La libertad que muere en la frontera
“Estados Unidos es ahora un país ocupado. Pero el 5 de noviembre de 2024 será el día de la liberación en América”. En un mitin en Atlanta, Donald Trump habló en su habitual tono apocalíptico y tribal del tema que será la clave del cierre de campaña, más importante que la economía o la vivienda: la inmigración. El relato es que todos los problemas del país tienen su origen en la porosa frontera de Biden y Harris, desde los altos precios de las casas y los bajos salarios a los hospitales y escuelas saturados. El muro fronterizo es la panacea en cualquier discurso, añadiendo el factor humano de que a Trump le divierte más mentir sobre inmigrantes que hablar de aranceles. El principal asesor de Trump sobre esta cuestión, Stephen Miller, célebre por usar recovecos regulatorios oscuros para restringir la inmigración durante el primer mandato trumpista, ha anunciado que, si el expresidente es reelegido, el gobierno deportará a un millón de personas al año. El gasto y la complejidad legal, burocrática y humana de esta medida recuerda a las soluciones “innovadoras” de Giorgia Meloni en Italia. No parece una cuestión de dinero, ya que Italia pudo movilizar un buque de guerra y un ejército de soldados y funcionarios para trasladar a 16 personas que ya están de vuelta en suelo italiano. Tampoco se ofrecen soluciones imaginativas basadas en datos reales, estudios demográficos o alternativas y beneficios de la migración tanto en los países receptores como en los de origen. Es un simple problema de racismo y de quiebra de derechos.
Campos de internamiento, muros y deportaciones masivas. Son los tres pilares clásicos del discurso antiinmigración que ha calado en estadounidenses y europeos de clase media y trabajadora y condicionarán las elecciones de noviembre, como lo han hecho en países de la Unión Europea. En un discurso pronunciado el 11 de octubre en Aurora (Colorado), una de las ciudades que Trump ha elegido para encarnar sus fábulas tóxicas sobre inmigración, el candidato republicano expresó su deseo de utilizar la Ley de Enemigos Extranjeros, promulgada en 1798 y utilizada por el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt para encarcelar en campos de internamiento a familias enteras de inmigrantes de origen italiano, alemán y principalmente japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Esta ley permitiría realizar deportaciones masivas de personas de países que han invadido o están en guerra con Estados Unidos, o que han realizado “incursiones depredadoras” en el país y podría afectar a inmigrantes legales e ilegales.
El flujo diario de racismo y mentiras sobre la inmigración ha tenido un efecto devastador en la conciencia de los ciudadanos occidentales, que han decidido darse el lujo de ignorar las consecuencias de las políticas de Meloni o de Trump. Los une su forma de aprovechar la frustración reinante y ofrecer a esos frustrados la expectativa de un cambio revolucionario, aunque cueste el sudor y la sangre propia y ajena. En esta película de terror en la que la decencia y la humanidad son signos de debilidad, Giorgia Meloni interpreta a la madre emocional y cuidadora y Trump al padre fuerte y autoritario; ambos tienen que hacer cosas horribles por nuestro propio bien, para mantenernos a salvo. Estamos delegando la protección de nuestros principios morales en gobiernos y tribunales, mientras nos blindamos emocionalmente ante el dolor ajeno. El producto de nuestra indiferencia y nuestra inacción será una sociedad más violenta y más desalmada. Una sociedad que se define por lo que odia y por lo que teme, no por lo que ama y a lo que aspira.
El libro El fin del mito. De la frontera al muro fronterizo en la mente de Estados Unidos, de Greg Grandin, publicado en 2019, exploró el cambiante mito de la frontera en la mente estadounidense, un país que cuenta con una geografía aparentemente infinita. La frontera abierta de los tiempos del salvaje Oeste, según Grandin, “reduciría el racismo a un remanente y lo dejaría atrás como residuo. Diluiría también otros problemas sociales, incluida la pobreza, la desigualdad y el extremismo, enseñando a la gente diversa a vivir junta en paz”. El sueño americano de un mundo sin límites, en los que los problemas del “aquí y el ahora” siempre se podrían trasladar al “allá y al después”, se ha desvanecido por completo. Ahora, el muro de Trump, como los campos de concentración de Meloni, son monumentos al desencanto y al miedo. Noviembre llegará muy pronto; sabremos si el expresidente vuelve a ser presidente y damos una vuelta de tuerca más a la deshumanización reinante. De nosotros depende, aunque lo hayamos olvidado.
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