos no son honorables, sino gente sin principios, ellos no son nacionales, sino internacionales; ellos no creen en el trabajo, sino especulan con dinero; ellos no tienen patria, pero creen que todo nuestro mundo es suyo. Ellos no son generosos, sino vengativos, y siempre atacan al corazón -especialmente si este es rojo, blanco y verde [los colores de la bandera húngara]-”. No nombró destinatarios del mensaje, pero blanco es y gallina lo pone.

Así como el mundo de los detectives tiene el principio de “seguir la pasta” para desentrañar los crímenes, para conocer de verdad la naturaleza y las intenciones de Vox basta con seguirles la lengua.