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Un manotazo es más que un manotazo

El presidente del Parlament balear, Gabriel Le Senne, tras rasgar las fotos de Aurora Picornell, fusilada por Franco.

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Un manotazo es un manotazo. Parece simple. Pero a veces lo simple es lo que más hay que explicar. El presidente del parlamento balear, Gabriel Le Senne (Vox), le dio el martes un manotazo al ordenador de la diputada Mercedes Garrido (PSOE) y rompió una fotografía que ella mostraba. Se trata de un acto tan reprobable que no ha generado polémica: no se pega, lo saben hasta los niños. Es tan obvio que podríamos quedarnos en la superficie y pasar rápido sobre ello (el mayor riesgo de nuestro tiempo, no prestar atención a aquello que la merece). Así que no, hay que detenerse. 

Si una mano golpea el ordenador de otra persona está invadiendo su espacio de forma violenta. Si esa persona es diputada -vicepresidenta de un parlamento autonómico, para más señas-, se está faltando al respeto con violencia a una autoridad democrática. Si el manotazo no ocurre en privado, sino durante una sesión plenaria, adquiere un sentido político. Si lo propina quien preside ese mismo parlamento, y por tanto está encargado de guardar el orden, el sentido político del gesto demuestra su ineptitud para el cargo. Si además rompe la fotografía de una víctima del franquismo, el simbolismo redondea el significado siniestro. Esto es lo que ha ocurrido: un acto violento con un significado político sombrío. 

La política se hace con el cuerpo. No hay más que ver cómo sudan los candidatos en los mítines, cómo somatizan el estrés, cómo hablan los hombros, los brazos y las manos desde las tribunas de oradores. No hay más que saber cuántos kilómetros recorren los políticos y cuántos besos prodigan. Tienen equipo, pero el beso que quieren sus votantes es el de su boca, no el de un asesor. 

La política se hace con el cuerpo porque es acción. Históricamente las luchas por el poder eran físicas y se saldaban con la vida: podía perderla un rasputín porque le envenenaran o un rey porque le atravesaran el cuerpo con un arcabuz. Fernando de Aragón se pasó la vida en el campo de batalla, resolviendo a espadazos las disputas territoriales con Francia. La política democrática es un logro de la civilización: permite a los derrotados seguir viviendo. También es paradójica: se hace política con el cuerpo, pero no se toca al adversario. La artillería y la caballería son dialécticas: no se golpea, no se intimida, no se invade el espacio del otro. Son dos formas de lucha política incompatibles: o se elige una o se elige la otra. Nadie lo comprendió mejor que José Antonio Primo de Rivera cuando instó a los suyos a dejar de “ser amables” y recurrir a “la dialéctica de los puños y las pistolas”. La amabilidad como debilidad, la palabra como recurso inútil.

Si alguien debe tener presente la incompatibilidad de esas dos dialécticas es el presidente de un parlamento. En mis años de diputada, vi muchas veces a colegas que esgrimían carteles, fotografías y hasta impresoras. Como no se permite, el reglamento avala expulsar a quien no acata la orden de guardar los elementos prohibidos. El presidente del parlamento balear había pedido a las diputadas que retiraran las fotos de víctimas del franquismo, pero no le hicieron caso. Supongo que expulsarlas le pareció demasiado amable. 

Con un simple manotazo, el cuerpo de Le Senne dejó al descubierto su mente joseantoniana. Él no cree en la autoridad democrática de su cargo sino en la fuerza de sus puños. La violencia tiene distintos grados: primero es verbal, luego se dirige a los objetos, y por último a las personas. El incidente va mucho más allá de un debate sobre memoria histórica. Le Senne ha hecho en el hipódromo su apuesta por una dialéctica fascista, jugando a ser el apostante y el caballo: “Si no es por las buenas, pues por las malas”, dijo en la refriega. Apuntemos la fecha del incidente, 18 de junio de 2024, porque en el discurso de Vox los insultos ya son cosa de débiles y han activado la fase dos. Hay algo peor: en tres parlamentos autonómicos (Baleares, Aragón y Comunidad Valenciana) el PP ha puesto a cargo de ordenar el debate a quienes no creen en la dialéctica parlamentaria. Y no tienen intención de apartarlos.

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