La cantidad de información que ha generado el debate del estado de la nación ha tapado una noticia que muestra un aspecto de la realidad española que no movió a la discusión ni sacó de sus casillas al presidente del Gobierno, aunque su solo conocimiento cause irritación y repugnancia. No se ha hablado mucho de ello porque, como ocurrió en un campo de fútbol, los medios de comunicación han relegado su relato a las páginas de deportes.
Pero ¿qué tiene que ver con el deporte que un grupo de aficionados jalearan a un futbolista acusado por la Fiscalía de cuatro delitos de maltrato y uno de amenazas a su exnovia? ¿Qué tiene que ver con el fútbol que esa panda de seguidores del Betis gritará “Rubén Castro, alé, Rubén Castro, alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien”? Aunque ocurriera en las gradas del Benito Villamarín, ¿una noticia como esa no merecía un tratamiento en las páginas de política? ¿No merecía una mención en el Parlamento en las larguísimas horas de debate? ¿No exigía la actuación de oficio no solo de la Comisión Antiviolencia en el deporte, sino también de la Fiscalía?
Porque lo que pasó en el campo del Betis es un reflejo de la realidad de tantos varones españoles que justifican –y, por tanto, apoyan– el maltrato a las mujeres o callan cuando otros lo defienden y, con su silencio, asienten y contribuyen también a perpetuarlo. Algo estamos haciendo mal cuando en España, que tiene una ley integral contra la violencia de género de las más avanzadas, se pueden producir hechos como los relatados sin que las miles de personas que rodean a quienes los hacen acallen inmediatamente esos gritos y denuncien a quienes los profieren.
Algo se está haciendo mal cuando hay tantos hombres que piensan que cuando hay agresiones contra las mujeres es porque ellas se lo merecen. Y no solo varones de edad avanzada, esos que fueron educados en una sociedad machista, represiva y desigual. No. Un 30% de los jóvenes de entre 12 y 24 años piensan de ese modo y creen, además, que es un asunto doméstico que debe quedar encerrado en el cofre de los secretos familiares. Los datos son del estudio “Jóvenes y género. El estado de la cuestión”, del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que se conoció este mismo mes.
No se avanza lo suficiente en la igualdad entre hombres y mujeres. Siguen imperando estereotipos que hay que eliminar. Esos que proclaman que está bien que los hombres sean promiscuos –machos Alfa– pero, si lo son las mujeres, es que son putas. O esos de que las mujeres tienen que ocuparse de las cosas de casa, de los hijos y de los padres ancianos, que los varones pueden seguir con su vida profesional cuando procrean, pero las hembras tienen que sacrificar sus carreras para atender a sus criaturas. O aquellos, que parecen tan antiguos, de que las mujeres tienen que hacer lo que les digan sus maridos o sus padres, que no tienen derecho ni capacidad para decidir por sí mismas.
Y de esos patrones de conducta, estos resultados. Al 33% de los jóvenes de 15 a 29 años les parece inevitable o aceptable controlar los horarios de sus parejas, impedir que vean a sus familias o amistades, no permitirles que estudien o trabajen o decirles qué pueden y qué no pueden hacer. El 32% de las chicas toleran estas actitudes de sus parejas y a lo mejor hasta lo consideran una prueba de amor. Los datos son de un estudio del CIS realizado por encargo del Ministerio de Sanidad para conocer cómo perciben la violencia de género los adolescentes y los jóvenes. Para hacérnoslo mirar.