Tras meses de abigarrada puesta en escena, ultimatos, bufandas y posados de Varufakis, gestos adustos y severos de Angela Merkel y patadas en la espinilla de Luis de Guindos, convertido voluntariamente en el secuaz fiel pero torpe de los malos, parece que se acerca otro amaño provisional para salvar la situación de Grecia hasta después del verano. Habrá acuerdo, porque ahora ya parece que todos tienen lo que quieren y les importa más en este momento, pero no habrá una solución que merezca tal nombre para la encrucijada vital que afronta Europa.
El Gobierno griego puede justificarse ante los suyos apelando a su heroica resistencia y emulando al Ejecutivo español en su recurso continuo a la excusa del mal menor para justificar todas sus decisiones. Alexis Tsipras podrá decir, como Rajoy, que vale, que sí, que lo ha hecho mal, que no ha cumplido su programa, que dijo que no iba a tocar las pensiones, ni las jubilaciones, ni el IVA y lo va a hacer; pero que al menos ha evitado el rescate, o la intervención, o el fin del mundo o las tres cosas a la vez.
La UE y el FMI seguirán dedicándose a lo mismo que les ha ocupado e importado durante todos estos meses. Demostrar al mundo entero quién manda aquí y lo caro que resulta desobedecer sus designios y apartarse de los sagrados mandamientos de la economoral que gobierna el mundo. La única política que parecen reconocer los acreedores y los mercados es aquella del perro de Pavlov. Para soltar la pasta, primero necesitan el estímulo de constatar un sufrimiento tan masivo como ajeno.
Europa no necesita otro arreglo para cobrar otro saco de deudas y llegar a la siguiente turbulencia para que unos pocos se embolsen unos cuantos millones más especulando en las bolsas y el mercado de deuda. Europa necesita una solución que nos devuelva a la senda del crecimiento y la creación de riqueza, impulsando políticas activas comunes de crecimiento y expansión de la demanda.
El problema ya no reside en el euro, ni en el mercado común, ni en la unión bancaria o fiscal, ni siquiera en la falta de legitimidad comunitaria. Ojalá esos siguieran siendo nuestros problemas. Eso significaría que el proyecto europeo sigue en marcha y no ha encallado en el acantilado de la idiotez de sus líderes y gobernantes, incapaces de ver más allá de día siguiente y mirar más allá de su propio dedo.
Pobre Europa. En manos de una Alemania que no se resigna a saberse demasiado grande para el continente pero demasiado pequeña para el mundo globalizado, una Francia que cree que la UE representa un sistema de vigilancia y prevención frente a los germanos por el cual deberíamos pagarle y una colección de países como España, Italia o Inglaterra que no tienen más proyecto que mirar a ver qué pueden sacar para venderlo en el telediario de esa noche. Puede que Europa siga a flote. Pero ha perdido el rumbo.