Manual para psicópatas

En estos días hemos asistido al ejemplo de periodismo como mutación fallida de la información. El caso de Diana Quer ha puesto en evidencia que los postulados sensacionalistas Hearst-Pulitzer siguen vigentes.

Resulta una vergüenza para el oficio que el primer mandamiento de la información sea fabricar una noticia aunque luego haya que desmentirla. A partir de aquí, todo es posible, incluso ir construyendo a la manera de los folletines todo un perfecto manual para psicópatas enumerando los “errores” que cometió el asesino a la hora de cometer el crimen.

Lo de brillar con las miserias ajenas ha sido una constante de los informadores -e informadoras- en estos días de crónica negra. Para conseguir el brillo del que carecen, han sido capaces de filmar el momento de la llegada del cadáver hasta el anatómico forense, algo que se podía haber evitado. Poco o nada aporta la imagen del cadáver cubierto con el sudario de la medicina legal. Para construir una relación de hechos a partir de un asesinato sobran ciertas cosas. Imagino que la familia de Diana Quer no quiere compartir su dolor con nadie.

Pero no vine aquí a escribir sobre lo más obvio, sino acerca de la ética informadora que viene condicionada por la competencia. La misma competencia que en su día tuvieron Hearst y Pulitzer por ver quién la tenía más amarilla, la hemos encontrado en un tuit que es todo un despropósito. Me refiero al tuit que lanzó el otro día el 'periodista de investigación' Javier Negre:

Todo un ejemplo de que los postulados amarillistas siguen existiendo en nuestro país desde aquel maldito día en que Nieves Herrero puso en marcha la morbosidad con el asesinato de las niñas de Alcàsser. Hace veinticinco años de aquello y aún no hemos aprendido que el trabajo del periodista consiste en algo tan sencillo -o tan complejo- como es el de informar al pueblo. No existe otra manera de brillar en este oficio.

Porque si la violencia machista representada en el crimen de Diana Quer es un asunto de Estado, la información del mismo también es un asunto de Estado. Las estructuras psíquicas que envuelven la información no pueden seguir siendo contaminadas por la carroñería de ciertas personas que pasean los postulados Hearst-Pulitzer por las redacciones.

En este caso, como en el caso de las niñas de Alcàsser, el espectador siempre tiene la última palabra, incluso la primera. Se trata de una palabra que lleva tan solo dos letras : ¡NO!