“Tan importante como los propios debates, puede ser la cobertura que los distintos medios hagan sobre ellos”
Javier Garcia. “La cobertura mediática de los debates electorales en España”
Lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. La situación insostenible que alcanzó el pulso de los debates –Sánchez solo en TVE y sus oponentes a tres en Atresmedia– sólo admitía una solución raruna e insólita como era duplicar el debate a cuatro en dos días diferentes. Aceptarlo desde el inicio hubiera ahorrado algunos bochornos. Conviene mantener la cabeza fría y el espíritu crítico de guardia porque lo de alinearse borreguilmente con los dictados de los gurús de los partidos, aunque sean los del tuyo, puede dejarte con el culo al aire. Esto le pasó a muchos en el interregno en el que el PSOE decidió que sus normas y sus tácticas iban a ser aceptados por todos: grupos mediáticos, periodistas, contrincantes y votantes. No es ejercicio sano restregar a nadie, pero sí insistir en que la defensa cerrada y acrítica de cosas indefendibles suele acabar en chasco.
Tenemos pues partido de ida y vuelta o, si lo prefieren, dos tiempos que se jugaran con un intermedio de casi 24 horas. De nuevo nos encontramos en aguas nuevas, como en casi todo en esta campaña, y resulta más difícil pronosticar que efecto tenga esto sobre los votantes y, fundamentalmente, sobre los indecisos. A pesar de que algunos ciudadanos pretendan que los debates electorales son una especie de circo añadido que nada aporta sino a los propios medios en términos de audiencias, las evidencias apuntan a que suelen tener efecto en el voto sobre todo en elecciones reñidas y que este no sólo procede de los propios debates, sino también de la cobertura mediática que se realice de ellos y, añadiría yo, en el debate paralelo en redes sociales que los acompañe, incluidos los intentos de manipulación que, sin duda, realizaran las cuentas granjeras de algunas formaciones.
El hecho de que se produzcan dos debates consecutivos puede convertir al segundo en una parte decisiva del primero, en la que los que crean haber cometido errores traten de enmendarlos, en una especie de segunda oportunidad, o los que hayan salido bien parados se confíen demasiado dejando la guardia baja. Para cualquiera que esté muy acostumbrado a debatir en televisión, es obvio que esta repetición lleva dentro un riesgo obvio para los candidatos dado que el segundo, y final, será un “debate toreado”, es decir, un debate en el que las mismas personas hablaran sobre temas similares y no podrán evitar la sensación de lo ya dicho, a pesar de que las audiencias puedan ser distintas, o del metadebate, o sea, de introducir en el mismo cuestiones o respuestas a hechos o enfrentamientos producidos en el primero o a repercusiones y reacciones a este que se hayan producido en otros medios de comunicación o en las redes sociales. También permitirá, obviamente, que los moderadores-interrogadores del segundo debate hayan estudiado el desarrollo del primero y vean los vacíos, contradicciones o enfrentamientos que quedaron pendientes o que es posible volver a suscitar.
Los estudios académicos realizados en nuestro país sobre anteriores debates electorales dejan muy claro que la cobertura realizada a posteriori por el resto de medios está muy influida por las propias líneas editoriales o preferencia de candidatos de cada mass media y que la prensa escrita suele optar por un lenguaje pugilístico, que en este caso será a dos rounds, mientras que los medios audiovisuales extraen los totales de más impacto sin que, en el fondo, ni unos ni otros dediquen demasiado tiempo al análisis real de las propuestas de los candidatos. Cito para todos estos datos al profesor Javier García que llega a concluir que “es llamativo que en este aspecto no haya diferencias entre la televisión pública y las privadas”.
Sí que podremos los potenciales votantes comparar no sólo la actuación ambos días y los cambios que la cocina interna de los partidos introduzca en la segunda vuelta sino, además, evaluar la efectividad y la agilidad de dos formatos diferentes con bloques y tiempo cronometrado o con sala del tiempo y repreguntas. A mí, qué quieren, todo lo que sea comparar y elegir, ver y probar, me parece muy relevante. Probablemente sólo los muy cafeteros se atreverán con las dos temporadas consecutivas mientras que se producirán diferencias entre las audiencias de ambos que provocarán también una impregnación de un mayor número de público en total.
Respecto a la actitud de los líderes de los cuatro partidos, también queda en el aire hasta qué punto serán absolutamente individualistas a la hora de afrontar el reto y hasta qué punto tendrán en cuenta que juegan en unos claros equipos de debate en términos de posibilidades de pactos posteriores para el gobierno. La ausencia por imperativo legal de Vox en el segundo de los debates permitirá comprobar también hasta qué punto se produce un desplazamiento del eje de la derecha, intentando Casado ocupar parte de ese espacio para intentar lograr el regreso del votante ultra perdido como ya sucedió en el debate pasado con Cayetana Álvarez de Toledo. En términos prácticos, ninguno de los dos bloques ideológicos debería olvidar que debe barrer todo lo que pueda sin poner la zancadilla con la escoba a aquellos a los que necesita para gobernar.
Un momento apasionante para el votante y arriesgado para los candidatos. Un debate a dos vueltas, en dos cadenas distintas, que estará protagonizado por un elenco masculino salvo por la presencia de Ana Pastor en la segunda y última parte. Dos debates que reflejarán también la supremacía masculina, en un año y en un tiempo en el que el grito de las mujeres aún resuena en las calles y el mayor porcentaje que se registra es de indecisas. Dos apuestas que, en cualquier caso, no permitirán reflejar la vaciedad del discurso de la ultraderecha, que saldrá de rositas, por obra y gracia de la Junta Electoral Central que, dicen, vela por los comicios. Esa es la mayor espina que nos deja esta liga de debate, que los peores del curso no van a arriesgarse a suspender cum laudem.