Rita Barberá protagonizó hace unos días una comparecencia desastrosa, en las formas y en el fondo. ¿A quién se le ocurre llevar un gigantesco collar de perlas y decenas de pulseras doradas para defender que no se ha enriquecido ni ha usado el dinero de los valencianos en beneficio de su partido? ¿A quién se le ocurre salir con semejante falta de humildad, cuando tiene a todo su grupo municipal investigado y se está ausentando del puesto de trabajo mientras se contonea por la peluquería? A una señora que no ha entendido que los tiempos han cambiado. Fue contundente, sí. Pero también lo fue su vicealcalde (“Convoco esta rueda de prensa porque me da la gana”) y terminó detenido y puesto en libertad para poder estar al día siguiente en otro juicio por corrupción.
Ha sido demasiado para cualquier cuerpo digerir la comparecencia de Rita pocas horas después de la reaparición de Camps, pidiendo a la Guardia Civil que no le detenga o haciendo gala de su vida austera preguntando con manotazos al aire dónde están sus coches deportivos, sus chalés o sus plantaciones de algarrobos (¿eh?). Y no se trata sólo del delirio frente a las sospechas de irregularidades en la gestión. Celia Villalobos, al ser preguntada en El Mundo por su afición al Candy Crush en horas de trabajo, ha respondido humildemente: “Yo juego a todo lo que me parece oportuno”.
Frente a este PP, que no termina de jubilarse, hay ya claramente otro PP: los Levys, los jóvenes que, según Barberá, se precipitan en sus juicios. Me parece evidente el mérito de quienes no están blanqueando dinero, sino la imagen de un partido que tendrá que reinventarse tarde o temprano. Es este segundo escalafón del PP, con la excepción del desaparecido Javier Arenas, el que está pidiendo diariamente una purga frente al criterio de sus jefes, que prefieren lanzar embestidas contra los jueces, culpar a los medios o cobijar a la exalcaldesa de Valencia en la Diputación Permanente del Senado.
Independientemente de que luego demuestren más o menos aptitudes para tiempos convulsos -que está por ver-, creo que es digno de mención. Aunque sólo sea por el hecho de que Barberá, en su tardía y chulesca comparecencia, intentó mostrarles como unos iletrados frente a sus grandes amigos Rajoy y Cospedal. Ya le gustaría a ella que fuera una cuestión de edad únicamente. Hay otros dirigentes que peinan canas, como el portavoz del PP en Vizcaya, que también están “hasta los cojones” de la corrupción.
Si no valoramos esos atisbos de sensatez, los críticos bajarán los brazos. Y los que hablan con esta libertad, empujados por el hartazgo, son los que no conocen a los señalados por la justicia o no tienen nada que temer, de momento. Llegará el día en el que tendrán que ser todavía más explícitos e impulsar la refundación del partido, rechazar los dedazos, aumentar la exigencia de limpieza interna, deshacer las hipotecas de sus antecesores y, llegado el caso, decir adiós a Rajoy sin pedirle que reconsidere su postura para perpetuarse en el letargo. En sus manos estará salvar al PP de las fauces de Albert Rivera. Lo que quede del PP, porque a este paso no les van a dejar ni las raspas. Hará mucho frío, pero supongo que para entonces mucha más gente estará ya hasta los cojones del caloret.