Los migrantes constituyen un problema cuando son pobres y vienen para quedarse; entonces hasta los samaritanos más sensatos reclaman regular su entrada y dejar que pasen al menos mientras convenga a nuestras necesidades productivas. Cuando tienen dinero, aunque lleguen para quedarse, se convierten en turistas que encarnan otra señal de la grandeza de nuestra nación; cuantos más vengan, mejor para todos.
Si a la desgracia de ser pobres se añade, además, que pertenezcan a otra razas, procedan de otras culturas o profesen otras religiones, entonces se convierten en una amenaza que merece ser repelida con contundencia y con firmeza para preservar nuestro modo de vida y nuestros valores cristianos; incluido el dar de asilo a quien lo necesita…. Pero sin pasarse, que la caridad bien entendida siempre ha de empezar por uno mismo.
Los náufragos de Aquarius han sido recibidos en España con la misma división de opiniones entre la solidaridad y la xenofobia que recorre Europa como un fantasma. Aunque prefiramos engañarnos y creer que nuestros xenófobos resulta menos peligrosos e inquietantes porque se expresan siempre con mucha más educación, sin alzar la voz ni los adjetivos.
La xenofobia en España no ha adoptado forma de partido político aún, es cierto. Adopta forma de portada que nos alerta de la llegada masiva de inmigrantes atraídos por el efecto llamada de las noticias del Aquarius, no por el primer fin de semana con buen tiempo en meses. Tiene cara de ministro avisándonos que decenas de miles de inmigrantes acampan a las puertas de Ceuta y Melilla, cuando en realidad apenas suman unos centenares que el tirano de Rabat quita y pone según le convenga. Toma la voz de ese político que reclama que no se reconozcan el derecho a la sanidad o a la educación a los “ilegales”, porque los nuestros deben ir primero y porque nos van a arruinar, cuando en realidad quitar la tarjeta sanitaria o negarles el colegio apenas supone unos cientos de miles de euros.
“Si tanto te gustan, llévatelos a tu casa”, es el grito de guerra favorito de esta xenofobia a la española. Paradójicamente, muchos entre quienes lo gritan ya tienen a uno o varios migrantes en su casa, limpiándola o cuidando a sus hijos por una miseria, o en su empresa, trabajando por la comida o por la habitación. A veces se nos olvida, pero la xenofobia también supone para no pocos entre sus más encendidos practicantes un suculento ahorro en salarios y cotizaciones, un valioso bien económico que les permite mejorar substancialmente sus márgenes de beneficio y su calidad de vida.
Así suena esta xenofobia tan eficiente y racional que se practica en España, casi siempre en nombre de los migrantes y por su propio bien. El problema nunca son las personas que llegan sino los números, que no dan; ya les gustaría a ellos que dieran, pero es que no dan, punto.