La máquina del fango
Ya no es sólo esa imagen o esa metáfora tan descriptiva como precisa bautizada por Umberto Eco. En Valencia, en estos días de dolor y angustia, hemos contemplado cómo se hacía real esa imaginaria máquina del fango buscando alimentarse de ese sufrimiento. Hemos constatado cómo sus operarios se revolcaban literalmente en el lodo para dar mayor credibilidad a sus mentiras —dejemos de llamarles bulos cuando el castellano tiene una palabra que los describe con exactitud matemática.
La hemos visto funcionar en directo, en horario de máxima audiencia, en las redes sociales y en los magazines de los medios de comunicación convencionales, pero también en algunos de sus informativos; incapaces de no picar en sus ganchos lanzados a una carrera suicida para tratar de retener a la audiencia entregando emociones en vez de informaciones, donde cuesta diferenciar, en forma y contenido, las entradas de no pocos reporteros en los telediarios con los videos de ciertos influencers a la caza de likes monetizables.
La máquina no supone ningún prodigio de ingeniería. Se arranca con una pieza escrita o audiovisual que declara su interés puramente informativo —aunque incluyendo generalmente algún tipo de apelación a “el pueblo” como su agente legitimador y a “los políticos” como el enemigo a desenmascarar. La pieza siempre ha de contener algún elemento que sea verdad o lo parezca y que permita repetirla hasta que se asiente en la conversación. Tiene que haber un parking inundado para poder especular sobre si hay muertos. Tiene que encontrarse a alguien que no ha visto un uniforme para poder proclamar que el Estado ha fallado. Tiene que tirarse ropa a un vertedero para denunciar que se está arrojando a la basura la solidaridad.
Una vez que la mentira se ha publicado, ya no se discute, o discutirla solo sirve para darle publicidad. La máquina gira el debate hacia las emociones que provoca. La veracidad ya no cuenta porque se ha publicado; por lo tanto, se puede usar. Ya no importa que los hechos no resistan el rigor del análisis. En la mentira de los parkings la gran prueba era que muchos testigos habían visto entrar a gente, pero no la habían visto salir; la pregunta se antoja obvia: ¿Se quedaron a ver si salían en medio de la riada? La mentira del Estado ausente ignora la evidencia física y organizativa de que los efectivos en una emergencia no pueden llegar a todas partes a la vez; o directamente se basa en dar veracidad a la denuncia de una señora que decía que allí no había nadie mientras se escuchaba la megafonía de la UME dando instrucciones. La mentira de la ropa ignora el hecho constatable de que la mayoría de cuánto se está tirando ha resultado de la propia riada o no toda la ropa donada resulta repartible.
Un mecanismo tan burdo sólo puede funcionar bajo determinadas condiciones. Y esa es la parte que atañe a cuánto demandaban los miles de valencianos y valencianas que salieron el sábado a exigir respuestas y responsabilidades. La máquina del fango funciona a pleno rendimiento cuando los canales oficiales se dedican a difundir propaganda en lugar de información útil para la gestión de la crisis. La máquina del fango funciona a pleno rendimiento cuando los responsables políticos se dedican a eludir sus responsabilidades en vez de transmitir a la gente el mensaje de que están al mando, saben qué han hecho y qué tienen que hacer y afrontarán las consecuencias. La máquina del fango funciona a pleno rendimiento cuando, en lugar de explicarle a la gente qué se está haciendo y por qué y qué deben hacer para no añadir más caos al caos, se agitan sus sentimientos para monetizarlos económica o políticamente.
Sin un Carlos Mazón eludiendo hasta su responsabilidad por sus comidas de trabajo en medio de la catástrofe, la máquina del fango pierde la mayor parte de su efectividad. Sin una Generalitat popular donde nadie se atrevió a tomar la decisión hasta que la realidad la tomó por ellos, condenando a cuanto se hizo después a llegar también tarde fuera verdad o no, la máquina del fango pierde casi toda su efectividad.
Aunque no están solos en esta tarea de potenciar la máquina. Sin responsables del gobierno central —como la ministra de Defensa, Margarita Robles, o la vicepresidenta Teresa Ribera— concediendo entrevistas, no para dar información útil, sino para contarnos las veces que llamaron para ofrecer ayuda y nadie se les puso, la máquina del fango pierde mucha de su eficacia. Sin un Partido Popular que ampare la huida a ninguna parte de Carlos Mazón sembrando la desconfianza a todo aquel que le haya mandado un mail en vez de reconducirle hacia la responsabilidad, la máquina del fango pierde mucha de su fuerza. Tendemos a pensar que la antipolítica siempre son los demás, pero casi siempre empieza por uno mismo.
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