Un hombre que tacha a su mujer de loca cuando ésta se queja de la sobrecarga de trabajo que tiene. Un hombre que se mofa de su mujer, que la humilla con la excusa del “humor”. Un hombre que le grita a ella porque al jefe no puede alzarle la voz. Un hombre que hace luz de gas a su novia y la acusa de inventarse cosas que sabe perfectamente que han pasado, o cosas que recuerda perfectamente haber dicho. Un hombre que usa la economía para ejercer control y poder sobre su pareja. Un hombre que pone pegas a que su compañera emprenda actividades, ya sean lúdicas, laborales o educativas, por miedo a que conozca a otro. Un hombre que prefiere a la mujer en casa. Un hombre que ejerce violencia de cualquier tipo no puede ser buen padre. Un sujeto así no puede, jamás, dar un ejemplo sano a las criaturas que conviven con él bajo el mismo techo.
Un hombre que amenaza, que agrede, que insulta a su pareja, aunque no sea en presencia de las hijas o de los hijos, es un hombre violento y agresivo que demostrará su misoginia cada día frente a ellos. Porque la misoginia no es como una mentira, que puedes esconder cuando quieras, la misoginia está presente en tu forma de expresarte, en cómo hablas de las mujeres, en los comentarios que haces mirando la televisión, en la forma que tienes de tratar al resto de mujeres. Por fuerza, un hombre que ejerce violencia psicológica sobre su pareja, no sólo no criará a nadie de manera sana, sino que diferenciará a los hijos de las hijas, porque para él no son lo mismo.
Un maltratador, aunque jamás dé un golpe, jamás podrá inculcar valores positivos en los niños, los educará en el odio hacia las mujeres, porque ese odio convive en él, y también los instará sin darse ni cuenta para que se odien a sí mismo si no son lo suficientemente masculinos. Un maltratador tampoco podrá formar en igualdad a sus hijas, a las que tratará con condescendencia, a las que reprimirá si son demasiado libres, poco sumisas, o si no son suficientemente femeninas. Un agresor machista, dé o no golpes, jamás será un buen padre; será un lastre en las vidas de las criaturas y el ejemplo que les dará los marcarán de por vida. Formará a personas que acabarán pensando o bien que la madre es un ser débil que merece el castigo que recibe, o bien viviendo en la constante tensión de convivir con un hombre que se “enfada” de forma imprevisible, que puede explotar en cualquier momento. Y el malestar y la caída de la madre calará en ellos de forma inevitable. Lo que vivimos de forma repetitiva siendo pequeñas se torna normalidad, porque no tenemos más ejemplo que ése. La violencia simbólica no es otra cosa que normalizar el horror a base de vivirlo a menudo.
El trabajo que tienen luego esos menores para desaprender toda la violencia -que asumieron como algo inevitable- es a veces tan duro y tan largo, que muchos no lo consiguen jamás. Es un trabajo que requiere mucha formación feminista, y como no todos tienen a mano un entorno feminista, acaban generando esa violencia sobre sus propias mujeres en el futuro. La rueda de la violencia es imparable si no se ponen medios, mucho más si aún seguimos poniendo en duda que un maltratador puede ser o no un mal padre. Ni que decir tiene quiénes son los que sufren directamente la violencia física de todos los agresores machistas que acaban convirtiéndose en feminicidas: decenas de niños y niñas asesinadas por su padre como castigo a su madre, y cientos de huérfanos y huérfanas en los últimos años. Tengan la decencia de no poner en duda algo tan básico como esto. O piensen -los que defienden lo contrario- en qué los lleva a hablar a favor de hombres maltratadores.