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El machismo grasiento de Trump

Melania Trump y Donald Trump.

José María Calleja

Entregados a la precaria esperanza de que Trump no cumpla el cien por cien de lo anunciado en campaña, tenemos ya información que acredita que el electo puede llevarse por delante derechos y conquistas logradas durante años.

Así, Trump ha nombrado estratega jefe y consejero a Stephen Bannon, responsable criminal de lo siguiente: “¿Preferirías que tu hija tuviese cáncer o feminismo?”, en Breitbart News.

Una de las partes más grasientas del amplio catálogo de intenciones profundamente reaccionarias expresadas por Trump en las últimas semanas tiene que ver con el trato machista y despectivo que ha dispensado a las mujeres, empezando por esa forma de chistar a Melania, su mujer, para que se acercara a él.

Trump ha explicado entre risotadas su derecho de pernada para llevar su mano por donde le diera la gana de cuerpos de mujeres, habida cuenta de que es famoso y lo vale.

Si las personas de las que se rodea Trump aportan información sobre cómo serán sus políticas concretas, estas no parece que vayan a salir del demostrado machismo en campaña. Esas fotos, siempre rodeado de mujeres que estaban entre el estereotipo de barbies y las conejitas del Play Boy, en pose sumisa ante el macho alfa, proporcionan mucha información y bastantes augurios.

Casi peor aún parece Mike Pence, vicepresidente, a la par que protestante evangélico; de esos que piensan que los homosexuales son enfermos que deben ser curados, como si tuvieran una desviación en la columna; que dice que no hay que contratar a gays, y que pide y felicita a las empresas que no facilitan catering ni tartas para aquellos gays que celebran su matrimonio.

La semana que viene se organizarán en España decenas de conferencias y debates contra el machismo, contra la violencia que sufren las mujeres, contra ese destrozo producto del odio que tan reforzado ha salido en las elecciones norteamericanas.

El más de medio centenar de mujeres que cada año son asesinadas en nuestro país por hombres con los que tenían un vínculo, las decenas de hijos asesinados por padres maltratadores –sin que sus madres sean reconocidas como víctimas

de esa violencia vicaria–, las miles de mujeres que todavía padecen, paralizadas por el miedo, la tortura del maltrato, no se han hecho aún un hueco proporcionado a la gravedad del problema que claman en los medios de comunicación.

Sólo con motivo de jornadas anuales parecen ocuparse algunos medios de las mujeres supervivientes de la violencia de género, y demasiadas veces lo hacen con un trato paternalista y, desde luego, fugaz, para desaparecer el resto del año.

Hemos visto que son compatibles campañas de los medios de comunicación contra la violencia machista con el empleo, en esos mismos medios, de palabras que refuerzan y corroboran la violencia de género y criminalizan a las mujeres supervivientes.

Las mujeres que sobreviven, o son asesinadas –¡no fallecen!– por la violencia machista, son casi las únicas víctimas en nuestro país obligadas a dar explicaciones.

En la línea de aclarar qué han hecho ellas para que su marido o novio las haya asesinado (“algo habrá hecho”), cuál ha sido su conducta para merecer la paliza habitual o el machetazo definitivo, porque ellas son, en realidad, percibidas como culpables a los ojos de todavía tantos.

Esto en un país en el que los medios de comunicación tienden a dar voz reiterada y buen trato mediático a todo tipo de víctimas… de otros delitos.

En esta retroalimentación Europa-USA de populismo, xenofobia y machismo a la que asistimos desde hace unos años, la elección de Trump es una de las peores noticias. Si cumple su programa será terrible, pero sin haberlo cumplido, el daño ya está hecho. Sus palabras despectivas respecto de las mujeres, los discapacitados, los inmigrantes, los refugiados, ya han creado, reforzado, un marco de odio al otro.

Odio alimentado con mentiras que reconfortan a un sector de la población que quiere oír eso, que los que ponen en cuestión su estatus de blanco machista, xenófobo y aislacionistas de todos los problemas que no sean los suyos particulares, no sólo no son iguales que él, es que no merecen vivir con él ni como él.

Alguien que ha sido capaz de hablar y decir de las mujeres lo que ha hecho y dicho, debería estar incapacitado para gobernar un país. Claro que también las barbaridades dichas sobre inmigrantes, refugiados, veteranos de la guerra de Vietnam de su propio partido, McCain, el cambio climático… deberían desautorizarle.

No ha sido así, ha ganado Trump y sólo queda la triste esperanza de que incumpla más de lo que haga y que lo que quede de los USA y del resto del mundo tras su mandato lo pueda paliar, no sé, ¿Michelle Obama?, dentro de cuatro años.

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